Quizás esto sea difícil de asimilar si todavía no hiciste la cuenta, pero la primera película de Guardianes de la Galaxia se estrenó hace casi diez años. Todavía me acuerdo de la primera vez que vimos a estos personajes en un adelanto: cinco presidiarios intergalácticos sin nada en común y con muy poco atractivo a simple vista.
Una flaca verde con pelo fucsia, un árbol que decía tres palabras y apenas entraba en la pantalla, un humano bastante imbécil haciendo gestos a cámara, un grandote bruto interpretado por un luchador y -quizás el más interesante de todos- un mapache parlante con mucha actitud. La música de los trailers llamaba la atención, pero nada de estos personajes anticipaba que se iban a convertir en el grupo de inadaptados más querido de la galaxia.
El padre de la criatura
James Gunn, un amante del cine zeta que venía de dirigir una película sobre una plaga alienígena mutante con zombies (Slither, 2006) y otra con mucho corazón sobre un tipo común que se cree superhéroe (Super, 2010), fue el elegido por Marvel Studios para adaptar a la pantalla al grupo más olvidado de su catálogo comiquero. Y fue la mejor decisión que pudieron tomar.
Guardianes de la Galaxia (2004) prácticamente reinventó el concepto de héroe marginal y familia ensamblada en el cine mainstream -al menos en el de superhéroes. Con fuertes influencias de Boogie Nights (1997) de Paul Thomas Anderson, la saga de Star Wars y Flash Gordon (1980), entre otras, la épica espacial de Gunn sobre mercenarios que se unen para salvar sus propios pellejos y terminan trabajando juntos en pos de un bien mayor, tuvo la suficiente personalidad como para separarse de cualquiera de sus influencias y marcar un rumbo propio.
La selección musical fue desde el comienzo uno de los grandes aciertos de la saga, signada por la nostalgia terrenal de su protagonista Star-Lord (Chris Pratt). Gunn apostó por clásicos disco, folk y pop de los años setenta y el soundtrack se volvió uno de sus sellos distintivos.
El “awesome mixtape” de las primeras dos películas es reemplazado por el fracasado Zune de Microsoft, un regalo de Yondu (Michael Rooker) para su hijo adoptivo en Guardians of the Galaxy Vol. 2 (2017) y casi una reivindicación de Gunn para este reproductor que pasó sin pena ni gloria.
Hay una filosofía detrás de todas sus elecciones y eso es -entre otras cosas- lo que lo hace un gran cineasta. Pero uno de los problemas de tener un reproductor con el que se puede poner todo tipo de música es -como admitió el mismo director en la conferencia de prensa- que se vuelve difícil elegir, especialmente para un melómano con recursos ilimitados que ahora tiene a su disposición no solo la música de los ’70 y ’80, sino de cualquier otra década.
Tour de force
De hecho, Guardianes de la Galaxia Vol.3 (2023) es una reivindicación para el mismísimo Gunn, que luego de la segunda película de la saga fue despedido de Disney por problemas ajenos a su trabajo. Pasó mucha agua bajo el puente, el director terminó firmando para la distinguida competencia, donde hizo una película y una serie, fue defendido por sus compañeros, recontratado por Marvel y recientemente se convirtió en copresidente y director creativo de DC Studios.
Con todo este bagaje encima -y un especial televisivo de Navidad en el medio- llega la despedida oficial de James Gunn, no solo de los Guardianes, sino de Marvel. Casi una década de experiencias que marcaron a este elenco, convertido en una familia, y que nos marcaron a nosotros como espectadores.
Personajes que nos atravesaron con sus historias, sus relaciones y sus decisiones, muchas de las cuales fuimos testigos a lo largo de varias películas, no solo las de su propia franquicia sino también de Avengers: Infinity War (2018), Avengers: Endgame (2019) y Thor: Love and Thunder (2022).
Brillante sobre el mic
La nueva entrega de Guardianes de la Galaxia es una despedida tan repleta de sentimiento como el camino recorrido por estos personajes. Una especie de viaje de egresados lleno de obstáculos y de introspección, pero también de música y diversión, dejando recuerdos que duran para siempre.
Una secuela que funciona a su vez como precuela y spin-off de la saga, narrando la historia del que siempre fue el personaje preferido de James Gunn y dejando el terreno listo para lo que viene. Aunque quizás, nada vuelva a tener tanto corazón como esto.
La trama encuentra a Star-Lord y compañía lidiando con las consecuencias del chasquido de Thanos y su posterior derrota, la reconstrucción de la ciudad en Knowhere y la relación entre el grupo y sus nuevos reclutas como Kraglin (Sean Gunn) y Cosmo, la perra telépata.
