Con una premisa que, en muchos lugares, homenajea ideas de la original, mientras les da una vuelta de tuerca inteligente, la reboot de David Bruckner (The Ritual) aprovecha su tiempo para desarrollar a sus personajes centrales con sadismo diluido, pero creciente. Esto marca una de las grandes diferencias con Hellraiser (1987), que -desde el comienzo mismo- deja muy marcado lo explícito de su gore. En este caso, en un principio genera dudas de donde están los límites que la película piensa transgredir. Pero a no desesperar. Si hay algo que aprendimos con esta franquicia es que a los placeres más retorcidos hay que saborearlos.
En la nueva versión de Hellraiser (2022), Riley (Odessa A’zion) es una adicta en recuperación que vive junto a su hermano Matt (Brandon Flynn), quien -no queriendo que ella sufra una recaída- desaprueba la nueva relación que tiene con Trevor (Drew Starkey), otro adicto. Riley se va de la casa y su camino eventualmente se cruza con el del famoso cubo rompecabezas, la Caja de Lemarchand. Tras la desaparición de Matt, Riley deberá enfrentarse a los cenobitas, terroríficas criaturas que ofrecen a los humanos explorar los límites entre el placer y la tortura, pero también la forma de reencontrarse con su hermano. Con el cubo demandando un pago en sangre, nuestra protagonista deberá decidir si el sacrificio merece la pena.
Un makeover Cenobita
El Sacerdote del Infierno, Pinhead para los amigos, es en este caso interpretado por la actriz Jamie Clayton (Sense8), un ser andrógino y más cercano a la descripción que Clive Baker daba en su novela The Hellbound Heart (1986). La interpretación de Clayton tiene un aura más mística e impasible, mostrando un desapego completo a aquello que daba humanidad al Pinhead de Doug Bradley, tan severo como elocuente. El maquillaje y diseño de los cenobitas es excelente, quitándole esos fetichistas trajes de cuero para usar la propia piel de los personajes como material de cada diseño. Cuerpos deformados y moldeados, nuevos orificios y tajos se convierte en características que individualizan a estos teólogos del sadismo, mientras enfatizan su naturaleza sexual.
Es un acercamiento interesante para una saga en donde el goce sensual es un tema tan central, que si bien lo hemos visto siendo expuesto de manera muy liviana o metafórica, el regalo de los cenobitas tiende a favorecer una visual tortuosa, obviando una exposición más erótica en sus prácticas. Si bien no es necesario llegar a los límites de los explicito como lo hace Lars Von Trier en Antichrist (2009), el hecho de que una saga que habla sobre el dolor como máxima expresión del placer solo represente gráficamente sus aspectos más agresivos es otro ejemplo de la aceptación Hollywoodense por la violencia y su miedo a explorar la sexualidad y sus posibilidades.
La Configuración Lamentis
El mito se expande desde sus cimientos. El cubo, objeto que funciona como llave de invocación a los cenobitas, se manipula de manera que -para activarlo- quede un orificio, un pequeño abismo a lo desconocido liberado literalmente por un acto de penetración. En un pacto fáustico, cada sacrificio de sangre acerca al usuario no solo a cumplir sus anhelos, sino a Dios mismo, haciendo especial énfasis en las consecuencias que esto conlleva, mientras se abre la posibilidad de que futuras películas exploren cada una de las configuraciones de esta caja.
Este instrumento plantea también una nueva dinámica entre un micro y macrocosmos. Al ponerlo en funcionamiento, el mundo a su alrededor se transforma como el mismo rompecabezas lo hace, pero de manera mucho más impresionante a cómo lo habíamos visto hasta ahora. El diseño del cubo se complejiza con cada configuración, representando ahora distintas facetas de la naturaleza humana y un deseo a ser cumplido. Sus marcas se convierten, además, en un lenguaje, instrucciones que marcan los límites que los cenobitas pueden cruzar y los que no. La película aprovecha la inspiración al art-déco en la estética de la caja, demostrando como esto puede traducirse, una vez más, de un micromundo al macro.
A 35 años del estreno de la Hellraiser original, hay que admitir que la vara estaba bastante baja para la franquicia. Con seguridad podemos decir que esta nueva entrega es la mejor de la saga desde la gran -pero polarizada en su recepción- Hellbound: Hellraiser II (1988), haciendo así justicia a su legado. Así como paso con Prey (2022), el otro gran acierto de Hulu respecto a una saga de renombre, la desilusión más grande de la película es que, al igual que la precuela de Depredador, esta nueva entrega tampoco pasó por las salas de cine. En nuestro país, ambas pueden encontrarse en la plataforma de streaming de Star+
Optando por retomar los conceptos de las primeras entregas con inteligencia, cuidado y hasta podríamos decir cariño, los fans de Pinhead probablemente no se sorprendan demasiado, pero tampoco caerán en la redundancia. Con personajes bien desarrollados y un par de giros efectivos en la trama que van preparando un gran tercer acto, la nueva Hellraiser llega como un reencuentro con un viejo amigo, un nuevo capítulo que sabe cómo explotar aquellas razones por la cual la original es tan terrorífica como deliciosa.
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