Es el año 1775, y el ya retirado capitán Ludvig Kahlen (Mads Mikkelsen) regresa a su Dinamarca natal, con la intención de dirigirse a su rey y pedirle permiso para asentarse en los infértiles páramos de la abandonada península de Jutland. De ser capaz de hacerlo, hasta un bastardo como él podría convertirse en un noble y líder de la colonia que florecería en el lugar. La corte duda de sus posibilidades, pero -conscientes de las tendencias progresistas de su monarca- dan permiso al ex soldado.
Al llegar ahí, Kahlen inmediatamente debe enfrentar numerosas pruebas presentadas por las inclemencias climáticas o los forajidos nómades que se esconden en la penumbra. Pero su mayor enemigo es si duda Frederich de Schinkel (Simon Bennebjerg), un aristócrata y amo de tierras cercanas que no permitirá que se desafíe su poder al desarmar su monopolio.
Tan solo basta con ver los primeros 20 minutos de la última película de Nikolaj Arcel (La Torre Oscura) para comprender la nostalgia del director danés por el clásico cine épico hollywoodense. Su héroe se muestra tenaz pero inamovible en su fuerza de voluntad, enfrentado a un villano que llega a lo caricaturesco en su crueldad, pero no por eso resulta menos efectivo o creíble.
Nos encontramos así frente a un western danés, ya que traslada muchos de los condimentos del género hacia el territorio nórdico. Kahlen no solo es el arquetípico forastero que desafía el estatus quo, sino que debe enfrentarse a los elementos en una tarea que roza con lo imposible. A eso se le suma una batalla de los egos, en donde la estrategia política se complementará con los enfrentamientos más sanguinarios.
Un protagonista formidable
Milkkelsen, a quien Arcel ya había dirigido en A Royal Affair (2012), demuestra una vez más la desmesura de su presencia escénica. Muy por el contrario de la supuesta simpleza de la trama, su Kahlen es un personaje perseguido por demonios internos y que lejos está de habitar esa dicotomía que aparentemente está tan marcada en el relato.
El capitán parece estar regido por el ideal de que el fin justifica los medios, mostrándose severo y ciego por la codicia que demanda su ideal, así como completamente entregado en su lealtad hacia una corona idealizada. Con un semblante inexpresivo, lo vemos enfrentar la humillación de sus superiores en rango y clase, mientras que su frustración parece abocada a la labor manual en esos campos estériles.
Pero esa dureza logra ablandarse con la llegada de Anmai Mus (Melina Hagberg), una niña romaní indomable y parte de los campamentos de inmigrantes, que ante los ojos de los locales están malditos y solo atraen a la desgracia. Si bien en un comienzo, la edad de la niña no endulza a Kahlen, una migaja de piedad se convierte en convivencia, y ese espacio compartido logra transformarse en un hogar junto a la sirvienta Ann Barbara (Amanda Collin).
La transformación de las tierras, como la de su espíritu, parecen reflejarse, floreciendo en algo inesperado. Es entonces que el bastardo encuentra una inusual familia que no intuía desear, mientras que esa posición de poder que anhela todavía se encuentra fuera de su alcance.
Pero a la vez que esos lazos se forman, no se puede obviar la presencia de Edel Helene (Kristine Kujath Thorp), prima noruega de Schinkel y también su prometida, de quien esta se mantiene distante al ser consciente de su inestabilidad y crueldad. En Kahlen, por el contrario, ella reconoce la potencialidad de un título digno de su estatus social, pero ante todo su nobleza de corazón. Es en la presencia de Ann Barbara en que se da lugar a un triángulo amoroso tan estratégico como silencioso.
Amanda Collin, actriz que vimos protagonizar el drama espacial de tonalidades casi bíblicas de Ridley Scott, Raised by Wolves (2020-2022), aporta la interpretación más multifacética de la película, así como el arco argumental más satisfactorio. Aquella mujer que se nos presenta como una simple sirvienta no teme enfrentar a Kahlen o hacerse valer, logrando renacer en esa tierra olvidada sin temer a pagar las consecuencias por ello.
Basada en hechos reales -que también inspiraron la novela de Ida Jesse, El capitán y Ann Barbara- El bastardo (2023) es una película que se nutre de una aparente lentitud, pero cuyo ritmo nunca decae en sus más de dos horas de duración.
Así como la supuesta diplomacia detrás de los diálogos apenas tratan de esconder una clara y constante hostilidad, se nos presenta una historia llena de tensión y de cruda violencia que no escatima en el romanticismo y melodrama de un cine más clásico.
Es una historia redonda, de esas en que el camino del héroe se siente largo y cansino, pero al mismo tiempo se pasa volado. Un cuento sobre cómo a veces no somos conscientes de la diferencia entre lo que deseamos y lo que necesitamos, cuando la felicidad se encuentra al alcance de la mano si tan solo somos capaces de tomarla a tiempo.
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