En este contexto, un Peter Quill deprimido por la muerte de Gamora (aunque se nieguen reiteradamente a admitir que está muerta) se emborracha constantemente, mientras Rocket ahonda en su propio pasado y Nebula se convierte en la líder involuntaria de este asentamiento.
Después de una intro que sienta el tono de la historia individual de Rocket con una versión acústica de Creep de Radiohead, la acción se dispara con la llegada de Adam Warlock (Will Poulter), un soberano creado por Ayesha (Elizabeth Debicki) que es enviado a secuestrar al mapache (quien -fiel a su estilo- también niega ser un mapache). En su primer enfrentamiento con los Guardianes, Adam demuestra su poder poniendo en peligro la vida de todos, pero su inexperiencia le impide acabar con la misión.
Sin embargo, Rocket queda malherido y sus amigos toman la decisión de salvarlo a cualquier costo, embarcándose en una misión en la que no solo harán nuevos enemigos, sino que además se reencontrarán con viejos aliados. Es así como aparece en escena Gamora (Zoe Saldaña), pero no la Gamora que conocemos y queremos, sino una versión alternativa con otro pasado y otros valores.
Aprendiendo a vivir
Así como Quill aprendió en la primera película a reconciliarse con su pasado en la Tierra – representado por la muerte de su madre- y en la segunda con su nueva identidad -que implica la muerte de sus dos padres-, en esta tercera parte deberá aprender a reconciliarse consigo mismo y entender por qué no puede vivir sin el amor de una mujer.
Ese es uno de los principales aciertos de James Gunn: detrás de toda la parafernalia espacial y de los hitazos, sus personajes tienen motivaciones claras, sentimientos complejos y un mundo interno que les permite atravesar diferentes viajes y aprendizajes sin repetirse a sí mismos.
Pero en este caso, Quill se corre del protagónico para darle lugar a otro personaje que -desde el principio- siempre fue un poco nuestro favorito y siempre quisimos ver reconectar con su pasado para poder evolucionar. Rocket no solo es el motivo de la misión, sino también el alma de esta historia, que revisita su pasado con flashbacks llenos de dolorosas revelaciones.
En este punto conocemos al villano de la película, alguien que siempre estuvo presente, considerado un dios en muchos rincones de la galaxia -uno tan cruel y despiadado como se pueda imaginar. The High Evolucionary (Chukwudi Iwuji) es un científico obsesionado con la “perfección” de las especies, sin ningún tipo de brújula moral o empatía por otros seres vivos. Un personaje tan despreciable que sus propios secuaces desconfían de él y de su falta de límites.
Trigger warning
En este punto, es importante aclarar algo que ya fue motivo de críticas en las primeras proyecciones de la película: el tratamiento de los animales. Si bien son bichos de CGI y estamos viendo una historia de ciencia ficción, hay escenas tan bien logradas que nos atraviesan con la fuerza de la experiencia personal, especialmente para quienes hayan sufrido con algún animalito de la familia.
Sin embargo, bajo ningún punto de vista se trata de crueldad o violencia gratuita, más bien todo lo contrario: el sufrimiento de estos personajes está ahí para interpelarnos y conectarnos con la historia, así como la enfermedad de la madre de Peter Quill o las torturas sufridas por Nebula lo hicieron es su momento.
Este es James Gunn desatado: un tipo que no le esquiva a temas difíciles, que está ahí para enfrentarnos con las partes que no nos gustan ver, y que le pone tanto corazón a lo que hace que incluso su familia participa de sus películas.
Para él, lo profesional y lo personal están intrínsecamente ligados, y ese sentimiento se translada al elenco, que encarna a sus personajes desde una dimensión muy íntima, dándolo todo para transmitirlo.
Además, es un James Gunn que vuelve a sus bases en Troma, con escenas gráficas y grotescas de materia orgánica, cuerpos mutantes y diseños al mejor estilo body horror. Una combinación que funciona mágicamente con el sello Disney, aunque parezca lo más incompatible de toda la galaxia. Gunn sabe cómo hacer que lo material refleje lo espiritual, y balancear la ternura con la acidez, y la tragedia con la comedia.
Canción de despedida
Esto último es lo que hace a esta película tan llevadera: una mezcla ideal de drama con humor, entendido no solo como alivio de la tensión, sino también como una característica intrínseca de estos personajes. Un grupo de individuos adorables a pesar de -y en función a- su increíble torpeza, tanto física como emocional, que permea todas las situaciones que protagonizan.
Los Guardianes siguen siendo un grupo de inadaptados, idiotas queribles, personajes en busca de su propósito que no tienen claro ni su propio nombre, pero con un corazón gigante, una carisma incomparable y una personalidad única que nos hace quererlos más que a cualquier otro grupo de marginales. James Gunn es lo mejor que le pasó a Marvel y su partida deja un vacío difícil de llenar.
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