Una mujer llega una casa alquilada a través de Airbnb y encuentra que hay otro inquilino en ella. Un actor lidia con las consecuencias de una gravísima acusación. Detroit se desgrana como un escenario de pesadilla urbana y se convierte en un personaje más de una historia inclasificable. Un monstruo deambula por las calles desiertas de un vecindario asediado por la muerte. Barbarian (2022) de Zach Cregger es muchas cosas a la vez y es probable que por ese motivo, la gran discusión a su alrededor sea algo más que su impacto, su novedosa manera de contar una historia de terror o incluso, el simple hecho de ser una curiosidad en medio de estrenos que tienden de lo conservador a lo ingenuo.
El film, con un director prácticamente anónimo y que se anunció con una campaña de intriga bien orquestada, logró sorprender y abrumar a la crítica y al público en su estreno. Pero también, consiguió algo más. Llevar al terreno del debate qué es lo necesita una historia de género efectiva para triunfar. Barbarian apuesta por todos los registros, los recursos más retorcidos, los extremos más inverosímiles y también, algunos ingeniosos y sutiles para contar el miedo. Lo logra, pero al costo de entrar en el terreno de grises de las obras que bien podrían ser llamadas sucesos o fracasos narrativos definitivos. ¿Qué es en realidad Barbarian? ¿Una película deficiente que utiliza la economía de recursos como una gran broma cruel?
No todo parece ser tan sencillo. En específico, cuando Barbarian utiliza tiempo y recursos para dejar claro que lo que desea contar, se mueve en un punto ciego. La Detroit nocturna esconde sus heridas, la que se muestra a la luz del sol, languidece como un cadáver urbanita en plena eclosión. Al otro extremo, sus personajes pasan de un extremo a otro del espectro de lo moral con una rapidez que sorprende. ¿Qué intenta contar Barbarian? Quizás, la pregunta correcta sea ¿qué intenta ocultar? Cregger no ofrece respuestas sencillas, ni tampoco parece necesitarlas. Es entonces cuando la película entra en un punto extraño, en que el público deberá decidir qué ocurre en pantalla.
Todos los monstruos que se mueven entre puertas abiertas y cerradas
Con evidentes influencias de Alfred Hitchcock, John Carpenter, Wes Craven y James Wang, Cregger hace énfasis en la desorientación. El guion toma decisiones insólitas y crea atmósferas inverosímiles, al tiempo que los personajes se mueven de un lado a otro en lo que parecen tropiezos narrativos sin el menor sentido. Pero de a poco, la incógnita misma de si se trata de torpeza o algo más, elabora un extraño subtexto en el film. ¿Qué otra cosa es una historia de terror sino una colección de equivocaciones mortales? Barbarian parece profundizar en el hecho de que el terror se basa en la imperfección, en lo que no se cuenta, en los secretos que yacen bajo la superficie.
Y su historia obedece a ese impulso. Tess (Georgina Campbell) vence la sensación de amenaza que se cierne sobre ella, solo para derrumbarse en horrores cada vez más brutales. Keith (Bill Skarsgård) suscita una concepción sombría sobre la incertidumbre y se convierte en un extraño que acumula todas las características de una amenaza latente. Por último, AJ (Justin Long) es una especie de alivio cómico macabro, que termina por convertirse en la conciencia de un film que prueba a hacerse preguntas morales sobre la brutalidad. ¿Qué es al final el miedo, sino los límites rotos? Esto se pregunta el guion una y otra vez.
Con al menos tres historias que contar, el argumento va de un punto a otro sin aviso. De hecho, los cortes y saltos — temporales, geográficos, de discurso y tono — son tan abruptos que parecieran más obra de la casualidad que de la intención. O, en el peor de los casos, de la inexperta mano de Cregger para contar una historia que lo sobrepasa en recursos. Pero no todos es tan sencillo. Los múltiples hechos terroríficos que coinciden entre sí para crear un escenario abrumador tienen un hilo conductor. Uno visual — que se muestra dentro de una alegoría terrorífica de lo urbano convertido en cárcel — y otro de ritmo, que enlaza el tiempo y la noción de la identidad con algo más turbio.
