El inicio de She Said (2022) marca una clara yuxtaposición. En primera instancia, vemos a una joven que se acerca a un set de filmación y que disfruta de las jornadas de rodaje como asistente del productor de la película. Luego, de manera abrupta, la realizadora alemana Maria Schrader la registra corriendo frenéticamente, con pánico en la mirada y la necesidad de alejarse de ese lugar -donde supo ser feliz- lo antes posible. Esa suerte de cortometraje donde casi no hay diálogo se fusiona con un nombre que es verbalizado por la periodista Megan Twohey (Carey Mulligan) con motivo de una investigación que está llevando a cabo: Donald Trump, quien estaba en plena campaña para convertirse, como efectivamente sucedió en 2017, en presidente de los Estados Unidos. Esas dos secuencias trazan una simetría notoria, pero ejecutada de un modo muy sutil.
Esa joven que se escapó de una situación aberrante (sobre la que se ahondará luego) se conecta con aquello en lo que estaba indagando Twohey, las acusaciones de acoso y abuso contra Trump y el manto de protección del entorno que el periodismo quería dejar al descubierto. Había una rueda que se estaba poniendo en marcha y, como esas primeras escenas de She Said lo retratan, era una rueda empujada por mujeres. Por la valentía de las mujeres. Tras la victoria de Trump, el New York Times propone a sus redactores seguir investigando otros escenarios en los que los abusos en ámbitos laborales hayan sido encubiertos, tan solo la punta del ovillo de un caso que sería nada menos que el inicio del movimiento #MeToo.
La periodista Jodi Kantor (Zoe Kazan) recibe el dato de que la actriz Rose McGowan había sido abusada sexualmente por el productor Harvey Weinstein e inmediatamente se comunica con ella para obtener su testimonio. Ese primer contacto (telefónico) con una de las víctimas del entonces poderoso empresario de Miramax y The Weinstein Company está escrito por Rebecca Lenkiewicz con una precisión y un tono medido que se mantendrá a lo largo de todo el drama, y cuyo objetivo no es simplemente el de desplegar información sino el de mostrar cómo una periodista se comunica con una víctima de abuso, qué palabras debe usar y cuáles omitir. A pesar de su experiencia, notamos que Kantor va aprendiendo sobre la marcha esos grises que nadie le enseñó de manera académica.
En este punto, She Said se para sobre un hecho inevitable: nada te prepara para una diálogo sobre la agresión sexual. Así, la biopic va adquiriendo matices más interesantes cuando Kantor y Twohey -quien se suma luego a la investigación- conversan con mujeres que tienen miedo de hablar, pero lo hacen respetando los tiempos y manejando sus propios sentimientos ante esa avalancha de historias que van escuchando y cuyos detalles, que ahora son de público conocimiento, por entonces se cubrían precisamente por el poder que tenía Weinstein y el modo en el que lo ejercía con todos sus empleados.
Un sistema cómplice y sus consecuencias
De esta manera, She Said se asemeja a Spotlight (2015), la película ganadora del Oscar de Tom McCarthy en la que un grupo de periodistas del Boston Globe exponía el encubrimiento de abuso sexual a menores por parte de la Iglesia. En dicho largometraje, el editor a cargo de la nota les pide a los periodistas que no vayan tras una sola persona sino que “capturen al sistema”, con todo lo que ésto implica. En la película de Schrader la mirada es la misma: Weinstein es el responsable, pero hubo una razón por la que pudo abusar sistemáticamente por décadas. El sistema le brindaba protección por acción u omisión.
Las consecuencias de esa impunidad son retratadas en She Said sin golpes bajos y también con la presencia en pantalla de las propias víctimas, como Gwyneth Paltrow (quien puso su voz para las conversaciones telefónicas donde prima el miedo por la persecución incesante) y Ashley Judd, quien permite el uso de su nombre en el primer artículo publicado y logra el ansiado efecto dominó: que otras mujeres también se animen a dar su identidad para acompañar sus testimonios. En relación a ésto, She Said cuenta con dos momentos devastadores protagonizados por Samantha Morton y Jennifer Ehle, quienes con sus breves intervenciones como víctimas de Weinstein expresan el trauma que les causó el accionar del productor con la voz entrecortada y la mirada perdida, claros indicios de que el temor no se irá nunca.
En ese tramo, la biopic dialoga con su primera escena y deja en claro que la investigación de Kantor y Twohey fue significativa pero no será la última. Detrás de una víctima hay muchas otras tratando de encontrar las herramientas para hablar y no ser amenazadas y hostigadas, y sobre esa búsqueda de protección también habla esta película que, más allá de estar anclada en un momento bisagra, no deja de ser atemporal.
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