La nostalgia es sin duda uno de los engranajes que más fuertemente mueven la maquinaria hollywoodense estos días, haciendo reflorecer a viejas franquicias para plantear nuevas continuaciones. Fue en 2022 cuando Sceam V muy acertadamente planteó la definición de la recuela, una continuación directa que reciclaba ciertos elementos con personajes directamente relacionados a las películas originales para contar un nuevo capítulo de la historia. Eso es exactamente lo que hizo Ghostbusters: El legado (2021) con los descendientes de uno de sus protagonistas y la vuelta fantasmal de este como clave para resolver el conflicto.
Volviendo a las raíces
Tres años ya pasaron desde que la familia Spengler se enfrentó a fuerzas sobrenaturales y aceptaron continuar con el trabajo de una vida de Egon (Harold Ramis). Tras una nueva mudanza, Callie (Carrie Coon) y Gary (Paul Rudd) ya son oficialmente pareja y viven con los hijos de ella en Manhattan, habitando ahora la vieja estación de bomberos que alguna vez fue sede de los Cazafantasmas. Mientras que Trevor (Finn Wolfhard) tiene que lidiar con las nuevas responsabilidades que trae el ser legalmente un adulto, Phoebe (McKenna Grace) reniega ya que el estado de Nueva York no aprueba que una menor use armamento nuclear de protones y destruya propiedad pública al perseguir espectros.
Al mismo tiempo, el negocio del Dr. Ray Stantz (Dan Aykroyd) está más que vivo gracias a la gran cantidad de fans del ocultismo que atrae su nuevo programa en streaming, producido por el joven Podcast (Logan Kim). Los visitantes le traen varios objetos que aseguran contener presencias paranormales, pero ninguno llama la atención de Ray tanto como una orbe de latón que Nadeem (Kumail Nanjiani) heredó de su abuela y que está feliz de vender entre varios otros cachivaches. Por supuesto, el objeto esconde una terrible y gélida amenaza ancestral, como pronto descubrirá el nuevo equipo de investigadores cazafantasmas financiado por Winston (Ernie Hudson).
El canto de sirena de la nostalgia
Hay un problema que parece ser una constante con las secuelas legado y eso es: ¿Cuánto se puede apelar a la nostalgia sin que eso parezca metido con fórceps? Si hay algo que la anterior entrega pudo lograr es cargar con el peso de la franquicia original mientras contaba una historia con elementos que se sentían muy propios. Su foco no solo estaba en una familia que tenía sus personalidades, problemáticas y motivaciones, sino que las presentaba en un contexto ahora rural y con protagonistas mucho más jóvenes.
Esta nueva secuela se olvida de esa frescura completamente, trayéndonos de vuelta a Nueva York y cometiendo los mismos errores de la primera: cameos de personajes que buscan contentar a los fans pero que no confían en que la historia pueda respirar por sí misma.
Esa ambición por encontrar un punto sólido entre ambas generaciones es lo que juega como una espada de doble filo. Son demasiados protagonistas que en gran parte dejan sabor a poco en sus arcos argumentales. Quienes salen airosos son indiscutidamente la superdotada Phoebe, ya más adentrada en la adolescencia y rebelde como siempre. No solo la vemos crecer, sino que en ella encontramos los focos más emotivos de la película tanto en su relación con el personaje de Rudd, así como en el lazo que forma con una melancólica fantasma constantemente en llamas.
De los Cazafantasmas originales son sin duda Ray y Winston quienes más peso tienen en la historia, ya que Bill Murray hace una vez más un cameo glorificado en donde claramente quiso filmar lo mínimo indispensable antes de cobrar un cheque (que bien merecido tiene a esta altura de su carrera).
Gil Kenan (Monster House) y Jason Reitman (hijo de Ivan Reitman, el director de la original) co-escriben un guion que denota los múltiples planes que tienen para los personajes, abarcando mucho al parecer no queriendo desperdiciar nada del material que tienen en manos. Entre esas varias ideas, logran dar en el clavo a ciertas cuestiones, como es la manera en que expanden el universo a través de este nuevo departamento de investigación, o los varios nuevos diseños de espectros (siendo uno de estos uno de los puntos humorísticos más fuertes).
De la misma forma, el nuevo villano ancestral al cual se enfrentan nuestros héroes no solo tiene un interesante mito, sino que es presentado en una creativa secuencia animada que demuestra la intención de hacer algo atractivo, tanto en el relato así como el visual. Este nuevo antagonista lamentablemente se hace esperar mucho, pero lidera un explosivo y oscuro acto final.
A pesar de su guion simple y algo formulero, la película capta perfectamente el tono que hizo tan memorable a la franquicia. Kenan consigue que el humor, los toques de terror o hasta en algunos aspectos la fotografía se sientan perfectamente ligados a las películas originales. Si bien su guion no está a la altura de su predecesora, esta última entrega es puro entretenimiento y un nuevo paso dentro de una saga que, como los fantasmas que no están listos para trascender al otro mundo, todavía parece tener asignaturas pendientes y ganas de quedarse a contar más historias.
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