“La única ideología que nos queda es el amor”
Hay dos bodas en Amores Materialistas, de Celine Song. Ambas representan estados opuestos de la protagonista, tanto en su concepción sobre el amor y el romance, como sobre su propia vida y expectativas. Una es costosa, lujosa y despampanante. La otra es campestre, sencilla y preciosa.
A través de la interpretación que hace Lucy (Dakota Johnson) de cada una, podemos ver su evolución -o involución, como prefieran- de su personaje a lo largo de la película. Son dos monólogos expositivos sobre sus sentimientos, pero muy bien escritos y contrastados con la felicidad ajena reflejada en la pantalla.

Amores Materialistas (2025) juega con ese diálogo entre el lenguaje audiovisual y el oral, lo que se ve y lo que se dice explícitamente. Al igual que en su primera película, Past Lives (2023), Celine Song está en cada detalle que refuerza su relato. Desde una Lucy en puntas de pie bailando con Harry (Pedro Pascal) hasta una chica vestida con estampados florales y collares de corazón cuando está con John (Chris Evans).
Solo que esta vez no lo hace con tanta sutileza o ambigüedad como en su ópera prima, sino con un discurso inequívoco y decidido sobre lo que es el amor y qué significa amar hoy en día, en un mundo frío, cínico y calculador. Puede no gustar la bajada de línea de la película, pero se la juega y en eso hay mérito. Especialmente, en la actualidad.
Si Amores Materialistas hubiera salido en los años previos a la pandemia no tendría la misma potencia que tiene hoy, incluso -si me permiten el ejercicio contrafáctico- probablemente sería una más del montón. Y que conserve esa potencia en un futuro dependerá de que sea leída en contexto, en un mundo de cryptobros, Only Fans y la capitalización de la intimidad.

Estas marcas de época están muy presentes en el guion, que se encarga astutamente de deslizarlas por todos lados. No es casualidad que Harry trabaje en finanzas, que John no renuncie a su sueño de ser actor, que la protagonista lucre con el mercado de citas y que sus clientes estén obsesionados con las relaciones transaccionales, entre muchas otras referencias a la realidad cada vez más opresiva en la que vivimos.
El primer tramo de la película se encarga de presentar y construir con mucho esmero a una protagonista moderna, profesional y ambiciosa que concibe el romance en términos capitalistas, solo para deconstruirla a lo largo del relato. Esa decontrucción será posible a través de una crisis profesional que la lleva a hacerse cuestionamientos personales sobre sus propias creencias y su línea de trabajo.
Es interesante ver tan conflictuada a una protagonista que en un principio parece decidida y confiada, como si tuviera la vida resuelta con sus matemáticas y su éxito laboral. Su desarrollo es el único que importa, los personajes de Harry y John están ahí solo como disparadores de su propio conflicto externo, representando dos filosofías de vida opuestas.

Si bien esta dicotomía un poco burda resultó chocante para quienes esperaban la sutileza y lentitud presente en el desarrollo de Past Lives, es necesaria para sostener la tesis de la película: el amor en tiempos de exacerbado capitalismo sigue siendo amor, y no responde a reglas claras. La vida sigue siendo vida, y no obedece a planes ni cuentas perfectas. Lo que necesitamos no siempre es lo que queremos, y viceversa.
Una subtrama polémica
La historia de Sophie (Zoe Winters) fue también bastante criticada por su apariencia superficial de dispositivo de la trama para justificar la crisis de la protagonista. Sin embargo, hay un mensaje de humanidad y compasión -incluso sororidad si se quiere- en medio del mundo perfecto y calculado de Lucy, que hasta el momento no admitía variables sentimentales.
En una de las primeras escenas de la película, tras festejar el éxito de su novena boda, la protagonista se sienta con una de sus compañeras a fumar en una ventaja, y le confiesa que de hecho le cae bien Sophie. Aunque no tiene ningún diferencial que la convierta en un activo valioso en el mercado de citas, le tomó cariño.

Y querer a una de sus clientas tampoco encaja exactamente con sus planes. Especialmente cuando el potencial éxito de una cita -después de muchas frustraciones- desemboca en la situación más violenta e inesperada. De golpe, Lucy se cuestiona todo lo que creía saber calcular sobre las personas en términos matemáticos, porque no puede resolver la incógnita de esa ecuación.
Esto desencadena la susodicha crisis, que pasa desapercibida para Harry y es inmediatamente detectada por John, quien la conoce mucho más allá de su exitoso presente. El factor humano interviene otra vez en su relación, generando conflictos inevitables en cualquier vínculo humano, mientras que con Harry todo fluye de forma calculada, pero sin amor de por medio.

El presagio de esta relación fría y calculadora aparece en una de las primeras escenas de la película, cuando Lucy soluciona una crisis pre-matrimonial de la forma en que mejor sabe hacerlo: poniendo en la balanza todos los pro y los contras, independientemente de los sentimientos. Por supuesto que esta puede resultar la opción más atractiva, especialmente si ya no tenemos 20 años y vivimos en un mundo salvaje, pero de vuelta: la vida no responde a números ni expectativas.
Y la película sostiene perfectamente esa tesis, por más que no nos guste.
La rom-com que no fue
En los flashbacks con John, Lucy muestra su verdadera búsqueda: escapar a un patrón de sufrimiento familiar a causa del dinero. Necesita estabilidad financiera, lo cual conlleva estabilidad emocional. Es una cuestión de clase: no puede ser feliz a menos que tenga los medios materiales para serlo. Y esa búsqueda la lleva a separarse de alguien que realmente la ama -y a quien ella corresponde- para buscar el ascenso social.

Cuando encuentra en Harry todo lo que estuvo buscando, la vida la sorprende con un reencuentro inesperado y una crisis vocacional, justo en el momento menos oportuno. En sus momentos de reconexión con John -nuevamente, y no de forma casual, cigarrillo de por medio- hay una tranquilidad y una comodidad que ralentiza el ritmo de la película, dándoles el lugar para expresar sus sentimientos.
Por el contrario, la evolución en la relación con Harry es rápida, poco conflictiva y casi demasiado buena para ser verdad. Porque lo es. A la primera confrontación, ya no hay dudas: no se aman. Por más que en la teoría sean perfectos el uno para el otro. Ambos se esforzaron por encajar, por aumentar su valor en el mercado, se hicieron sentir apreciados en términos materiales, pero nunca conectaron a un nivel más profundo.

Y sin eso, no hay nada. Por eso la decisión de Lucy tiene todo el sentido del mundo. John la ve por quién realmente es, conoce sus peores defectos y, así y todo, la ama incondicionalmente. Y le ofrece todo lo que tiene, incluso más: el propósito de mejorar y ser digno de ella.
Su declaración de amor y su gesto final son poesía pura, al estilo de las mejores comedias románticas. Esas que, quizás, se sostienen con el paso del tiempo por más que hayan envejecido “mal” solo porque -en el fondo- queremos seguir creyendo en el amor.
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