En el nombre de la madre

“Inmaculada” vs. “La primera profecía”: Las dos caras del terror religioso

En pleno debate mundial sobre los derechos reproductivos, dos películas convierten el cuerpo de la mujer en terreno — a la vez — sagrado y sacrílego.

por | May 31, 2024

En Immaculate (2024) de Michael Mohan, Cecilia (Sydney Sweeney, convertida en una reina del terror), intenta huir de una concepción divina. Mucho más, de las consecuencias que traen aparejadas, una intrusión directa, brutal y cruel en su cuerpo. La película, que transcurre en un alejado convento en el que el mal avanza al subtexto, relata la forma en que el útero de la religiosa se convierte en una forma de poder. No suyo ni uno que pueda conferir, sino uno que le es arrebatado por la fuerza. Para su escalofriante — y asombrosa — escena final, la cinta deja algo en concreto: la capacidad de concebir es un terreno en disputa de lo sacro y lo sobrenatural. 

Por otro lado, The First Omen (2024) de Arkasha Stevenson se va al extremo contrario. Esta vez, el profetizado Anticristo nacerá de las entrañas de una mujer y en medio de una conspiración a gran escala, que convierte la idea del mal en una percepción punzante sobre lo femenino. Mucho más, sobre el deseo, la insatisfacción. Todo, en medio de una serie de escenas brillantes en la que el terror se transforma en un código para entender el sexo, la procreación y el futuro.

La directora, que también escribe — y de allí la diferencia con Immaculate, cuya óptica pasa por cierta neutralidad masculina — capta el hecho del horror de perder el control del cuerpo. De la violencia que arrebata a la mujer sus últimos espacios y dolores. Poco a poco, la cinta se hace un alegato — elegante y conciso — sobre el miedo a la pérdida y la sujeción a un mal jerárquico que arrasa con todo. 

Ambas obras, que retratan la violencia corporal desde un ámbito sobrenatural, parecen reflejar lo que en la actualidad ocurre en diferentes países del mundo. De la derogación de la sentencia Roe contra Wade, el 24 de junio de 2022, y que desvirtuó el derecho al aborto en Norteamérica a las circunstancias violentas que deben soportar mujeres en todo el mundo en conflictos armados o en regímenes teócratas.

Lo cierto es que la nunsploitation para la nueva generación tiene más contenido político de lo que podría suponerse. En particular, porque las víctimas de ambas películas, terminan por batallar en un intento de conservar su control e imperio sobre su organismo y capacidad para procrear. Una lo logra a medias, la otra no. Pero entre ambas situaciones, la cuestión es clara. Ser mujer nunca ha sido tan peligroso, violento y angustioso. 

el dilema del útero sagrado

El terror religioso no es sencillo. Mezclar en un mismo escenario lo divino y a la vez, los tropos del género, siempre supondrá un equilibrio precario que, difícilmente, una película pueda lograr. Mucho más, porque cualquier desbalance en el tono y el ritmo, transforma la historia en pantalla en una caricatura. Lo que requiere un refinado sentido de lo grotesco.

Ya en 1973, El Exorcista de William Friedkin lo demostró en una puesta en escena tensa y nauseabunda, en la que mostraba una posesión como un dilema de fe y además, una transgresión moral que resultó incómoda y determinante para el terror en adelante. Pero además, tomó a protagonista — una adolescente debutante — y la sometió a un abuso violento que transgredió limites que todavía impactan en la actualidad. De modo que lo femenino estaba presente, pero a un costo altísimo y destructor. 

Pero en 1976, Richard Donner hizo lo impensable hasta el momento. Tomó las escrituras bíblicas y las convirtió en una película de terror, que, además, se atrevió a analizar el mal moderno desde una sutileza inquietante. Traduciendo el libro del Apocalipsis, casi versículo por versículo, el argumento de La Profecía contaba la llegada del anunciado Anticristo. De forma tan específica y creíble, que la cinta se convirtió en un tipo de premisa por completo nueva.

Sin mostrar demasiado y apenas insinuando la naturaleza de lo demoníaco a través de accidentes y horrores a la sombra, el argumento se enfocaba en Damien (un precioso Harvey Stephens de cinco años de edad) como fuente de todo lo maligno. ¿El motivo? Era el hijo del diablo, némesis del bien y predestinado antiprofeta, responsable de la futura destrucción del mundo. Sin embargo, más que eso, se enfocaba en que había sido parido — por un chacal o una mujer, la cosa no quedaba especialmente clara — y traído al mundo a través de la capacidad de procreación. 

