Hay algo placentero — impúdico y casi exagerado — en toda la premisa de Godzilla y Kong: El nuevo imperio (2024) de Adam Wingard. La mayoría de sus planos más interesantes ocurren a 30 metros del suelo y en plena batalla entre dos criaturas colosales, que se pelean a puño limpio sobre centrales nucleares. La nueva película del llamado MonsterVerse no disimula su origen, que la retrotraen a los últimos años de la época Showa. Para entonces, Godzilla se había convertido en tesoro nacional nipón. Por lo que la temperatura política de Japón llevó a la franquicia a convertirse en un tipo de diversión exagerada y despreocupada, que se alejó de grandes temas y reinvenciones, para centrarse en el placer casi infantil de imaginar titanes que arrasaban la tierra entre oleadas de fuego y sacudidas de colas monumentales.
Por supuesto, la cinta de Wingard también tiene mucho de la era Heisei. Con su colorido exagerado, brillante y su historia simple — los monstruos, más humanizados que nunca, tendrán que luchar contra enemigos imposibles salidos de la Tierra Hueca — es una demostración de la intención de llevar la saga a un punto en que el entretenimiento lo sea todo. Godzilla — y en mucho menor medida, King Kong — es un símbolo sobre el poder transformado en algo más colosal, brutal y primitivo. Más fuerte que solo las peleas físicas — y en esta película hay el triple que cualquiera de la franquicia hasta ahora — es su simbolismo como fuerza de la naturaleza.
Después de todo, el anfibio nipón es la forma en que el país tradujo la destrucción total y violenta del ataque atómico. Por lo que su evolución en pantalla, también simboliza la de la cultura a la que pertenece. Godzilla, capaz de escupir rayos y de volverse un héroe brutal, es una mirada a los terrores colectivos convertidos en un monstruo comprensible. En Godzilla y Kong: El nuevo imperio todo se lleva a otro nivel, cuando las dos criaturas deben viajar de un lado a otro del mundo, para enfrentar enemigos inimaginables. Pero el punto es evidente: este nuevo capítulo de la franquicia está pensando (construido e imaginado) para dejar atrás reflexiones más elaboradas o profundas. Lo que, de alguna forma, culmina el ciclo — una parte de él, al menos — que tanto Godzilla como Kong han atravesado en los últimos años.
MonsterVerse en todos los niveles
Durante los últimos meses, el mundo de Godzilla y en específico, el MonsterVerse con aire hollywoodense, tuvo un segundo y significativo impulso. El primero, con la maravillosa Godzilla: Minus One (2023) de Takashi Yamazaki, que llevó la historia del lagarto fruto del horror a un nivel que recordó sus mejores momentos. La cinta, que puso tanto interés en los personajes de menos de veinte metros como en los monstruos aterradores, atravesó varias escalas de dolor, belleza y en especial, la capacidad de resultar catártica para la eterna conversación de Godzilla con la historia más trágica japonesa.
La película se convirtió en un éxito instantáneo, que, además, le permitió ganar un Oscar a Mejores Efectos Especiales en la más reciente edición. Eso, con una fracción del presupuesto de cualquier otra película relacionada con Godzilla en los últimos quince años y con mayor atención al guion, que supo equilibrar los conflictos de los hombres y mujeres a ras del suelo con los golpes a zarpazo limpio del monstruo central. Con todo, la película retrotrajo a otra tradición, más elemental y elaborada, que la que llegó a Occidente en la forma de criaturas monumentales que vomitaban rayos de fuego.
Por el mismo lado del argumento pesaroso y profundo, llegó Monarch: El Legado de los Monstruos (2023-) a la plataforma Apple TV+. Con una temporada, la producción contó — o lo intentó, en cualquier caso — lo que ocurrió hace treinta años, cuando la investigación acerca de los titanes se encontraba en pleno apogeo. El guion logró, además, lo que parecía imposible: unir todos los escenarios de una década de MonsterVerse made in EE. UU. con algunos de los puntos de mayor interés del nipón.
Con la abundancia de recursos de cualquier serie de Apple y apoyada en la participación de diversos actores de la franquicia — incluyendo a Kurt y Wyatt Russell —, los diez episodios contaron los puntos en blanco que las películas llevaron atrás. A lo que habría que añadir un interesante vistazo a Godzilla y sus orígenes. Todo lo cual, nos lleva al presente.
Pelea a puño limpio entre monstruos
Todo este prólogo puede parecer excesivo para contar la historia de un chimpancé y un lagarto de tamaño monumental que se destrozan a golpes. Solo que los personajes son mucho más que una cosa y la otra. Algo que Godzilla y Kong: El nuevo imperio deja claro a fuerza de englobar todas las experiencias de ambas criaturas en el cine reciente. La película, incluso, se da el lujo de añadir insinuaciones acerca de criaturas famosas en la saga como el Biollante, Shockirus, Mecha King Ghidorah y Battra. Todo eso, en un escenario en que ambos engendros deben unir fuerzas, para contener el peligro que avanza de las cavernas de la Tierra Hueca hacia el mundo de la superficie.
Pero Wingard, que notoriamente busca dar un volantazo a la franquicia, toma una decisión que lo aparta de varios escenarios a la vez. Mientras la Godzilla (2014) de Gareth Edwards tenía más de tragedia que de aventura y Kong: La Isla Calavera (2017) de Jordan Vogt-Roberts era justo lo contrario, la siguiente Godzilla: King of the Monsters (2019) de Michael Dougherty, mezcló ambas cosas. Sin mucho éxito, y más melodramática que entretenida, pareció caerse a pedazos en medio del anuncio de algo mayor, que el guion olvidó profundizar en su floja premisa.
Finalmente, Godzilla vs. Kong (2021) de Adam Wingard fue la que comprendió mejor este escenario, de monstruos legendarios que se sostienen sobre una historia simple pero no sencilla. Poco a poco, de los dramas sin mucho sentido al desbarajuste de efectos especiales, la saga evolucionó hacia un escenario único que se hizo más sólido y más cercano a una marca reconocible.
Algo que Godzilla y Kong: El nuevo imperio recuerda y celebra, con un desparpajo que une todas las premisas anteriores en una idea central. Los monstruos tradicionales no necesitan ser profundos o analizar un acto intelectual. Necesitan ser representaciones de lo excesivo y el espectáculo visual que se espera de ellos. Algo que esta épica llana, al punto y enormemente divertida, recuerda a lo largo de su metraje.
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