El film Depredador: La presa (Prey, 2022) de Dan Trachtenberg parece sencillo. O al menos, durante sus primeros minutos tiene un aire menor, en comparación al resto de las historias de la saga. Hasta ahora, Depredador se había sostenido sobre un contexto militar, ultra tecnificado o -en el mejor de los casos- de batallas de cuerpo a cuerpo entre hombres formidables. Para el recuerdo, una de las secuencias emblemáticas del clásico Predator (1987) de John McTiernan. Dutch (Arnold Schwarzenegger) y Dillon (Carl Weathers) intercambian un apretón de manos con el único propósito de demostrar su fuerza física. La cámara enfoca los abultados músculos de ambos actores y después, sus gestos de cariño, enmarcados en camaradería viril.
Pareciera tratarse de una escena fortuita, efectista o incluso ridícula, muy propia de los héroes gigantescos y físicamente invencibles del cine de acción de la década. Pero McTiernan tenía otra intención: la de dejar claro que su grupo de personajes eran poderosos. Tanto, como para enfrentarse a una selva sudamericana y a un grupo de guerrilla sin mayores problemas. El grupo comandado por Dutch era no solo capaz de sobrevivir a cualquier contingencia estratégica. También, eran hombres curtidos en la batalla cuerpo a cuerpo, veteranos con sobrada y probada experiencia en el cualquier campo de lucha.
Pero la criatura que les esperaba en la selva era mucho más que un enemigo. Era un cazador alfa alienígena, cuya cultura dependía, en forma íntegra, de su habilidad para matar. Una que, además, se había convertido en un mito de la región y a la vez, un despiadado asesino espectral temido por sus habitantes. A medida que la película avanza, es más evidente que nunca que lo que aguarda a Dutch y a su grupo en la espesura es mucho más letal de lo que podrían suponer. Y que ni la fuerza brutal, el armamento de punta y sus conocimientos acerca del comportamiento de cualquier antagonista, podría haberles preparado para triunfar. De hecho, solo en sus últimas escenas, Dutch comprende que la diferencia entre vivir y morir, no estará en las armas que empuña, sino en su agilidad mental, inteligencia y tenacidad para sobrevivir.
La premisa se repite de forma casi idéntica en Depredador: La presa. Además, el film deja clara su condición de experimento cinematográfico afortunado, basado en los elementos más reconocibles de la larga saga Depredador, que se extiende por tres décadas y casi siete películas. De hecho, todo el argumento se sostiene en el homenaje silencioso y sutil a la gran vuelta de tuerca que convirtió en un ícono de acción a la película de los ochenta. El enfrentamiento entre la astucia y la fuerza bruta. Entre las armas de alta tecnología y el poder de la necesidad por conservar la vida. Entre todo, la película celebra el sentido esencial de la franquicia. Un tipo de poder desconocido, que supera incluso a toda la habilidad de una criatura alienígena.
La mirada siniestra sobre un paisaje conocido
En Depredador: La presa, la cámara del director sigue a sus personajes con una inusual atención. Lo hace, en medio de una recreación limpia, apropiada y ágil de la nación comanche de tres siglos atrás. Los bosques centenarios se alzan como un escenario brutal, las primeras secuencias detallan los riesgos de la supervivencia de la premisa. Pero también, el film lo logra a través de una perspectiva curiosa acerca de la noción del peligro, la amenaza y la acción.
Como heredera de la franquicia Depredador, el film de Trachtenberg tiene un curioso compromiso. Debe romper la irregularidad de un conjunto de películas basadas en una criatura cuyo contexto pseudo mitológico, se hizo cada vez más robusto. Depredador pasó de ser una curiosidad en el cine de acción, a una narración elaborada sobre una cultura intergaláctica basada en el arte de la caza. Un tipo de criatura sofisticada, que pertenece a una sociedad violenta con sus propias reglas, límites y códigos. Con el paso de las décadas, la saga intentó brindar sustento a la idea. Pero falló, cuando se alejó de su punto básico: la cualidad del monstruo titular como cazador mayor.
Depredador: La presa recupera por completo el concepto. Lo reelabora y lo sostiene en una nueva dimensión. La particularidad histórica permite que incluso desde sus primeros minutos, la película se aparte por completo del tono y el ritmo de la saga Depredador. Mucho más orgánica, con el contexto de paisajes naturales filmados con pulso firme y la sensación de una obra íntima, es una sorpresa argumental. Pero Prey es mucho más que una premisa curiosa. En realidad, es una percepción audaz sobre una versión del cine de género que incorpora nuevos elementos para crear una atmósfera sorprendente.
