Y sí, un día sucedió lo que pensamos que nunca iba a pasar. Alguien dijo una frase de Los Simpson y nadie entendió la referencia. ¿Por qué nos duele que eso pase? Porque para quienes tenemos más de treinta, Los Simpson fue mucho más que una serie animada. Fue un modo de ver la vida, una identidad fundada en base a referencias compartidas por más de una generación.
Aunque en el año 2024, después de que han pasado treinta y siete años del estreno del primer corto animado de Los Simpson en el show de Tracy Ullman, ya no garpe tanto para los estudiantes un profesor que pone un episodio de la serie en una clase de Lengua como lo era hace diez años, no significa que no haya dejado marcas indelebles en la cultura popular. Y que no lo siga haciendo hasta el día de hoy.
Porque lo que diferencia a Los Simpson de otros fenómenos similares que fueron signo de una época y vendieron toneladas de merchandising (como Friends, por ejemplo), es que tienen la particularidad de que nunca dejaron de estar en el aire, con la vigencia de un fantasma que asecha constantemente y no muere porque sí existe, pero en otro plano.
Y te va a pasar a tí
Es difícil definir cuál fue la edad dorada de la serie. Para los más ortodoxos, abarca solamente las primeras seis temporadas. Otros la estiran hasta la novena. Los más jóvenes hasta las primeras doce. La decadencia, entonces, duraría veintidós temporadas como mínimo, y más de quinientos episodios. O sea que, según esta lógica hay muchos más episodios “malos” que “buenos”. Sin embargo, siguen teniendo entre uno y dos millones de espectadores promedio cada semana en la televisión estadounidense, sin contar las reproducciones de la plataforma Disney+, que alberga la serie sin publicar sus números.
Con Los Simpson se da un fenómeno muy extraño: la gente la mira, le va lo suficientemente bien como para que renueven temporadas todos los años, pero su público es silencioso. La mayoría de la gente joven en Estados Unidos no conoce a los personajes, pero sin embargo hay gente que la sigue viendo, por costumbre, porque respeta los clásicos o porque realmente necesita de un entretenimiento ligero para pasar el día. No hay otra serie animada que haya durado tanto tiempo. Si hay una explicación para tanta vigencia, debemos encontrarla en el pasado, en su origen y la relevancia histórica que tuvo para la historia de la televisión.
Matt Groening era un historietista underground de los setenta cuando el productor James L. Brooks le ofreció trabajar en una serie de cortos animados para el show de sketches de la comediante británica Tracey Ullman, que había empezado a incluir en su programa cortos animados basados en tiras cómicas independientes de la época.
Groening era conocido por Life in Hell, una tira de historietas de unos conejos antropomórficos que hacían comentarios de la vida contemporánea , con sexo, cervezas y otros elementos de la vida de un estadounidense mediocre de clase media, los cuales le dieron una identidad particular.
La idea original era adaptar esa tira, pero el autor no quería perder los derechos de sus personajes. Por lo tanto, se inventó rápidamente una familia ficticia y le puso los nombres de los integrantes de su propia familia, excepto Bart, que respondía más al arquetipo del niño travieso (“Brat” en inglés).
Los cortos de Los Simpson tuvieron tan buena recepción que lo que iba a ser solo un par de apariciones terminó saliendo en todos los episodios del show. Era solo cuestión de tiempo que tuvieran su propia serie, la cual estrenó con un especial de Navidad, en el canal Fox el 17 de diciembre de 1989 y se transformó en el primer dibujo animado en ser transmitido en hora pico.
Hasta ese momento, la animación era considerada un género para niños, que pasaban los sábados a la mañana. Después de Los Simpson, adquirió otro status: ahora una sitcom podía ser animada y llegar a un público mucho más amplio, que incluía a los niños, pero en realidad estaba orientado a los adultos.
Los Simpson fueron tan exitosos que crearon una verdadera Simpson-manía, con miles de productos secundarios y merchandising. No hay nada que no hayan tenido, desde peluches hasta cómics, videojuegos y libros de actividades. El éxito no se limitó a Estados Unidos, sino que fue mundial, llegando a la Argentina con una fuerte campaña de marketing.
