Un majestuoso dragón dorado sobrevuela Desembarco del Rey (o King’s Landing, para los más puristas), mientras nos sumerge de vuelta en este universo que tanto extrañábamos, o que quizás estamos descubriendo por primera vez. Aunque nadie en este planeta puede ser ajeno al fenómeno cultural que fue Game of Thrones (2011-2019), su precuela apunta a atraer no solo a los fans de la famosa serie de fantasía épica e intrigas políticas, sino también a todos aquellos que -por un motivo u otro- se resistían a caer bajo su hechizo.
Ya sea por juventud, por desinterés, o simplemente por ir contra la corriente, no hayas formado parte de las legiones de fanáticos que se sentaban todos los domingos a la noche frente a la pantalla de HBO para vivir este ritual colectivo, quizás solo comparable con un partido de fútbol, tanto por su masividad como por las pasiones que despertaba. “Estos placeres violentos tienen finales violentos”, dirían en Westworld (2016-), otra serie emblema de HBO, citando a Shakespeare. Y es precisamente lo que pasó en definitiva con la popular y queridísima Game of Thrones.
El final de la serie original basada en los libros de George R.R. Martin (Canción de Hielo y Fuego) tras su octava temporada, dejó contentos a unos pocos e indignados a varios millones de espectadores, que le dedicaron casi una década de lealtad para terminar decepcionados con un final apresurado y anticlimático. Análisis aparte, la nueva serie televisiva nacida de este mundo literario no solo tiene que levantar la bandera de un suceso fenomenal como fue Game of Thrones, sino también convencer a propios y ajenos de que vale la pena darle otra oportunidad a la historia de Westeros.
Un desafío dracónico
La princesa Rhaenyra Targaryen es la narradora de esta nueva (pero vieja) historia, que tiene lugar en el continente de Westeros casi 200 años de los sucesos de Game of Thrones. Para dejar en claro su vínculo con la serie original -y a falta de una apertura musical en el primer episodio- una placa negra anuncia al principio del capítulo que los hechos transcurren 172 años antes de Daenerys Targaryen. El clan de los dragones será el absoluto protagonista de esta precuela, prometiendo un asiento en primera fila para presenciar el declive de la casa más poderosa y temida de este mundo fantástico.
A partir de ese momento, solo queda esperar que las comparaciones favorezcan a House of the Dragon (2022-), que depende por completo de su antecesora y no busca nunca despegarse de ese legado. La apertura del segundo episodio lo confirma, con la clásica intro de Game Of Thrones, compuesta por Ramin Djawadi, sonando cual himno para dar comienzo a esta ceremonia. La misma que nos reunía todos los domingos a la noche religiosamente alrededor de la TV en todo el mundo al mismo tiempo, un rito que amenazaba con perderse por completo en la era del streaming. Sin embargo, HBO volvió a apostar por el formato (nunca dejó de hacerlo) y el público fiel de Game of Thrones volvió a responder el llamado, cual abanderados de la causa.
En sus tres primeros episodios, La Casa del Dragón fue presentando a sus jugadores tímidamente, casi como pidiendo permiso (y perdón) a su audiencia. Las internas del clan Targaryen revelaron los condimentos básicos de cualquier buena intriga palaciega que se precie de tal: una mezcla perfecta de traiciones, ambiciones, secretos, lealtades y violencia. Con un par de prolijos montajes, el primer episodio estableció los principales conflictos de la temporada, las motivaciones de sus protagonistas y el nivel de producción de la serie, a la altura de su predecesora. El experimentado Miguel Sapochnik (responsable del famoso episodio de “La Batalla de los Bastardos”) dirigió el primer capítulo de este nuevo spin-off con una precisión casi quirúrgica.
Los herederos
Del éxito de House of the Dragon depende que los demás spin-off de este mundo fantástico obtengan luz verde y presupuesto, lo cual le suma todavía más presión. Pero hay un ingrediente que hace a Game of Thrones única y -excepto en la brutal escena del parto en el primer episodio- brillaba por su ausencia en esta nueva serie hasta entrado el cuarto episodio. La certeza de que ningún personaje está a salvo, la violencia desatada y la inmoralidad en su máxima expresión (con el incesto como caballito de batalla en esta ocasión).
