Joanne (Kristen Bell) tiene un podcast sobre relaciones y sexo con su hermana Morgan (Justine Lupe) en el que el principal tema de discusión parecen ser sus (muchos) fracasos románticos y relaciones tóxicas. Noah (Adam Brody) es un joven -y muy atractivo- rabino a la espera de un ascenso en su trabajo, recién salido de una relación con la que todos esperaban que fuera su futura esposa, Rebecca (Emily Arlook).
Ambos se encuentran en una cena y la química es inmediata. El problema es que ella no es judía, y para él, en su calidad de líder comunitario, esa no es una posibilidad. Su vida privada es parte de su vida pública y va a influenciar sus relaciones familiares y laborales.
Tu historia me suena
Para muchos, el argumento de Nobody wants this les recordará a la película del 2000 Keeping the faith (estrenada en nuestro país como Divinas Tentaciones) en la que Ben Stiller es un rabino que entra en una especie de triángulo amoroso con su mejor amigo, un cura católico (Edward Norton, director de la película) y la mejor amiga de la infancia de ambos (Jenna Elfman). Ahí también el personaje de Stiller se encontraba en la disyuntiva de si dar o no a conocer su relación con una goy (no judía) y arriesgarse a perder la oportunidad de convertirse en el rabino de su comunidad. Una transcurre en Nueva York y la otra en Los Angeles, con veinte años de diferencia, pero muchas de las situaciones son similares.
Casi que no me alcanzan los dedos de las manos para contar la cantidad de veces que periodistas, influencers y aficionadas han prometido el “renacimiento” de la rom-com con la llegada de un nuevo estreno que, en muchos casos, terminaba pasando sin pena ni gloria. Esto debería ser señal suficiente de lo desesperados que estamos por este tipo de historias, sobre todo a medida que las mujeres (y el público general) aprendemos a amigarnos con el contenido “para chicas”. Un género tan noble como la rom-com, que vivió sus tiempos de gloria en los noventa y los tempranos dos mil, pero que parecía no haber sobrevivido a la reivindicación masiva del feminismo y la deconstrucción del amor romántico.
El renacimiento de la rom-com
Pero les fans sabíamos que en algún lugar tenía que haber una historia de amor en la que dos personajes adultos, con responsabilidad afectiva y mucha química, deben sortear dificultades y malentendidos en el camino hacia el final feliz. E íbamos a encontrarlo. No me parece que sea menor el hecho de que lo hizo de la mano de quienes fueron dos íconos de aquellos años de gloria, como son Adam Brody y Kristen Bell. Este es un producto para millennials y no había nadie mejor que Seth Cohen y Veronica Mars para traerlo a nuestras pantallas.
En una época que decidió compensar años de misoginia con personajes femeninos perfectos que nunca se equivocan, nunca se preocupan por su imagen (e igual son hermosas), son sororas y no necesitan a un hombre; Joanne es una bocanada de aire fresco. Su mayor miedo es una cirugía plástica fallida, está obsesionada con la ex de su novio, necesita llamar constantemente la atención y está un poco desesperada por encontrar el amor y una relación sana. Admite que en sus relaciones anteriores no dudaría en revisar las cosas de su novio, quiere ser mejor, fracasa, lo vuelve a intentar.
Del mismo modo, su hermana Morgan es envidiosa, mala onda, un poco mala leche y hasta prejuiciosa (no olvidemos que el primer comentario que hacer al conocer a Noah es “no se ve tan judío”). Se mienten, se pelean, se tiran golpes bajos, pero también son mejores amigas, se ayudan, se acompañan. No son siempre queribles ni es fácil empatizar con ellas. Son mujeres reales. Y eso es lo que hace que su podcast sea un éxito. También por eso, de este lado de la pantalla, mantienen nuestro interés, aún si no siempre cuentan con nuestro afecto.