Un ejemplo claro de esto es que Bart Simpson posa como personalidad destacada en el anuario de la revista Gente del año 1992, junto al entonces diputado nacional (y luego futuro presidente), Fernando De La Rúa y nuestra diva Susana Giménez. También hubo hasta un crossover con la popular tira dominical La Familia Benvenuto (1989-1995) en otra de las revistas.
El trabajo de los actores de doblaje, dentro del estudio Audiomaster 3000, contribuyó mucho al éxito de la serie en Latinoamérica. Con Humberto Vélez (la voz de Homero) a la cabeza, las libertades creativas que se tomaron los actores en incorporar modismos latinoamericanos y adoptar su propia impronta en los personajes creó una verdadera revolución, hasta el punto de que el mismo Matt Groening reconoció que la serie es más graciosa en español.
Las primeras temporadas redefinieron el arquetipo de la familia típica norteamericana. Los Simpson desafiaba el modelo perfecto de historias como La Familia Ingalls, que planteaban la falsa idea de que la unión familiar, la perseverancia y los valores tradicionales podrían cambiarlo todo. La familia amarilla era todo lo contrario: una sátira contemporánea casi nihilista en la que los valores del trabajo, la moral y las buenas costumbres eran desafiados constantemente.
Esa perspectiva le daba un tono cínico y hasta dramático a esos primeros episodios que hoy en día a veces hasta duele mirarlos, por la intensidad de sus conflictos y la dureza de los temas que trataban, desde la pérdida de la fe en episodios como Homero, el hereje, hasta la depresión infantil, en el episodio El Pony de Lisa.
El perfil de los personajes estaba tan bien construido que las historias se escribían solas. Homero, un padre mediocre, ingenuo y un pésimo trabajador. Marge, un ama de casa tradicional y conservadora. Bart, un niño travieso y tan mediocre como su padre. Lisa, una niña inteligente, preocupada por la cultura y las causas sociales. Y Maggie, una bebé aparentemente tranquila que llama la atención por su misteriosa conducta en momentos específicos.
A ellos se le fueron sumando una galería interminable de personajes secundarios tanto o más interesantes, desde el director de escuela Skinner, el oficial de policía Gorgory, el tendero Apu, o el jefe del trabajo de Homero, el avaro señor Burns. Estos personajes, y muchos otros, terminaron transformando a Springfield, el pueblo ficticio donde transcurre la serie, en casi un personaje en sí mismo.
Sin dejar el peso dramático de sus primeros años, la cuarta temporada estaba mucho más asentada en plantearse como una comedia de situación, plagada de gags y con una inteligencia para la escritura de los guiones que terminó haciendo escuela. De esa época se destacan los guiones de la dupla Al Jean y Mike Reiss, y el prolífico John Swartzwelder (que continuó trabajando en la serie hasta la temporada 14).
Y no hay que olvidarse del archi-amado Conan O’Brien, que tuvo un paso muy corto por la serie, escribiendo solo cuatro episodios, pero que quedaron en la memoria colectiva de la gente, como Marge contra el Monorriel, el episodio en el que Bart se enamora de la nueva vecina de su barrio (La chica nueva) y el episodio Homero va a la universidad.
Los chistes encadenados, de varios niveles de lectura y con un ritmo casi frenético, se convirtieron en la marca de la casa. Fueron el resultado de largas sesiones en la mesa de guionistas donde cada autor aportaba lo suyo. Ese humor particular, en combinación con la fuerza dramática de la primera etapa, terminó consolidando a Los Simpson dentro del panteón de las series más importantes de los años noventa, que se animó a abordar temas que eran tabú para la época.
Episodios como La última salida a Springfield, que hablaba sobre la cultura de los sindicatos en un país donde el concepto es casi una mala palabra, o historias más pequeñas como Amo a Lisa, que hablaban sobre el rechazo del amor no correspondido, son clásicos inolvidables que marcaron una época para quienes vieron las repeticiones por Telefé.
