Un futuro incierto

Obi-Wan Kenobi: Cuando el peso de la nostalgia es un lastre sofocante

La serie de Disney+ se convirtió en la prueba más preocupante del desgaste de la fórmula tradicional de Star Wars. ¿Llegó el momento de reinventarse?

por | Jun 29, 2022

En una de las escenas finales de la serie de Obi-Wan Kenobi (2022), el personaje titular interpretado por Ewan McGregor atraviesa el desierto a lomo de un boga. Su misión de rescatar a Leia Organa (Vivien Lyra Blair) culminó con una épica batalla entre el bien y el mal. También, con un recorrido de Kenobi a través de sus temores, dolores y una redención inesperada. Luego de una década de permanecer oculto, el Jedi fugitivo de nuevo recupera la confianza en la Fuerza, sus caminos misteriosos y el objetivo de su empeño por proteger a los Skywalker. Un triunfo inesperado en medio de un escenario complejo como lo es la Galaxia bajo el control del Imperio. 

Entonces, es un rescoldo del camino, el fantasma de la fuerza del Maestro Qui-Gon Jinn (Liam Neeson) aparece. Un símbolo evidente sobre la evolución mental e intelectual de Kenobi, que durante toda la serie le intentó contactar, sin conseguirlo jamás. Pero ahora, la figura se alza airosa e invita al Jedi fugitivo a continuar su aprendizaje. La escena es corta, con una dirección correcta y como siempre, Neeson parece perfectamente cómodo en su papel. De modo que la gran pregunta es simple: ¿por qué parece tan artificial la escena? ¿Por cuál motivo el añorado encuentro se siente forzado en el gran mecanismo de nostalgia en que se convirtió la franquicia de Star Wars

La serie Obi-Wan Kenobi se convirtió durante las últimas semanas, en motivo de debate sobre el futuro de una de las sagas más queridas de la cultura pop. La oportunidad de revisitar la historia de Kenobi, con el añadido de, además, explorar en los primeros años de Vader como el Lord Sith más importante del cosmos, era una oportunidad dorada. Más que eso, una forma de crear un puente entre varias generaciones de fanáticos de la franquicia y narrar la condición elaborada acerca de la que Star Wars se sostiene en la sustancia que la forma. ¿Una herencia cultural a escala pequeña? ¿Recuerdos relacionados con la impronta de la space opera más querida del cine? Con la franquicia, siempre es mucho más que lo obvio. Y en este caso, el problema es más profundo que la dirección torpe de Deborah Chow o la intención de la serie de reescribir la historia central. 

Se trata del rumbo de las historias, convertidos en efectivos artefactos de nostalgia y productos manufacturados para el consumo de los fanáticos acérrimos. Lo cual podría estar bien — o al menos, ser satisfactorio — a no ser por el hecho que Star Wars es una entidad viva a varios niveles de interés, importancia y profundidad. De modo que resulta desconcertante, la forma en que Obi-Wan Kenobi se convirtió en un vehículo de buenos recuerdos y dejó a un lado cualquier identidad, peso añadido o repercusión. Quizás, por supuesto, se trate de la inevitable naturaleza del personaje, cuya vida está entrelazada con la de los Skywalker en cientos de maneras distintas y todas ellas, dolorosas. O del hecho que la franquicia es en realidad, el monomito de Joseph Campbell, llevado al extremo de definir las líneas de influencia, poder y trascendencia a través de un tronco común.

Un recorrido incómodo por una galaxia muy, muy lejana 

Pero mientras que producciones brillantes como Rogue One (2016) de Gareth Edwards, la extraordinaria The Mandalorian (2019-) y en menor medida, El Libro de Bobba Fett (2021), lograron especular sobre el escenario galáctico con elegancia y poderosos recursos narrativos, Obi-Wan Kenobi sabe a poco. En especial, en la medida en que cada una de sus escenas principales e incluso, las más pequeñas, dependen por completo del entramado de la trilogía original y las precuelas. 