Si bien se insinuaba una creciente tensión sexual entre Rhaenyra Targeryen (Milly Alcock) y su tío Daemon (el fan favorite Matt Smith), los dos personajes con más química en la pantalla estuvieron separados prácticamente durante los primeros tres episodios y las pocas secuencias de acción de cada episodio eran medidas y hasta demasiado calculadas. Casi como si se estuvieran cocinando a fuego lento, algo que muchos fans supieron apreciar desde el principio y desesperó con su parsimonia a otros.
Incluso una de las hazañas más épicas del príncipe rebelde Daemon, al robar el huevo de dragón para provocar a su hermano y su sobrina, transcurrió en una elipsis temporal que nos dejó fuera de la acción. Incluso las imágenes promocionales de la serie habían adelantado esta aventura, pero quedó fuera de cuadro. Lo mismo ocurrió con la repentina batalla final del tercer episodio y su desenlace, convenientemente resuelto en una cueva a escondidas de la audiencia. Mientras tanto, la mayor batalla de la serie hasta ahora, se resuelve casi tan rápida y convenientemente como se decide la estrategia.
Juego de elipsis
Los saltos temporales entre episodios son otra de las características de esta serie que desconcertaron un poco a su audiencia. Seis meses pasan casi sin consecuencias entre el primer y el segundo episodio, dos años en el tercero y uno más en el cuarto, solo para retomar al quinto como si se tratara del día siguiente. A partir de la segunda mitad de la temporada el domingo que viene, el salto temporal es tan grande que dos de los personajes principales cambiarán de intérprete.
Milly Alcock (quien tiene 22 años, pero en la serie interpreta a Rhaenyra de 15, 17 y 18 años) será reemplazada por Emma D’Arcy, y Olivia Cooke tomará el lugar de Emily Carey como Alicent Hightower. Esta elección artística y la discontinuidad en el ritmo de la historia es algo curioso por tratarse de los capítulos introductorios de la primera temporada, que nos presentan a todo un clan con personajes nuevos, pero al menos se agradece que no tengan la pereza de recurrir al uso de placas explicativas y reflejen el paso del tiempo en pantalla mediante recursos narrativos un poco más sutiles, que apelan a la atención del espectador.
De todos modos, si hay algo por lo que no se destaca House of the Dragon es, precisamente, por su sutileza. Una vez que aceptamos el código que nos propone, como público heredero de Game of Thrones, la trama avanza a vuelo de dragón, sin lugar aparente para la exploración de los matices de sus personajes y mucho menos del mundo en el que habitan. Lo único que importa en esta serie es la dinastía de los Targaryen y cómo pasan de ser la casa dominante en Westeros a convertirse en un linaje de príncipes vagabundos y princesas desterradas. Incluso la “nueva” intro de la serie se encarga de ubicarnos en la genealogía de los Targaryen, mientras la antigua nos daba a conocer la geografía westerosi.
La casa del incesto
Mientras que uno de los principales (y más subrayados) planteos de la serie es la poca -o nula- predisposición del reino para aceptar a una soberana femenina, la atención de la audiencia se enfoca principalmente en otro conflicto: la creciente tensión sexual entre los personajes interpretados por Matt Smith y Milly Alcock. Finalmente, House of the Dragon parece encontrar su peso específico en la incestuosa relación entre el príncipe Daemon y su sobrina, Rhaenyra Taragaryen, heredera al trono y rebelde con causa. En el cuarto episodio, el ship de nobleza blonda alcanza su punto cúlmine, y a partir de ese momento, sabemos que todo puede ir solo en picada.
Y esa potencial desgracia es la que moviliza al fan de Game of Thrones. Esa creciente tensión que promete finales violentos para estos placeres violentos, que nos predispone a esperar sangre en cualquier celebración (especialmente si se trata de una boda) y que rueden las cabezas de nuestros personajes preferidos. Hay un cierto disfrute en el sufrimiento que nos provoca esta serie, quizás porque se vive colectivamente y porque nos lleva a considerar nuestro propio mundo un poco menos horrendo, mientras observamos desde la comodidad -y seguridad- de nuestro sillón de los fatídicos destinos de sus protagonistas.
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