Alejandro González Iñarritu, uno de los mexicanos más ponderados y premiados de Hollywood y miembro del trío apodado “The Three Amigos” (que completan Alfonso Cuarón y Guillermo del Toro) volvió a filmar a su México natal después de más de dos décadas. La última vez había sido con Amores Perros (2000), película que lo consagró en Hollywood y en todo el mundo.
Al igual que sus compatriotas que también han tenido proyectos producidos por Netflix –Roma (2018) de Alfonso Cuarón y Pinocho (2022) de Guillermo del Toro)- Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades (2022) forma parte del grupo de películas que el gigante del streaming produce anualmente con ánimos de pisar fuerte en la temporada de premios, permitiendo a grandes autores y directores realizar proyectos que hoy en día estudios tradicionales parecen reacios a financiar. The Irishman (2019) de Martin Scorsese y Mank (2020) de David Fincher son otros ejemplos de los que algunos llaman desafortunadamente “proyectos de vanidad” de la N roja.
Una tendencia creciente
Bardo parece también formar parte de la moda cada vez más llamativa (ya podría decirse que es un subgénero) de directores filmando sus propias memorias prácticamente autobiográficas. En pocos días se estrena en nuestro país The Fabelmans (2022) donde Steven Spielberg abre su corazón y cuenta su historia familiar. Hace poco tuvimos Armageddon Time (2022) de James Gray y para la temporada de premios del año pasado pisaba fuerte Belfast (2021), donde Kenneth Branagh reflexiona sobre su infancia y la historia de su Irlanda natal. Según el propio Iñárritu, Bardo es una “íntima autoficción” cuyo guion (escrito nuevamente en colaboración con el argentino Nicolas Giacobone) tardó más de 4 años en escribir.
Silverio Gama (Daniel Giménez Cacho), el protagonista de la película y alter-ego de Iñárritu, es un documentalista mexicano radicado en Los Ángeles con su esposa Lucía -interpretada por la argentina Griselda Siciliani– y sus dos hijos, que regresa a su país natal para recibir un premio. La película intenta ser algo parecido a 8 ½ (1963) de Federico Fellini, un viaje onírico al interior de la mente de nuestro protagonista (y director) que resultan en secuencias surrealistas algo inconexas, pero que -a diferencia de la obra maestra de Fellini– se sienten en su mayoría grandilocuentes y tediosas.
conflictos internos y mea culpa
Iñárritu intenta plasmar en Bardo los conflictos de identidad de los migrantes, o al menos los suyos propios. A pesar de no privarse de mostrar la realidad de mexicanos en multitud cruzando la frontera hacia un futuro mejor en Estados Unidos, reconoce plenamente los privilegios de su realidad frecuentando clubes exclusivos de México y no necesitando usar jamás el transporte público en Los Ángeles. Iñarritu demuestra en Bardo (aunque ya lo venía haciendo desde películas anteriores, especialmente en Birdman) que es extremadamente consciente de la opinión de los críticos hacia él como persona y como artista, tanto que no puede evitar ser bastante auto-indulgente cada vez que puede.
Hay una diferencia no menor entre Bardo y el resto de las películas semi-autobiográficas de otros directores mencionadas antes. Incluso en Roma (2018) de su amigo y compatriota Alfonso Cuarón, la mayoría de los directores se incluyen en las historias como niños o adolescentes. Iñárritu decide escribir un personaje adulto -con un Daniel Giménez Cacho muy parecido a él, incluso en la forma de vestirse- lo que comprueba aún más su autocomplacencia y autoconsciencia. Bardo tuvo su premiere mundial en el Festival de Cine de Venecia, donde se pudo ver un corte de tres horas de duración. Después de algunas críticas recibidas, Iñarritu decidió cortar 20 minutos de película, resultando en la versión de 150 minutos que pudo verse en pocas salas y que está disponible actualmente en Netflix. Otra prueba de lo argumentado anteriormente.
Otra de las heridas abiertas que Iñárritu busca plasmar en el film es la muerte prematura de su hijo a los pocos días de vida. Sin embargo, las formas en las que decide comunicar que su hijo no quiso quedarse en este mundo son un tanto polémicas. A los pocos minutos de arranque de la película, vemos la escena de un parto donde el bebé es reintroducido en la vagina de su madre. Algo parecido sucede más adelante durante un encuentro sexual entre sus padres. Más allá de lo incomprensible de esas escenas, logra un momento conmovedor y muy bello cuando deciden esparcir sus cenizas en el océano.
Los personajes que rodean a Silverio están siempre al servicio del protagonista y no son desarrollados profundamente, por lo que es difícil empatizar con alguno. Por si no quedó claro hasta ahora, esta es una película profundamente narcisista, algo que su exagerada duración exacerba aún más.
Como ya nos tiene acostumbrados Iñárritu, hay momentos de enorme virtuosismo visual. Varios planos secuencia, una escena impresionante en las calles de México con la participación estelar de Hernán Cortés y una secuencia impresionante en un baile con cientos de extras que culmina en un baile del protagonista al ritmo de David Bowie.
Bardo venía pisando fuerte en la temporada de premios como una de las nominadas en la categoría de Mejor Película Internacional, en donde compitió (y perdió) contra Argentina, 1985 por el Globo de Oro, contra RRR en los Critics Choice Awards y finalmente quedó afuera de la competencia en las nominaciones a los Oscar.
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