Luces y sombras

The Last of Us – Episodio 2: Una reflexión sobre el miedo, la destrucción y la esperanza

El segundo capítulo de la serie de HBO recorre el mundo en escombros que el Cordyceps dejó atrás. Pero también deja claro que los sobrevivientes enfrentan los monstruos más terroríficos: los que tienen rostro humano.

por | Ene 23, 2023

The Last Of Us: La serie de HBO es un clásico inmediato de las adaptaciones

En varias escenas del nuevo episodio de The Last of Us (2022 -) de HBO, la sensación de la tragedia es total. Un recorrido aterrador entre lo que ocurrió antes y después del apocalipsis que llevó el mundo a la destrucción total. Ya sea en el flashback que muestra cómo la infección contagió al mundo o en el recorrido de Joel (Pedro Pascal), Ellie (Bella Ramsey) y Tess (Anna Torv) a través de Boston. Veinte años separan ambas secuencias. 

Para la serie, el trasfondo de lo que ocurrió durante los días siguientes al primer estallido es de enorme importancia. A la vez, lo que ocurrió después. Pero tanto una como otra, exploran los mismos planteamientos. No hay escape posible al miedo, a la ruptura total de la civilización o la transformación del mundo en un escenario grotesco. El capítulo dirigido por Neil Druckmann precisa un punto de inmediato. El apocalipsis fue y es irreversible, total y sin escapatoria. 

Tanto, como para que uno de los expertos que, al comienzo del estallido, analizaron las circunstancias, lo entendiera con absoluta seguridad. En una secuencia que recuerda de forma directa a la icónica Chernobyl (2019) y su total desolación, una experta del Sudeste asiático evalúa la situación. 

El episodio hace un repaso a las semanas siguientes al primer estallido. La emergencia acaba de desatarse y en el país asiático, el horror apenas es un esbozo de lo que, sin duda, ocurre en el resto del mundo. De pie, frente a un cadáver infectado, una científica explora posibles alternativas. Después, cuando se reúne para informar sus conclusiones, un funcionario militar le observa alarmado e impaciente. “Pero ¿qué podemos hacer? ¿Cómo detenemos lo que ocurre?”, insiste. 

La sentencia de muerte para el mundo entero es una realidad 

La pregunta se repite en más de una oportunidad durante los duros primeros diez minutos del capítulo. No solo entre el personal sanitario que intenta contener la multitud de infectados. También, entre los que tratan de comprender cuál es el origen de un horror semejante. Los cuerpos reanimados por la acción del hongo, atacan con una furia hambrienta. El contagio se multiplica a diario. 

Con una precisión que inquieta por lo verídico, el guion relata la sucesión de eventos caóticos que sucedieron antes del final. En uno de los momentos más espeluznantes de la narración, el cuerpo de una mujer contagiada muestra el avance de lo que será un cuadro total. Una ramificación de piel retorcida y endurecida, un monstruo a punto de nacer de la carne y sangre de un fallecido. 

Druckmann no se prodiga en imágenes aterradoras. N, al menos, al principio. De hecho, el argumento se sostiene sobre el anuncio de lo que será después, una oleada destructiva. El relato avanza con paciencia hasta un punto concreto. Finalmente, la especialista, que fue testigo de cómo actúa la infección fúngica, tiene una respuesta para el preocupado militar que aguarda. 

Con las manos temblorosas, parece tan aterrorizada como vencida. “Necesitamos una vacuna”, dice el uniformado. Ella suspira, superada por el peso de lo que dirá. “He dedicado la mayor parte de mi vida al estudio de infecciones. Esta no tiene cura, medicinas. No puede detenerse”, explica. “¿Qué podemos hacer?”, insiste el hombre, aterrorizado. “Una bomba”, dice la científica, el rostro contraído de angustia. “Destruir todo lo que queda”. 

El correr del tiempo y el miedo

Veinte años después, los vaticinios de la experta, resuenan en la caminata solitaria de Joel, Ellie y Tess por una Boston masacrada por la infección. Es la primera vez que la serie muestra la envergadura del deterioro y toma la decisión de hacerlo desde una mirada sobria. 