Tanto, como para que el mismo Obi-Wan Kenobi parezca un elemento perdido en medio de una trama que solo lo utiliza como una pieza para trasladar las emociones de los fanáticos de un lugar a otro. Incluso, sus anunciados y muy esperados enfrentamientos del personaje con Darth Vader (Hayden Christensen) tuvieron cierta limitación. Las frases de Vader (en la voz del asombroso James Earl Jones), tenía mucho de recuerdo empaquetado para el consumo inmediato. Incluso, las imágenes, sacadas directamente de las viñetas de Kieron Gillen, carecían de brillo y personalidad.

¿Fue una mala serie Obi-Wan Kenobi? Se habla de doble estándar, al analizar la producción con rígidos estándares sobre independencia intelectual y conceptual, que no se aplican a otros proyectos de Star Wars. También, que a pesar de su cualidad genérica y falta de personalidad, cumplió su objetivo. En otras palabras, profundizar y elaborar nuevos paisajes sobre personajes queridos. Pero ¿eso es suficiente? La cuestión que se plantea en medio de las críticas, debates y análisis de una historia deslucida que cumplió con el mínimo de profundidad, puso de relieve el problema fundamental que enfrenta la obra de George Lucas en la actualidad: la incapacidad de productores y guionistas de apartarse del tronco central de una narración épica a gran escala. 

Por supuesto, la pregunta acerca de esa idea es obvia ¿Acepta revisiones una saga fundacional que se sustenta sobre la devoción de generaciones de fanáticos? Sin duda, The Mandalorian es un buen ejemplo de que no es necesario — no del todo, al menos — contar una historia vinculada a los Skywalker y su contexto para lograr una revisión exitosa. Pero en realidad, al final, ¿qué otra cosa es Star Wars sino una serie de historias interconectadas que rodean el núcleo de una familia herida por la codicia? Mitológica y poderosa como es, Star Wars se debate en la preocupación constante sobre su naturaleza dividida. 

Por un lado, intenta ser lo suficientemente independiente en sus líneas narrativas para creer en horizontal. Pero el tronco vertical de historias sigue siendo tan sólido y amado como para que sea imposible desligarse de él del todo. ¿Qué ocurre cuando la necesidad creativa queda sofocada bajo la imperiosa visión sobre Star Wars como legado? El fenómeno ocurrió de forma muy clara en Obi-Wan Kenobi. La gran disyuntiva es si es el punto de inicio para una debacle lenta pero previsible en el núcleo de la franquicia. 

Un valle de batallas a medio concluir 

Por supuesto, la responsabilidad de esa posible caída en un espacio creativo neutro, no es de los actores, siempre de primera línea. Nadie podría decir que Ewan MCGregor no pudo mostrar las profundidades tortuosas y lastimadas de Kenobi. O que Hayden Christensen, en la vieja armadura histórica de Darth Vader, no tuviera la intención de sostener la maldad esencial del personaje con una concentrada percepción lineal de su lenguaje corporal. El problema radica en que la serie no está destinada a contar una historia, porque en realidad no puede hacerlo. No puede cambiar líneas, innovar demasiado en personajes o atreverse con giros de guion tramposos. Para bien o para mal, la naturaleza de la precuela — y eso es lo que es Obi-Wan Kenobi, bajo su tramposa pátina de historia íntima sobre un personaje querido — es la de aportar datos. 

Mucho más, aportar las condiciones para que el disfrute de las entregas anteriores tenga un contexto nuevo. Ocurrió con algunos guiños a la mitología original, construidos ex profeso para conmover a los más acérrimos. Por supuesto, también pasó en las grandes escenas de batalla, compuestas para recordar a un Darth Vader que parecía sólo repetir parlamentos antiguos. Incluso, en sus puntos más duros, la serie desvió su interés hacia lugares elementales que debían ser revisionados. Y lo hizo con sobriedad y sin brillo, porque su objetivo no es celebrar, innovar o incluir nuevos caminos en Star Wars. Es complacer y, en la medida de lo posible, conmover a los fanáticos. ¿Eso es suficiente? 

De nuevo, un Skywalker está en peligro y un Jedi debe protegerlo. Pero en este caso, el (o la) Skywalker en particular tiene una historia que ya conocemos y se alarga en todas direcciones en el mundo de la franquicia. Mucho más sostenida por el misterio que la de Luke, hilo principal de la trilogía original. ¿Era necesario contar sobre Leia, su droide volador, su imposible sabiduría y osadía de niña de diez años? Quizás, lo debatible no es lo idóneo de contar el trasfondo de personaje. O narrar — otra vez — lo ocurrido con uno amado fuera de la pantalla de todas las trilogías y precuelas. Lo problemático es que Obi-Wan Kenobi, como producción, tiene unos límites en exceso claros. Una línea de frontera imposible de sobrepasar. 

