En medio de la amplia oferta de producciones destinadas a palpitar las fiestas, Spirited (2022), disponible en Apple TV+, es una de las más ambiciosas. Esa cualidad, un arma de doble filo, la convierte en una película tan encantadora como imperfecta, una propuesta que no teme trastabillar con las múltiples aristas que aborda sino que aprehende ese caos sin la necesidad de disfrazarse de algo que no es. Para comenzar, la comedia musical de Sean Anders (That’s My Boy, Horrible Bosses 2) hace la primera gran jugada cuando demuestra su autoconsciencia al “venderse” como una nueva adaptación (y van…) de A Christmas Carol (1843) de Charles Dickens sin temor a ser juzgada por su falta de originalidad. Por el contrario, Spirited está convencida de que siempre hay una vuelta de tuerca para dar y efectivamente lo hace, casi como un salto al vacío.
De todas maneras, tampoco nos quiere persuadir de que estamos ante un relato ciento por ciento aggiornado, más bien lo opuesto: el largometraje coescrito por Anders y John Morris fluctúa entre el respeto a ese clásico del que se desprende y su necesidad de aportarle una mirada fresca a través de la cual se traza una línea entre lo sensible y lo sensiblero, una distinción que la película tiene presente. En este sentido, Spirited sabe cuándo frenar las inevitables secuencias donde predomina lo cursi inherente a una producción ambientada en una época permeable a esa clase de approach, y para eso se apoya en las interacciones entre sus protagonistas, Ryan Reynolds y Will Ferrell. La expresión “duelo actoral” parece estar siempre supeditada al género dramático, y aquí nos encontramos con un exponente cómico en el que, más allá de ciertos traspiés, sabemos que sus protagonistas no van a decepcionar. En efecto, el vínculo entre ambos es el corazón de Spirited, aquello a lo que su realizador se aferra para sacar su película a flote cuando ésta se estanca.
En busca de la redención
Reynolds interpreta a Clint Briggs, un experto en relaciones públicas que utiliza métodos mordaces para ayudar a sus clientes a sortear situaciones ásperas. Al pasar años trabajando de ese modo, genera un clima laboral en el que sus empleados se vuelven tan inescrupulosos como él, como el caso de Kimberly (Octavia Spencer), quien oscila entre lo que quiere hacer y lo que le es impuesto con pánico a tomar una decisión para su futuro antes de que sea demasiado tarde. Clint es, además, un individuo gélido, desconectado de su familia (su hermano y su sobrina) y con un pasado signado por un hecho traumático al que nunca enfrentó debidamente. Ferrell, en el memorable rol de Ebenezer Scrooge, busca redimir incluso a la persona más irredimible, y traza con sus compañeros de trabajo un plan para rescatar a Clint de sí mismo, para reconectarlo con su verdadera esencia. Con esa premisa, Spirited se desarrolla con cierta predictibilidad: sus protagonistas están en un constante tira y afloje, con uno reacio a esa suerte de makeover en tiempos navideños, y el otro con un rebosante optimismo y una cuota de ingenuidad que lo lleva a proseguir con su compleja misión con viento en contra.
A esa dinámica se le suma el componente musical, con Benj Pasek y Justin Paul (La La Land, The Greatest Showman, Dear Evan Hansen) como los responsables de una banda sonora efectiva pero sin ninguna composición memorable. De todos modos, tanto Reynolds como Ferrell se entregan con compromiso al gran despliegue de esas viñetas donde el cuerpo de bailarines les brinda un mayor peso a secuencias que podrían haber sido más concisas. Así, aunque Spirited no tenga un montaje del todo ajustado y se vuelva redundante (el viaje al pasado de Scrooge es uno de los pasajes más inspirados de la película, pero se prolonga demasiado y le quita fuerza a esa historia de origen de un personaje fascinante), termina tocando esa fibra sensible cuando pone a Clint de cara a su peor pesadilla para poder liberarlo del gran peso que acarrea.
Por lo tanto, su inevitable redención no resulta forzada sino más bien orgánica y conmovedora, en gran medida por el tiempo que se toma el largometraje para desarrollar su historia y por el carisma de Reynolds y Ferrell para comandar esos instantes en los que tienen que pasar de intrincadas coreografías a charlas intimistas sin escalas, y con el humor ingresando subrepticiamente en sus intercambios.
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