El experimento argumental y de edición de Cregger no funciona del todo bien. Pero de algún modo, sostiene un tipo de atmósfera enrarecida que desconcierta a varios niveles distintos. Por un lado, se trata de un juego del gato y el ratón, bien planteado y ejecutado con un pulso preciso. Al otro extremo, un misterio que engloba un todo mayor. Entre ambas cosas, Barbarian es un peculiar análisis sobre la lectura de lo terrorífico. ¿Qué es lo que despierta el horror? ¿Lo que conjuga los temores o, en el mejor de los casos, los transforma en ideas concretas?
Durante su primera media hora, Barbarian explora la ambigüedad de un juego de roles entre una — aparente — víctima y un — supuesto — agresor. La cámara se concentra en los rostros. Juega con la idea de la violencia a punto de estallar. La atmósfera se hace irrespirable, cada vez más sofocante. Pero Creeger opta por construir la sensación de amenaza a partir de la omisión. No hay nada a qué temer y, de hecho, buena parte de lo que muestra la cámara parece llevar a una conclusión obvia.
Lo que sea que ocurrirá no está a la vista. ¿O sí lo está y se encuentra bajo la apariencia de lo inofensivo? El largometraje reflexiona con obvia malevolencia acerca de lo que resulta temible desde la mera insinuación. Y llega más allá: deja entrever que, quizás, el equívoco también es una forma de amenaza. Entre la paranoia y el peligro inminente, Barbarian pasa una buena parte de su primer tramo en una latente percepción acerca de lo siniestro que se esconde en los lugares cotidianos. Tal vez sea tan desconcertante la forma en que la película avanza hacia una violencia trepidante, casi por sorpresa.
El horror de los Bárbaros y los lugares desconocidos
A primera vista, Barbarian tiene más ambición que habilidad para combinar todos los hilos narrativos y trucos argumentales que abarcan su premisa. Desde los elementos de home invasion apenas esbozados en puertas entreabiertas y ventanas frágiles, hasta la puesta en escena de una giallo menor.
El director mueve a sus personajes como piezas en un tablero borroso. La narración atraviesa la idea del miedo asfixiante, solo para, después, contemplar con repugnancia una Detroit destrozada hasta sus cimientos. Más allá de las casas destruidas de una calle, la amenaza parece impensable, o en todo caso, imposible. Irreal. ¿O en realidad, toda esa sensación de confusión es parte de la siniestra estrategia del film para resultar ambiguo y provocador? Quizás, uno de los puntos más singulares de la película y que su director explota con una rara confianza sobre el recurso de lo misterioso en medio de lo habitual.
Para su tramo final, el guion añade, además, ingredientes terroríficos sobre la violencia física. Todo, mientras diversos temas atraviesan el argumento en escenas con cierto aire inconexo, unidas entre sí por una tensión interna inexplicable. Para el director, el argumento de Barbarian es una obra en exploración. Una que se habita en la oscuridad, ya sea en mental o la física. O fundir ambas percepciones en una única mirada incómoda. El film tiene todo el brillo incompleto de una obra inconclusa y audaz,
Barbarian es una inexplicable mirada al miedo en estado puro. ¿O es en realidad un error colosal que se sostiene sobre lo sugerido casi por accidente? Lo cierto es que el director dialoga con lo terrorífico en varios estratos, niveles y dimensiones. ¿Lo logra? Lo curioso de Barbarian no es su capacidad para reflexionar sobre el género, sino los caminos inusuales que toma para hacerlo.
También, lo inclasificable que da como resultado su conjunto. La película comienza por un juego siniestro de incomodidad y termina con una sacudida visceral sobre lo repugnante y lo sobrenatural. Todo eso sostenido en una sensación de pesadilla punzante, intolerable y, al final, fatídica. ¿Una obra de arte o solamente un film basura que peca de arrogante? Barbarian no pone las cosas sencillas al espectador. Lo que a la larga es el truco más sucio — entre una larga colección de ellos — que utiliza hasta su impactante y caótico final.
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