Fue una serie que además estaba muy bien animada, con artistas como Brad Bird (quien luego dirigiría El Gigante de acero, Los Increíbles y Ratatouile) en las primeras tres temporadas, Rich Moore (quien luego dirigiría Zootopia y Ralph, el demoledor) en la cuarta-quinta, y David Silverman, que fue el que definió las reglas de diseño de personajes y animación que le darían a la serie un estilo muy reconocible, mejorando los diseños originales de Matt Groening.
Donde más se notaba la destreza de la animación era en los emblemáticos gags del sofá, que al comienzo de cada episodio mostraban a la familia llegando a casa de un modo distinto. La música de la serie también era muy destacable, principalmente el legendario tema principal compuesto por Danny Elfman, que distinguió a la serie de muchas otras producciones de la época.
El éxito va a hacer que empiecen a aparecer otros programas que intenten hacer animación apuntada a un público adulto. Intentos como The Critic (creado por los mismos Al Jean y Mark Reiss en 1994), Duckman (creado por Everett Peck en el mismo año) o Dr.Katz (creado por Jonathan Katz en 1995), se mantuvieron en el aire un tiempo, pero nunca superaron a nuestra familia favorita. Sin embargo, con el tiempo el canal de cable Comedy Central se transformó en un albergue para nuevas series adultas, creando un nuevo nicho que antes no existía.
Fue recién para la altura de la octava temporada de Los Simpson, en 1997, cuando estrenó en ese canal South Park, una serie con un humor mucho más extremo y zafado, que puso en jaque a la misma cadena Fox. Para competir con estas nuevas series que estaban saliendo, Fox le dio lugar en el aire a otras series, como Los Reyes de la Colina, con un humor mucho más local y sutil, o Padre de Familia, más alocada y surrealista, que con el tiempo iban a terminar teniendo un éxito igual o mayor a Los Simpson.
Cuando ya no está tan segura en la cima, la serie empieza a repetir fórmulas que funcionaban, como poner a Homero a cargo de distintos trabajos, o hacer a la familia viajar a países exóticos. El recurso de invitar a famosos a poner la voz de personajes secundarios, que empezó con figuras destacadísimas como Michael Jackson, Leonard Nimoy o Paul McCartney, con el tiempo se empieza a transformar en una obligación semanal, lo cual reduce cada vez más la calidad de los invitados.
Las fórmulas se empiezan a agotar con el correr de las temporadas, pero para mucha gente la temporada 13, lanzada en 2001 es la consolidación de la decadencia definitiva de la serie. Hasta ahí estamos en territorio conocido, porque la mayoría recuerda episodios de esa época, como El mago de la terraza por siempre verde (el de Homero, el inventor), Arte de mamá y papá (el de Homero, el Pintor) y tantos otros. Pero es El repertorio de refritos de Los Simpson el que es para algunos estudiosos (entre los que se destacan nuestros queridos Jorge Pinarello y Casper Uncal con El Sinso Podcast), el cierre de una etapa.
A partir de ahí la serie empieza a ser una parodia de sí misma, lo que deriva en la pérdida de interés de gran parte de su audiencia. También se reflejó en la crítica, porque hasta ese momento Los Simpson venía ganando de manera invicta el Emmy a mejor programa de televisión animada y categorías aledañas, y a partir de ahí, aunque va a seguir ganando, va a ser de manera más irregular.
Muchos fans le atribuyen la decadencia al guionista y showrunner Mike Scully, que estableció horarios estrictos de trabajo que impedían la libre circulación de ideas que habían caracterizado la serie hasta el momento. Otros fans dicen que se debió a que muchos de los guionistas que quedaron de las primeras épocas ya estaban bastante mayores para poder estar al día con las referencias culturales y los comentarios sociales que había que hacer. Además, los nuevos guionistas ya no tenían tan fresca la magia de las temporadas anteriores. Otros se lo atribuyen a la saturación de invitados.
Sea cual sea la razón, hay un alto consenso entre los fans de que los buenos tiempos de la serie se acaban en esa etapa. Pero, ¿qué pasó con las 22 temporadas restantes? Darse cuenta de cuáles episodios vale la pena ver empieza a ser, a partir de ese momento, un trabajo de curación, y en la segunda parte de esta nota intentaremos cumplir esa titánica tarea.
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