El hombre definitivo
Y después está Noah. Bueno, no puedo ni empezar a hablar de Noah sin que me tiemblen las rodillas. Es el novio definitivo. Te lleva a tomar helado por las calles de Los Angeles, te promete que pueden bancarse toda tu intensidad, te toma la cara entre esas manos enormes y te da un beso que te deja embarazada. Porque Joanne lo dice, pero todas lo sentimos.
Del mismo modo en que las mujeres de la ficción se han vuelto personajes tan perfectos que pueden resultar chatos y aburridos, sus contrapartes masculinas en muchos casos son unos zopencos absolutos que incomprensiblemente logran conquistarlas. Un gran acierto de Nobody wants this es crear a un varón que es profundamente carismático y sexy, honesto y sensible, con desaciertos y defectos, pero que nos atrae más allá de sus declaraciones de amor. Está diseñado para enamorar y lo logra con creces.
Y no es menor que sea este hombre sexy, masculino, seguro de sí mismo y de lo que quiere, que también es judío. Tras años de personajes inseguros, neuróticos, cortados con el molde de Woody Allen (en sus facetas menos polémicas) y Jerry Seinfeld, Noah también es un gran avance en materia de representación.
Mientras nos enamora, nos enseña sobre la riqueza de la cultura judía, sus tradiciones, rituales y filosofía. Es un judío que ama su tradición y no la vive como una carga. Y hoy, en un momento en que los niveles de antisemitisimo registran los números más altos desde el Holocausto, es más que reconfortante, necesario.
Todos quieren esto
La serie también introduce una colección de personajes secundarios que proporcionan un buen trasfondo para la historia de Joanne y Noah pero que no terminan de despegar del todo. La excepción son los hermanos de los protagonistas, Morgan y Sasha (Timothy Simons), que desarrollan una interesante relación como los “hermanos perdedores”. Que ruego a los dioses de la rom-com que no evolucione hacia el romance en una -aún sin confirmar, pero absolutamente necesaria- segunda temporada.
Algunos probablemente ya cumplieron su ciclo, como la rabina Shira (Leslie Grossman), amiga y mentora de Noah que le recuerda que el cambio también es parte de su tradición; o Rebecca, la ex-novia cuyo fantasma sobrevuela el comienzo de la relación de nuestros protagonistas. Pero hay otros que probablemente volverán, para nuestro agrada o fastidio: los padres de Joanne, (Stephanie Faracy y Michael Hitchcock), Bina, la conservadora madre de Noah (Tovah Feldshuh) y mi favorita personal, Esther (Jackie Tohn).
Para la próximA
Mucho se ha escrito para criticar la representación de las mujeres judías como controladoras, neuróticas, conservadoras y hasta asexuales, que se sienten amenazadas por las shiksas (mujeres no judías) divertidas y promiscuas. No estoy acá para defender las decisiones de la creadora Erin Foster, quien se basó ligeramente en su propia experiencia de convertirse para casarse con un productor judío, ni para recordarnos que las rom-com tradicionalmente se han nutrido de estereotipos y lugares comunes. Solo estoy acá para ver la evolución de la fría Esther, desatada y lista para romper todas las reglas.
De todas las críticas que se le pueden hacer a la serie, desde su representación o su originalidad hasta si es una estupidez o el verdadero renacimiento de la rom-com; yo creo que la más importante (y una que no he visto tan discutida en redes) es su mojigatería. Para ser un programa protagonizado por una mujer que tiene un podcast en el que se hacen reseñas de consoladores y se discuten los pormenores de la vida sexual de sus anfitrionas, falta contenido “spicy”.
Más de veinte años del estreno de Sex and the City, y en una plataforma que nos dio Sex Education (2019-2023) o Bridgerton (2020-), Nobody wants this (2024-) podría haber sido mucho más sexy, provocadora y disruptiva, pero en cambio elige un camino mucho más ingenuo. Es una oportunidad perdida, pero siempre podemos esperar una segunda temporada que lo solucione.
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