Lo femenino disperso y temible 

La premisa siguió su ruta en la inferior Damien: La Profecía 2 (1978) de Don Taylor. En esta, Damien, un adolescente adoptado ahora por su tío, vivía en Chicago. Interpretado por Jonathan Scott Taylor, el perverso personaje apenas descubría su naturaleza malvada y hacía uso de ella, con la feroz despreocupación del adolescente que era.

En esta ocasión, había pocas mujeres a su alrededor, pero sí, una que le protegía a toda costa. Pero el centro era el diabólico niño sobrenatural, ahora un jovencito en pleno crecimiento. Para la historia del cine, la escena en que responde, en una sucesión tenebrosa, las preguntas de un angustiado profesor de historia, quedó grabada. “Sé todo lo que hay que saber”, murmura el tétrico niño, cuyo rostro aparece en el mítico — y ficticio — mural de Yigael, como el responsable de la inminente destrucción del mundo.

La saga se completaría tres años después con La Profecía III: El conflicto final, la peor de la historia inicial — hay una serie y dos películas más, sin mucho que agregar a la trama — dirigida por Graham Baker y sin duda, una floja conclusión. Damien Thorn (un solemne Sam Neill), ahora llevaba adelante el proyecto destructivo de su demoníaca naturaleza, solo para tropezarse con el nacimiento de Jesucristo y morir de la manera más anticlimática posible, sin confrontación alguna.

Con todo, la trama logró unir algunos hilos fundamentales de la historia y mostró varias escenas vomitivas. Entre ellas, una reposición en tiempos contemporáneos de los asesinatos de los inocentes y escalofriantes monólogos de Damien, jurando fidelidad a la maldad.

Volver a los orígenes (la mujer)

La primera profecía toma todo lo anterior y hace lo más complicado en su situación. Volver a la película original — y la mejor — para narrar no ya la historia de Damien — al menos, no de manera directa — sino la de su madre. Para la ocasión, Stevenson toma el testigo de Donner — y solo de él — para componer una historia brillante, que también coescribe, sobre el paso originario del mal profetizado en el mundo.

De la misma manera que en Immaculate la película se enfoca en sus protagonistas y en específico, de analizar el mal a través de ellas. Ya fuera por abuso o violencia, lo cierto es que lo tenebroso habita en ambas. Pero a diferencia de otros intentos de darle continuidad o profundizar en el origen de universos de terror más complejos, Stevenson medita sobre cómo el diablo — o su hijo — encontró la puerta ideal para asolar el posible futuro de la humanidad.

Ambientada en la década de los sesenta, con una fotografía impecable que rinde homenaje al grano analógico y un argumento que profundiza en el body horror hasta la repugnancia, The First Omen sorprende. No solo por su capacidad de narrar sin perder su conexión con la cinta inicial de 1976 — la que referencia con pulcritud e inteligencia — sino por evitar hacer uso fetichista del horror aplicado a los cuerpos femeninos. Toda una novedad en el cine actual y que lleva a la producción a un lugar nuevo y brillante sobre la corporeidad de lo metafísico.

La película, que sigue a Margaret (Nell Tiger Free) hasta Roma para tomar los hábitos, es violenta al narrar cómo el sexo, la lujuria y la necesidad física, se entremezclan para crear un escenario idóneo. El que hará posible que el futuro bebé, fruto de la sed del diablo por la destrucción, llegue al mundo.

Pero la directora, que no intenta reivindicar la figura femenina, hacer la historia más moderna o mucho menos, consumible, sino que se concentra en el hecho del mal que acoge al mal. Lo que hace que todo lo que rodea a Margaret — cada vez más brutal y cruel — sea un escenario complicado que conecta con un subterfugio terrorífico. ¿Pueden los pecados de la iglesia ser el vehículo idóneo para una profecía prácticamente autocumplida?

El horror llega en la sangre

The First Omen avanza con cuidado en una serie de espacios incómodos y terribles. Porque, más allá de las vísceras derramadas (que las hay) y los habituales clichés del terror religioso, hay una percepción sobre la fe, la creencia y lo sobrenatural que la emparenta con la primera película.

En la de Donner, una fuerza invisible arrasaba con cualquier obstáculo que pudiera evitar que el pequeño Damien prosperara en mitad del seno de una familia poderosa. En la de Stevenson, la misma fuerza se manifiesta de a poco y anuncia que Margaret — su útero — será un altar profano que creará un horror imposible de definir. Y todo en la forma de un niño.

Con todo tipo de referencias a obras mayores, La primera profecía es inesperadamente fresca, bien construida e inteligente. Lo que lleva a que probablemente sea el comienzo de una definición común sobre explotación de premisas. De modo que sí, quizás habrá más secuelas. Aunque sin duda, esta entrega, tenebrosa, transgresora y muy femenina, quedará para la historia.

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