Perfectamente imperfecta

Pinocho de Guillermo del Toro: El cuento que renació como una obra maestra

El director mexicano vuelve con una de sus obras más importantes: un emotivo cuento sobre la esperanza, la aceptación y la belleza de lo efímero.

por | Dic 13, 2022

Pinocho de Guillermo del Toro: El cuento que renació como una obra maestra

Varias fueron las adaptaciones del cuento de Carlo Collodi al cine y televisión, pero hasta el momento la más reconocida por el público, aquella imagen que se forma en nuestra mente al momento de hablar del niño de madera, es la versión que Walt Disney estrenó en 1940. El trabajo de animación fue deslumbrante para la época, dándole a la historia esa magia tan particular que le otorga el medio. Guillermo del Toro claramente comprendió las ventajas de contar esta historia sin atarse a actores de carne y hueso, y honró sus raíces latinas al encargarle la tarea al Centro Internacional de Animación (CIA) de Guadalajara. Ahí se crearon una serie de bellos y detallados muñecos de silicona para que la impronta visual emulara el corazón del cuento mismo, dándole prioridad así al impresionante trabajo artesano de los animadores.

El resultado es extraordinario, con un nivel de detalle que busca que los gestos más mundanos y los tropiezos le otorguen un sentido de veracidad a estos muñecos, enfatizando la ilusión de que un objeto puede ser algo real.  ¿No es acaso ese uno de los temas centrales de la historia? A pesar de que tanto al cuento como a la animación en general se las relaciona con temáticas infantiles, del Toro dejó muy en claro una cosa: esta no es una película para chicos. Es un relato muy adulto que también puede ser apreciado por los más chicos, si se los acompaña. Nos entrega un vehículo con potencial de abrir el dialogo a la hora de enfrentar temas difíciles, regalándonos una emotiva historia sobre lo oscuro que puede ser el mundo, pero la esperanza nunca deja de brillar.

El origen de la criatura

Ambientada en la Italia de comienzos del siglo veinte, observamos como Gepetto (David Bradley) y su hijo Carlo (Gregory Mann) viven felices en una humilde aldea que muestra signos de grandes cambios. Perros huesudos deambulan por las calles, permitiéndonos intuir a un pueblo hambriento que se refugia en la religión mientras aviones de guerra cruzan los cielos. Mostrando que la indiferencia puede convertirse en la mayor de las crueldades, este padre y su hijo son separados a la fuerza en un acto totalmente absurdo. El corazón de Gepetto queda roto, lo que lo lleva a refugiarse en el alcohol como último consuelo. Pero, como si de un acto de rebeldía hacia el dolor mismo se tratase, el carpintero se rehúsa a decirle adiós a su hijo.

Destruyendo el árbol que había dado refugio al grillo Sebastian J. Cricket (Ewan McGregor), Gepetto da rienda suelta a su tarea. Pero no es solo el pomposo insecto quien lo observa, ya que los espíritus del bosque -y en especial aquel ser que popularmente conocemos como el Hada Azul– prestan atención al desesperado acto por recrear en madera al chico. Representada como un serafín con sus múltiples alas y los varios ojos en su cuerpo, el Espíritu del Bosque (Tilda Swinton) se apiada de Gepetto y, como si de una historia de Mary Shelley se tratase, le otorga algo semejante a la vida a este ensamble de madera, naciendo así Pinocchio (Gregory Mann).

Asimétrico y rústico en apariencia, el chico es la representación de lo más monstruoso que puede ser un niño: sin límites, caprichoso y destructivo. Pero, al mismo tiempo, es poseedor de las más inspiradoras características de una personita que, rebosante de amor, se maravilla al descubrir lo que el mundo tiene para ofrecer. Gepetto, ya sobrio, se aterroriza y lo rechaza. ¿Cómo un hombre que siempre fue un perfeccionista podría pretender que esta criatura llene el lugar del niño ideal, obediente y deseoso de seguir los pasos de su padre? Carlo fue el hijo idealizado e irremplazable. Pinocchio sufre el rechazo, consciente de su imposibilidad por conseguir la validación de su creador. Esto se convierte en uno de los ejes primordiales de la historia, el vínculo entre un padre e hijo imperfectos que deben aprender a aceptar y amarse con sus propias limitaciones y las del otro.