Naru (Amber Midthunder) es una cazadora experta, una sobreviviente nata y un miembro de una tribu convencida del poder de la tierra y lo sobrenatural. Y deberá enfrentarse a una criatura inexplicable, en los terrenos de la naturaleza salvaje. Por primera vez, la saga Depredador lleva a su cazador alfa a un terreno en que tendrá que utilizar todos sus recursos de forma natural. También, a uno en que podrá mostrar todo su poder letal. La combinación hace de Prey una extrañísima mezcla de géneros. Por un lado, es una película de acción bien construida y ejecutada. Pero por el otro, es una exploración extraña y poderosa sobre el poder, lo maligno y lo inexplicable. Todo en medio de una colección de escenas que sorprenden por su inteligencia.
En los valles del miedo, una criatura ataca
La tribu a la que pertenece Naru conoce el territorio comanche con la intuición de generaciones enteras de sabiduría. O esa es la primera revelación que Depredador: La presa relata con sutileza. Detrás de la premisa en apariencia sencilla, Trachtenberg muestra el día a día de sus habitantes con un meticuloso detalle. Deja claro que los valles, bosques y montañas que le rodean no guardan el menor misterio para los que nacieron en ellos. Quizás, uno de los puntos irregulares de la película, sea justo la insistencia del director en esa mirada casi antropológica.
Durante su primer tramo, la cámara sigue a Naru de cacería, muestra su habilidad y, en especial, su certero sentido de la capacidad física para sobrevivir. El personaje no es solo astuto. También es intuitivo, brillante en el terreno abierto y con un sereno instinto estratégico sobre el entorno. Elementos que, más tarde, serán esenciales para comprender al film como una unidad.
Con el mismo propósito, el argumento revisa, con cuidado, la vida en la tribu e incorpora elementos de intimidad cotidiana. Este grupo de hombres y mujeres cohabitan con la naturaleza plácida. También, se enfrentan a ella, saben de sus riesgos. La película se interesa el modo de vida nativa, lo desmenuza sin caer en el estereotipo. Eso, a pesar de que el uso del idioma comanche mezclado con el inglés, tiene algo de impostura efectista que no añade demasiado a la historia.
Por supuesto, después el guion dejará claro la necesidad de la escrupulosidad de la narración. Pero al principio, resulta confuso e incluso, un tanto desconcertante. En especial, cuando la película avanza por casi veinte minutos sin mostrar a la criatura monstruosa alrededor de la cual, aparentemente, gira el argumento. No obstante Prey, como conjunto, es la suma de sus detalles casi invisibles. Y aunque requiere un ejercicio de paciencia, el film construye un escenario de enfrentamiento a la periferia.
Para cuando, por último, el monstruo titular entra en el juego, la narración dejó claro que no tendrá rivales fáciles de vencer. Pero aún más, que el gran depredador alfa del cine de acción, encontró enemigos a su medida. Se trata de un recurso brillante y bien construido, que permite a Depredador: La presa tener un peso argumental de la que carece cualquier otra película de la saga. Esta es la historia entre dos fuerzas de la naturaleza enfrentadas entre sí.
La película se toma el espacio y el tiempo para meditar sobre la batalla de inteligencia, poder y habilidad entre Naru y el depredador. A la vez, logra sostener un recorrido cada vez más frenético, elegante y pulcro a través de una batalla primitiva que tiene algo de mitológica. Sin duda, varios de los mejores momentos del argumento, son cuando enfrenta a Naru con un monstruo implacable. Una reminiscencia de los viejos dioses en lo que su tribu cree y que ella encuentra en la encarnación de una criatura inexplicable. El guion juega con la idea del mito, lo extraño y lo inquietante en medio de una lucha sangrienta. Y acierta al construir un escenario casi mitológico para sus personajes.
De la batalla y el miedo, hasta un triunfo confuso
Prey es ambiciosa, tiene mucha más sustancia, profundidad e inteligencia que sus predecesoras. Tal vez, podría criticarse su insistencia en su carácter intimista, la evidente torpeza en el uso de los efectos digitales y sus tramos de lentitud argumental. Pero, a pesar de todo, el film triunfa en su cualidad para ser una reinvención válida a una mitología cada vez más profunda y singular.
Sin dudas, es un movimiento audaz en una franquicia que llegó a su séptima entrega con la necesidad imperiosa de renovación. ¿Lo logra? No del todo, pero sí, encuentra el modo de dotar de personalidad a las escenas ya conocidas de un monstruo imparable dispuesto a matar. Quizás, su mayor mérito y éxito inmediato.
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