La ciudad es una tumba, cubierta de ramificaciones del hongo como una flora mortal que lo envuelve todo. La dirección de fotografía de Ksenia Sereda, construye a la devastación total en una imagen de un mundo frágil. La cámara sigue a los personajes, mientras las ventanas cubiertas de las huellas del contagio, llenan todos los espacio de un resplandor verde y sin duda, letal. Pero es prescindir de cualquier sonido que no sea el de los pasos en las calles vacías, lo que brinda una atmósfera densa a las secuencias. 

“Mira, esos son los enemigos”, murmura Joel y señala a los cuerpos tendidos entre el asfalto resquebrajado. A la distancia, la luz del sol ilumina siluetas deformes. Todas se sacuden en el suelo. Un chasquido inexplicable llena el aire. Pero el capítulo no muestra aún a las criaturas de las que los tres caminantes deben defenderse. Una de las grandes decisiones del director, es hacer cada vez más duro el recorrido, mientras la evidencia de la destrucción es tan fría como directa. No hay lugar a inequívocos al mostrar a Boston, devastada hasta los cimientos. 

A diferencia de otras tantas series basadas circunstancias apocalípticas, The Last of Us muestra lo urbano sin la presencia humana. No obstante, hay nuevos habitantes. Monstruos que crearon su propio hábitat, espacio y reglas. Para la producción de HBO, los infectados son algo más que motivos de horror. Son el resultado de un proceso que generó una especie nueva, asesina y peligrosa, pero aún reconocible, como los hombres y mujeres que fueron. 

El horror humanizado

Tal vez por ese motivo, la aparición inicial de los clásicos clickers (chasqueadores), sea más desolador que terrorífico. La percepción del relato, es profundizar en la premisa que, alguna vez, los cuerpos deformes que avanzan entre la basura, pertenecieron a la humanidad. Un matiz desgarrador que hace a la condición de Ellie más significativa. 

El guion lo deja claro, cuando el personaje se inclina sobre un infectado, que muestra todos los horrores del tercer estado del contagio. Lo contempla y es evidente, en los minutos de silencio que transcurren después, que la adolescente comprende el poder de su misteriosa inmunidad. La que la convirtió en un puente entre el ser agónico a sus pies y la posibilidad de la esperanza. 

De nuevo, The Last of Us narra la crueldad a través de metáforas. La mirada del infectado, es la de una criatura que lucha por vivir. La reacción de Ellie al horror del cual es inmune, también. Gradualmente, la historia deja claro la definitiva posibilidad que la adolescente, sea la solución a un enigma hasta entonces, imposible de aclarar. “¿Cómo podemos detener lo que ocurre? ¿Cuál es la cura?”, interrogó, veinte años atrás, un militar de rostro aterrorizado a una científica. “No la hay, no hay forma”. 

Pero, el ciclo se completa de manera conmovedora, gracias al guion de Craig Mazin y Neil Druckmann. La respuesta es una adolescente que sobrevive a la infección. Pero la historia se hace más compleja que únicamente mostrar un accidente biológico. Uno de los grandes atributos del segundo episodio de la producción, es su equilibrio entre el miedo y describir la relevancia de Ellie

Su inmunidad es un camino que seguir. Para el mundo en que nació y el futuro. Su supervivencia es imprescindible y Tess muestra el secreto que guardó entre lágrimas que lo demuestra. También, para dejar claro a Joel, lo que la joven representa. “Ella es todo lo que tenemos ahora”, explica el personaje, en medio de un salón en que los chasquidos de los infectados se escuchan con claridad. “Has lo que debes hacer”. 

Cuando Joel huye, solo con la compañía de Ellie, el trayecto hacia algo parecido a la redención, comienza. Atrás, queda el fuego y un momento emblemático del juego, recreado con una atención al detalle asombroso. Mientras el hombre y la niña se alejan, The Last of Us dejó claro lo transcendente de la misión de ambos. Un hilo de luz en medio de lo inevitable que tardó veinte años en forjarse. 

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