¿Cómo responder ante un pedido que parece imposible de ser aceptado? ¿Cómo negarle su último deseo a una amiga que se marchita y a la cual solo la muerte le promete alivio? El primer largometraje en habla inglesa de Pedro Almodóvar plantea este dilema tras llevar a Ingrid (Julianne Moore) a reencontrarse con Martha (Tilda Swinton).
Años separaron a estas mujeres, pero durante una charla con una amiga en común, Ingrid se entera no solo de que Martha está hospitalizada, sino de que carga con una enfermedad terminal. En la fase 3 de un cáncer cervical, el tortuoso tratamiento experimental que la mantenía con esperanzas de vivir no parece estar haciendo efecto.
El tiempo corre y, habiendo aceptado que la muerte está cada vez más cerca de su lecho, Martha no solo hace las paces con la relación distanciada que tiene con su hija Michelle, sino que se niega rotundamente a enfrentar su inminente deterioro. Aferrándose a lo único que siente es tangible y que el tiempo todavía no llegó a arrebatarle, se decide a priorizar su dignidad.
A pesar de las dudas iniciales de Ingrid, ambas se mudan a una casa en el bosque, ya que Martha no se atreve a transitar sus últimos días en soledad. Pretendiendo que lo que comparten son tan solo unas vacaciones, todo seguirá en aparente normalidad. Eso es, siempre y cuando la puerta de la habitación de Martha se mantenga abierta. Ingrid esta advertida: el día que esa puerta roja esté cerrada, su amiga habrá tomado la decisión de irse.
Tomar el control de mi vida: un autorretrato
Todo aquel que conozca la filmografía de Almodóvar sabe de la importancia de las cualidades pictóricas en su obra. La saturación de sus paletas es parte de su firma, usándola en este caso para hacernos sentir que la reunión entre ambas mujeres fue marcada por el destino, ya que ambas se visten con los mismos colores. Más tarde usan prendas verdes y se sientan en un sillón del mismo tono, su unión intensificándose mientras se ponen al día con la vida de la otra.
Ingrid comenta estar trabajando en la biografía de las pintoras Dora y Leonora Carrington, compartiendo casi a manera de chisme el triángulo amoroso con el cual el universo pareció entretejer la vida de ambas mujeres. Ella quiere transmitir las peculiaridades de aquel vínculo, remarcando la importancia de las libertades artísticas que se tomará para hacerlo.
Martha rememora el pasado. Al compartir la tragedia que se llevó al padre de su hija, presenciamos el momento como ella pudo solo haberlo imaginado. Es así como en un campo inmenso, a lo lejos, una casa está en llamas. Su ex corre, persiguiendo al fantasma de voces que piden auxilio y quien fue su esposa lo persigue, pero cae derrotada en medio del alto pastizal.
Es la imagen viva de El mundo de Christina (1948), la pintura de Andrew Wyeth. Si bien Almodóvar habla de la pérdida del amor en la vida de dos mujeres, lo hace imitando el retrato de Anna Chrsitina Olson, una mujer que padeció una enfermedad que eventualmente le quitaría la habilidad de caminar. Postrada, tal como el personaje de Vicky Luengo, Christina solo podía arrastrarse, eternamente lejos de alcanzar la cabaña.
La casa en el bosque que alquila Martha es moderna, de apariencia minimalista y angular, resaltando entre árboles, además de frondosas y coloridas flores. Al entrar, ambas mujeres descubren una pintura de Edward Hopper, parte de una serie en donde piscinas de aguas tranquilas son el centro de atención. Con paletas coloridas que aparentas optimismo, las pinturas de Hopper transmiten una particular sensación de quietud y ante todo melancolía. Es el reflejo de la decisión de Martha. Un final calmo, controlado y sin dolor. Un silencioso optimismo.
Lo personal también habla de lo colectivo
Con una ventana que separa a los personajes de la cámara, reflejos se superponen sobre los cuerpos, desdibujando los rostros o cubriendo a estas mujeres con las flores que rodean a esa casa llena de adioses anunciados. Es en la convivencia en que Ingrid va notando las despedidas diarias en las acciones rutinarias. Sí, la historia que el director manchego nos presenta es una tragedia, pero nos propone no encararla con golpes bajos. Por el contrario, Martha habla de su condición diariamente y con naturalidad, adelantando su partida. Es tan cínica con su humor que por momentos llega a poner a prueba a su compañera.
Es con Damian (John Tunturro) en donde encontramos una perspectiva derrotista. El ex amante de ambas mujeres está atrapado en la añoranza, extrañando la intensa vitalidad con la que vivía años atrás. Intenta reiniciar la pasión romántica con Ingrid, no dejando ir aquello que lo hace sentir vivo. Pero, ese idealismo hace que sienta a flor de piel un tormento colectivo: las repercusiones de las políticas que incitan la desigualdad social y las violencias que eso conlleva. Con un horizonte en la neblina, el futuro resulta desesperanzador.
Ingrid oye sus preocupaciones con paciencia. Jamás las niega, pero su única respuesta es encararlas tal como Martha hace con lo que le queda de vida: encontrando placer en las pequeñas cosas. Así como Almodóvar hablaba de la identidad de una bebe y la de cadáveres anónimos en una fosa común en Madres Paralelas (2021), lo micro espeja a lo macro.
La angustia es a veces inevitable, pero queda en nosotros dejar que nos consuma frente a los problemas que nos exceden. Aún durante las más grandes tristezas podemos encontrar milagros mínimos. Como copos de nieve rosados, cayendo sobre una ciudad gris o una piscina de aguas jamás quebrantadas.
Así como Ingrid embellecía sus textos con licencias artísticas y Martha anhelaba poder hacerlo fuera de la privacidad de su propia computadora, Almodóvar le da a sus relatos una poética que no es privilegio del arte, sino una necesidad. La encontramos al hacer foco en la enormidad afectiva de un diminuto beso sobre el hombro, o en el rostro fantasmal de la hija distanciada de Martha.
Ganadora de la Palma de Oro en el Festival de Venecia 2024, La habitación de al lado (2024) aprovecha al máximo a dos actrices enormes, marcando su distancia de una narrativa predecible y fatalista. Nos sorprende, logrando que una historia que parecía prometer que abandonaríamos las butacas sintiéndonos miserables, muy por el contrario, nos deje con la impresión de haber recibido un cálido abrazo.
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