Hay una frase que resulta reiterativa cuando se habla de remakes y esa es: “¿es realmente esta película necesaria?” Llama la atención como el marketing de ciertos títulos parece tratar de evitar algunos temas.
Tomemos el caso de los musicales, un género que a cierta parte del público le genera rechazo. No fue casualidad entonces cuando los trailers de Wonka (2023), Mean Girls (2024) o hasta Wicked: Parte uno (2024) evadieron el uso de sus canciones.
En el caso de Los extraños: Capitulo 1 (2024), que estrena hoy en cines, parece que el miedo a reducirla a una remake hizo que su director, Renny Harlin (Duro de Matar 2, Deep Blue Sea) esquivara el término. Asegurándonos que este es un simple relanzamiento para la franquicia con una película que es básicamente un retelling. En otras palabras, contando de forma nueva la misma historia. La definición de una remake.
De esta manera se nos presentan a Maya (Madeleine Petsch) y a su novio Ryan (Froy Gutierrez), cuyo auto se descompone en un diminuto pueblito de Oregon, en medio de la nada. A pesar de la hostilidad de algunos locales, ambos se sienten con suerte al encontrar una cabaña para alquilar a último momento.
La pareja aprovecha la oportunidad para saborear el silencio del bosque, así como la desconexión de la demandante vida urbana. Por supuesto, sus planes se ven interrumpidos cuando a mitad de la noche, alguien toca insistentemente a su puerta.
La pareja no tiene idea de lo que está por pasar. En apenas un puñado de horas, el trio de enmascarados conocido como Scarecrow (Matus Lajcak), Dollface (Olivia Kreutzova) y Pin-Up (Letizia Fabbri) harán de su estadía un infierno.
El origen de la maldad
La película original protagonizada por Liv Tyler (El Señor de los Anillos: La Comunidad del Anillo) se volvió de culto al proponer un slasher muy diferente a lo que veníamos viendo en esa época. Ya que, si bien podemos calificar de absurdas a cada una de las muertes en el largo conteo de Freddy o Jason, en la década del ochenta este subgénero se planteaba casi como una fábula moderna. Ahí, el deseo sexual adolescente, el consumo de alcohol o drogas, así como otros comportamientos considerados negativos eran metafóricamente los causantes de la perdición de las víctimas.
Una de los puntos fuertes de Los extraños (2008) era cómo, además de compartir impactantes cifras sobre los ataques violentos en los Estados Unidos cada año, remarcaba que la historia estaba basada en hechos reales. En su momento, el director Bryan Bertino (The Dark and the Wicked) explicó que, además de los ataques del clan Manson, un incidente en su infancia fue una de sus inspiraciones más importantes.
Cuando apenas tenía ocho años y su hermana once, unos extraños golpearon a su puerta una tarde en la que estaban solos. Cuando se les preguntó a los niños si había alguien más en la casa, estos mintieron asegurando que su padre estaba en la ducha.
Esos desconocidos tan sospechosos no tardaron en dejarlos en paz. Al poco tiempo se enteraron de que este incidente se repitió por todo su barrio. Desafortunadamente para aquellos que no contestaban a la puerta, los extraños invadieron sus casas.
Mientras que Bertino supo reflejar en pantalla esa sensación de la tragedia absurda, así como de que en la vida real no hay explicación o moraleja detrás de este tipo de violencia, la última entrega de la franquicia intenta subir la apuesta, pero tan solo logra quedarse en su sombra.
Harlin parece querer recordarnos casi punto por punto cada uno de los elementos reconocibles de la original, desde su uso de datos y cifras al inicio hasta la inclusión de varios easter eggs. Personajes, diálogos y situaciones están casi calcados, si bien la pareja protagonista se diferencia gracias a su sorprendente capacidad para tomar malas decisiones, destacable incluso dentro de un género que se beneficia por la incompetencia de las víctimas.
Con un final abierto que deja todo listo para las próximas dos secuelas, la película se siente como un capricho. Tranquilamente podría haber tomado la ruta de Los extraños: Cacería nocturna (2018), que con su estética ochentera de neón hizo uso de los mismos antagonistas, pero logro diferenciarse ampliamente gracias a una impronta visual más personal. De esta forma, esta última entrega de la saga es una película que puede llegar a funcionar para aquellos que no están familiarizados con la original, pero resulta redundante para los que sí lo están.
Lo más cuestionable es la dirección a la que Harlin supuestamente esta apuntado con esta trilogía, asegurando que su intención es indagar en la mente y quizá hasta la identidad de los misteriosos enmascarados en los próximos capítulos.
Es difícil no sentir que es un despropósito encontrar una lógica cuando la incertidumbre era lo que destacaba a la historia. Sin nombres ni un rostro, los Extraños pueden ser cualquiera, funcionan como figuras abstractas, representaciones del mal en sí mismo. Lo atemorizante es lo aleatorio de sus acciones, una falta de razón más que la violencia por sí misma.
Si bien resulta injusto criticar lo que se viene mucho antes de haberlo visto, mínimamente podemos mantenernos escépticos ante una propuesta que parece no entender cuál es el alma misma de la saga. En muchas ocasiones, ciertas preguntas es mejor que no obtengan respuesta. Eso es, si no queremos que se rompa la magia.
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