¿Cómo contar una historia en la que se suprime el elemento de peligro? ¿Cómo preocuparse por la joven Leia cuando vimos su muerte menos de medio lustro atrás, convertida en una anciana? ¿Por qué sentir cualquier tipo de aversión por Vader, cuya tragedia es parte de la cultura pop? Incluso, la súbita muerte de El Gran Inquisidor (Rupert Friend) supo a poco, habida cuenta que ya era evidente debía sobrevivir para protagonizar, a cinco años de distancia, Star Wars Rebels (2014 -2018). Obi-Wan Kenobi se enfrentó a un diminuto espacio creativo y narrativo del que no pudo escapar. Mucho más, mientras Deborah Chow, aplastada bajo el deber de complacer — ¿qué otra cosa podía hacer? — dirigía con el mínimo riesgo escena tras escena.

Al final, un mundo robusto que necesita confrontarse 

Con frecuencia, el problema de las precuelas es uno: nadie puede morir, cambiar, transformarse o tomar decisiones distintas porque su destino está escrito. Todos los personajes tienen un futuro creado a partir de elementos más poderosas que les convierten en títeres. Y aunque en algunos casos, una precuela aporta datos para ennoblecer y profundizar en los espacios conocidos, Obi-Wan Kenobi no lo fue. A pesar de los múltiples intentos por conmover, asustar y preocupar, los duelos con fuego, sable y grandes frases ominosas sobre muertes inquietantes, la serie estaba predestinada solo a reflejar lo mínimo de un espacio amplio que no pudo contener bajo ningún aspecto. 

Sin duda, hay experimentos exitosos en el arte de pasar lo que ocurrió antes de grandes eventos inevitables. The Clone Wars (que narra que ocurrió entre los Episodios II y III) tomó nuevos personajes y creó una extensa mirada sobre lo que ocurría en una situación destinada a la desgracia con sabiduría. Algo parecido ocurre con Better Call Saul (2015-2022), que llegó tan lejos como para unir el antes y el después del icónico Saul Goodman de Bob Odenkirk en una trama compleja. La serie, con vitalidad propia, no depende de Breaking Bad (2008-2013), como no sea para referencias inmediatas o para profundizar en su mitología. Una mirada elegante a situaciones futuras que pueden enlazarse de manera creativa. 

Incluso en ese sentido, Obi-Wan Kenobi falla. No solo presenta personajes de enorme interés como Tala Durith (Indira Varma) solo para asesinarla con premura. Mucho más complejo, es el caso de La Tercera Hermana Inquisidora, Reva (Moses Ingram), con motivaciones, contexto y dolores propios, pero que termina por ser una excusa para redenciones tardías. Al final, a la desconocida Reva se le equipara con el conflicto central y el desequilibrio del guion queda revelado de inmediato. Tanto Tala como Reva, pudieron tener un mayor y más profundo desarrollo, antes de convertirse en una simple forma de hacer avanzar la trama. 

La lección de Rogue One es mucho más clara en Obi Wan Kenobi que en ninguna otra producción de Star Wars. La película profundizó, mostró y recreó un elemento por completo desconocido del amplio universo de Star Wars. Y triunfó con la delicada propuesta de un sacrificio mayor en favor del bien común. Pero Obi-Wan Kenobi no se atrevió a tanto. ¿Se atreverá la serie Andor, a punto de estrenarse? ¿Lo hará los futuros proyectos dirigidos por Taika Waititi y Rian Johnson, todavía a una distancia considerable? No está claro cuál es el futuro de Star Wars. Lo que sí es evidente, es la necesidad de la reinvención. Y una más audaz que solo mostrar lo que los fanáticos desean ver por el mero hecho de complacer el músculo motor de la franquicia. Un bache que llevó a Obi-Wan Kenobi a sus peores momentos y que, quizás, condene su continuidad a corto plazo. 

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