Una de las cosas más notables de X-Men ‘97 (2024-) es su brillante estructura, que ha ido construyendo el camino lentamente para llegar al punto de la historia en el que estamos ahora: el comienzo de una trilogía de episodios que casi funciona como una película para televisión de tres actos bien diferenciados. Al menos así se sintió este octavo episodio, y cuando la vara no podía estar más alta, nos sorprendió nuevamente con una carga tremenda de acción, emoción, comentario social y batallas épicas.
Con trece películas estrenadas que transcurren en el universo de X-Men, toneladas de cómics publicados y una serie animada que plasmó en la pantalla algunos de los arcos más importantes de la etapa más célebre de su historia original, un futuro distópico para los X-Men es algo demasiado conocido como para que nos parezca novedoso. Pero X-Men ‘97, para darle un matiz más interesante a esta temporada, echó mano a un arco argumental escasamente adaptado, que se publicó precisamente en 1997.
En los cómics, Operation: Zero Tolerance fue una historia bastante mediocre, que está muy lejos del Olimpo de las aventuras de X-Men. Pero, contrario a lo que se podía imaginar, está funcionando bastante bien en la pantalla.
Con este episodio los guionistas Beau DeMayo y Anthony Sellitti, junto al director Chase Conley, demostraron que X-Men ‘97 no solo es excelente en desarrollar de manera bastante fiel al cómic arcos narrativos que no habían sido adaptados nunca en ninguna otra franquicia de X-Men, sino que también es capaz de usar muy bien el método de combinar diferentes conceptos extraídos de distintos cómics y hacerlos funcionar en otro contexto, más al estilo de las adaptaciones cinematográficas.
Después de haber visto un ataque genocida desgarrador en una nación soberana mutante, pareciera que la persecución de mutantes alrededor de todo Estados Unidos no sonaría como una gran amenaza. Sin embargo, funciona muy bien como arco final, y además se le añaden otros elementos que resignifican la propuesta.
En este episodio nos enteramos que el destino está prefijado, y aparentemente no se puede modificar: Cable ha anunciado que la masacre de Genosha es un evento nexus en el tiempo y por lo tanto no hay manera de revivir a Gambito ni a ninguno de los muertos. Nos cuenta entonces que, a partir de ese momento, Bastión va a iniciar un proceso que llevará a la extinción y esclavitud de los mutantes.
En un excelente giro del guion que dialoga con toda la historia de la ciencia ficción, Cable aclara que el futuro funesto que les espera no es una distopía, sino una utopía para los humanos, lo que ahonda más en el error de todo lo que representa.
El arco Operation: Zero Tolerance en los cómics estaba tan plagado de referencias a la Alemania nazi que parecía una caricatura. El tono que ha manejado la serie hasta este momento hace que acá esas mismas referencias funcionen de un modo muy orgánico. Y a eso se le suman varias modificaciones que adaptaron el concepto a un contexto más moderno.
En esta serie Bastion no es un nazi de película, sino un personaje multidimensional, y este episodio nos deja conocer su origen desde un primer momento, permitiéndonos conectar con él de un modo más profundo, tomando en cuenta que es un personaje que acaba de aparecer en esta historia, a pesar de que ha venido asechando desde las sombras desde un primer momento.
Cíclope, Jean y Cable viajan a Pennsylvania y a través de su madre descubren que Bastión es un híbrido humano-centinela que nació luego de que su padre fuera infectado por una parte de Nimrod, un centinela super avanzado del futuro que viajó en el tiempo. Las motivaciones de Bastión son bien claras: quiere crear un nuevo estadío en la evolución para canalizar su odio hacia los mutantes.
Esto le da al personaje un trasfondo real y mucho más interesante que el del fallido personaje de los cómics, que era un producto de los excesos de fines de los noventa y de la imposibilidad de estar a la altura del hype que había creado la serie animada de X-Men (1992-1997).
Usando el mismo virus tecno-orgánico de Siniestro que afectó a Cable cuando era un bebé, Bastión ha injertado a varios humanos para que se conviertan en Centinelas Prime. Acá tenemos la trama de infiltración que Secret Invasion (2023) no pudo darnos, con la revelación de personajes que no esperábamos siendo centinelas asesinos que lo destruyen todo. Esto continua lo que habíamos visto en el episodio anterior con Bolivar Trask convertido en una máquina de exterminio.
El giro da lugar a la imagen terrible de la mansión de Xavier completamente destruida, pero también impactantes escenas de acción muy bien animadas en las que Nightcrawler y Wolverine se lucen completamente, defendiendo a Rogue mientras está inconsciente, y luchando mientras caen del cielo. Las secuencias de acción de este capítulo son inolvidables, más largas y más originales que cualquiera de las otras que se han visto hasta ahora.
Ya con en el episodio anterior se vio que esta serie estaba teniendo un alcance de proporciones épicas para el universo de los X-Men y que incluso trascendía a otras franquicias. Es lo que sucedió también en este episodio, donde llegamos a ver al Spider-Man de la serie animada de los noventa, que ya había aparecido en la serie original, o incluso a los grandes villanos el Barón Zemo y el Doctor Doom, aportando la manija necesaria para el futuro.
Pero por fuera de toda la destrucción, también hubo espacio para la familia. El encuentro entre Scott, Jean y Cable da paso a buenos momentos, después de la frialdad y la incomodidad de los episodios anteriores. Además, hay un momento de conexión entre Kurt y Jean cuando Rogue termina inconsciente y él le cuenta que Rogue es la familia que él eligió, mientras que Mistique, su madre biológica, siempre lo había rechazado.
X-Men ‘97 avanza muy rápido, no tiene miedo de tomar riesgos muy altos, y sale airoso. Las enormes cantidades de información de cada capítulo no están de más, sino que le dan un ritmo que la hacen imperdible.
En los últimos minutos del episodio el conflicto escala tan rápidamente que no hay tiempo para respirar. Ante una guerra contra los Centinelas Prime que parece no tener fin, Magneto, que estaba secuestrado por Cooper, se libera y genera un intenso pulso electromagnético que provoca un apagón de alcance mundial. Dejando sin energía a todas las máquinas orgánicas que querían destruirlos, pero también deja un daño extremo en la infraestructura de muchos países.
Está claro que Magneto ha declarado la guerra contra la humanidad. En ese momento de desolación total llega Xavier y con él regresa el icónico enfrentamiento. Eso nos recuerda una vez más que, al igual que la utopía y la distopía, la lucha sin fin entre Magneto y Xavier son dos caras de la misma moneda.
Las historias de superhéroes, con sus múltiples sagas, personajes y giros argumentales, son solo extensiones del intento de responder a una gran pregunta, a veces de imposible respuesta. Y si hay que reducir X-Men a una sola pregunta, esa es “¿se puede ser tolerante frente a la intolerancia?”
Con Magneto de un lado y Xavier del otro, la pregunta nos ha interpelado durante décadas. Pero esta temporada llevó las cosas a un extremo tal que, apelando a un espíritu de época, mucha gente terminó a punto de tatuarse “Magneto was right”. La serie parece haber hecho un recorrido detallado para que termináramos dándole la razón a uno de los villanos más interesantes y ambiguos de la historia de la cultura pop.
Pero ahora Xavier ha regresado, y con una masacre en ciernes y un nuevo estadio en la evolución que amenaza con la misma existencia de los mutantes, la pregunta inicial parece reestablecerse. Lo que hace grandioso a los X-Men está más vivo que nunca. Y este es solo el primer acto de lo que parece ser un gran final que muy difícilmente pueda decepcionarnos.
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