La tercera temporada de And Just Like That (2021-) llega con la promesa de una — necesaria — redención narrativa. Pero no podemos ignorar el historial caótico que la precede. Eso, a pesar de que esta vez, la serie parece haber encontrado una brújula emocional y conceptual, sabiendo por fin qué rumbo tomar y por qué vale la pena seguirlo. Pero ahora debe enfrentar las consecuencias de la torpeza narrativa que mostró en las entregas anteriores.
Durante sus dos primeras temporadas la serie fue una fuente inagotable de frustración y desconcierto. La producción, que parecía demasiado preocupada por parecer incluyente, terminó saturando la pantalla de personajes nuevos que se sentían más como disculpas a la audiencia que personajes. En lugar de reparar viejas heridas, abrió otras nuevas.
Especialmente doloroso fue el desmantelamiento emocional de Miranda (Cynthia Nixon), convertida en un torbellino sin brújula emocional tras dejar a Steve (David Eigenberg), para caer rendida ante la verborrea egocéntrica de Che Díaz (Sara Ramírez), figura que parece diseñada para molestar más que para aportar.

La relación entre ambos personajes se convirtió en el punto más evidente del problema de esta secuela de una serie recordada por abordar los dilemas femeninos con honestidad y sinceridad. Miranda, más que una mujer en plena exploración sexual, pareció ser castigada precisamente por su osadía. Mucho más vergonzoso resultó el estereotipo en que se convirtió Che.
Su personaje terminó humillado en la segunda temporada, en un capítulo en que pareció enfrentarse a la antipatía que despertaba en el público. Pero en realidad, el giro fue mucho más que solo una ingeniosa forma de enfrentar las críticas: demostró que And Just Like That necesitaba enfrentar su problema de fondo. El parecer demasiado descafeinado para una generación cínica.
Nuevos y viejos amigos en Nueva York
Por todo esto, la nueva temporada se planta en una encrucijada existencial: continuar con sus provocaciones artificiales o evolucionar hacia algo más sustancial. Afortunadamente, elige la segunda opción, apostando por una estructura más contenida y personajes mejor delineados. No siempre da en el blanco, pero cuando lo logra, lo hace con una gracia que remite a una telenovela madura y reconfortante.

La trama centra su atención en un grupo reducido de mujeres que ya conocemos: Carrie (Sarah Jessica Parker), Miranda, Charlotte (Kristin Davis), y dos rostros más recientes, Lisa (Nicole Ari Parker) y Seema (Sarita Choudhury). Este enfoque más íntimo ayuda, aunque aún hay una evidente desconexión con Lisa y Seema, pese al carisma innegable de las actrices que las encarnan.
¿El problema? Competir con más de dos décadas de historia afectiva entre la audiencia y el trío original (Samantha, te extrañamos tanto) es una batalla cuesta arriba. Que ambas sean mujeres racializadas y, aun así, queden relegadas a la periferia emocional del relato dice más de lo que el guion parece dispuesto a admitir. Es un lastre que la serie no ha conseguido soltar del todo.
De nuevo, a revisar la historia
En su primer capítulo, la tercera temporada reanuda las tramas como si se tratara de anécdotas sueltas en una cena cara y poco memorable. Carrie aguarda a Aidan, ocupado en resolver asuntos personales fuera de escena y todavía siendo una incógnita en su relación. Charlotte tiene un altercado perruno en el parque. Lisa se encuentra filmando un documental (de nuevo, no se profundiza en su talento, sino solo en su cualidad de mujer emprendedora y creativa) y Seema termina con su novio director, finalizando de manera abrupta el único intento real de brindar corporeidad al personaje.

Pero en realidad, todo sigue girando en torno a la opulencia: dinero sin fin, vidas irreales, preocupaciones que solo existen en penthouses. El episodio quiere provocar interés, pero lo hace a través de pequeñas subtramas que carecen de peso dramático. El retrato de estas mujeres sigue aferrado a una estética de aspiración inalcanzable, que en 2025 ya se siente más desconectada que glamurosa. La serie parece decirnos: “estas son las preocupaciones de la adultez moderna”, pero el envoltorio dorado en el que lo presenta impide que el mensaje penetre.
Ir y venir entre el lujo y la opulencia
Como todo revival que se respete, hay momentos en los que se siente más como un reciclaje de gloria pasada que como una propuesta nueva. La chispa que hizo brillar la serie original venía de su desparpajo, de su voluntad de hablar claro sobre el sexo, la autonomía femenina y la amistad sin adornos. En sus mejores momentos, And Just Like That logra revivir parte de ese espíritu, planteando que envejecer es, en muchos sentidos, tan incómodo como ser joven.

Amar después de los cincuenta, enfrentarse a la rutina, cambiar de trabajo o de pareja: nada de eso es más fácil, solo distinto. Pero el mensaje a veces se pierde en la puesta en escena. En ocasiones, uno se pregunta por qué seguimos viendo la serie, como si el espectáculo avanzara con piloto automático. A pesar de todo, hay algo de honestidad en su representación del desconcierto adulto, y es ahí donde residen sus momentos más humanos. Lástima que no siempre se atreva a escarbar más hondo.
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