Tomando esa relación como base, el concepto del paternalismo se vuelve uno de los núcleos de la historia. Por un lado tenemos al Conde Voulpe (Christopher Waltz) que, consiente de las características sobrenaturales del chico, intenta usarlo a su beneficio. A Voulpe lo acompaña el simio Spazzatura (una irreconocible Cate Blanchett), nada más que un sirviente a sus ojos. También queriendo aprovecharse de las habilidades de la marioneta viviente se encuentra Podestá (Ron Pearlman), oficial del régimen fascista que no duda en llevar a su propio hijo Candlewick (Finn Wolfhard) y a los niños del pueblo a prepararse para las trincheras. El catolicismo aparece representado por el sacerdote del pueblo (Burn Gorman), más preocupado por adorar a un Cristo inanimado que por el chico de madera, como analogía del materialismo superando en importancia al bienestar de los fieles.

Finalmente, la figura del mismísimo Mussolini (Tom Kenny) pretende amoldar a una nación a sus caprichos, encapsulando tanto lo terrible como lo ridículo en su sátira. Pinocchio aparece en medio de todas estas relaciones para quebrar estos sistemas. Imperfecto como parece, en su infantil rebeldía se logra encontrar la voz para los oprimidos o, cuando menos, la inspiración para una necesaria resistencia.

Es una historia llena de dualidades, en donde Mann retrata a ambos hijos del carpintero y a su vez Tilda Swinton le presta su voz tanto al espíritu que da vida, así como a su hermana, un reconfortante ángel de la muerte. Es un mundo en donde el monstruo muestra que es capaz de denotar más humanidad que la humanidad misma. El grillo autoproclamado como la consciencia de Pinocchio no está ahí solo para recordarle al muñeco que las mentiras son malas y que debe hacer caso a su padre. Después de décadas de reducir al cuento a una fábula sobre la obediencia como sinónimo de la bondad, el muñeco de madera de del Toro viene a recordarnos que no es necesario amoldarnos a las expectativas, sino que debemos intentar ser la mejor versión de nosotros mismos, ya que forzarnos a lo contrario es la mentira más primordial.

El sueño de un niño, la obra de un maestro

El largometraje, estrenado en nuestro país en el Festival de Cine de Mar Del Plata de este año pasó brevemente por las salas de cine y ahora ya se encuentra disponible en Netflix, convirtiéndose en un fenómeno tanto para la crítica como para la audiencia por buenas razones. Al verla, se entiende que esta película fue el sueño de toda una vida para el director mexicano, una ambición que culminó en los quince largos años que tardó en desarrollarse. Su labor de amor es palpable a través de cada uno de sus componentes, buscando un porqué detrás de cada decisión visual, así como un valor filosófico en cada personaje y vueltas de su historia. Acoplándola a una base histórica -así como en su momento lo hizo en El Espinazo del Diablo (2001) o El Laberinto del Fauno (2006)-, del Toro nos pide una vez más que, a través de los ojos de los niños, reevaluemos los pasos que dimos y nuestra manera de pensar el mundo.

Está versión resignifica la obra de Collodi por completo, evaluándola y expandiendo cada uno de los puntos que toca, pareciendo comprender por primera vez todo lo que su prosa tiene para ofrecer. Es una tarea que demuestra el más honesto amor por el cuento y por el arte de contar historias en sí mismo, un intento por explicar el significado de aquello que llamamos real o la experiencia de estar vivo. Pinocchio de Guillermo del Toro (2022) nos habla de la triste belleza detrás de la fugacidad de la existencia. Habla de cómo la vida puede ser dura de transitar, en donde la alegría puede presentarse breve o extensa. En su reflexión, nos recuerda que vale la pena experimentarla si la apreciamos, así como a nuestros seres amados, a pesar de cada una de sus imperfecciones

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Ro Tapias

Artista visual. Madre de dragones, gatos y un corgi. Hablo de cine, a veces demasiado.