“Lo único imposible es la inmortalidad. Mortensen es una persona que vive la mortalidad de una manera constante. Por eso es un hombre que está siempre presente y en estado de disponibilidad. Sin ese estado de disponibilidad los poemas pasan por al lado y no los ves, no los podés escribir.”
Fabián Casas
Es el Día de la Independencia y -como en toda Fecha Patria que se precie de tal- llueve en Buenos Aires. La tarde de domingo porteña invita a quedarse adentro, calentita, tapada con una frazada mirando una serie o leyendo un libro. Pero en el fondo de mi cabeza resuenan otros planes frustrados y se me ocurre preguntar, casi sin esperanzas, si alguien tiene entradas para ver la presentación de Viggo Mortensen en el Centro Cultural Kirchner.
Un alma caritativa aparece en mi bandeja de entrada con un dato sorprendente y un sentido de la urgencia que me transmite con un “¡ya, ya, ya!”. Entro inmediatamente a revisarlo y, efectivamente, ahí está el formulario para llenar con los datos que hasta hace poco estaba bloqueado, con la leyenda de entradas agotadas. Puedo reservar solo dos y me apuro, casi convencida de que alguien llegará antes que yo y me quedaré otra vez sin la posibilidad de conocerlo.
La última vez -que yo recuerde- que Viggo Mortensen estuvo en Buenos Aires, yo estaba en un hotel muy paqueto en la presentación del perfume de Antonio Banderas. El malagueño vino en persona a promocionarlo y, aunque no podría importarme menos su fragancia, no podía perder la oportunidad de conocerlo. Ahora la pérdida era doble, pues no solo me interesaba conocer a Viggo sino también conocer su libro “Ramas para un nido” (editado en Bahía Blanca) que venía a presentar.
Ante un primer intento fallido, casi me doy por vencida. Pero algo me dice que vuelva a intentarlo, que la tecnología podría estar jugándome una mala pasada. Y efectivamente, la segunda vez aparece un glorioso cartel de entradas reservadas. Falta apenas una hora para la presentación y yo estoy en el sillón de mi living muy relajada en joggineta, investigando para una nota que no requiere más que mi atención. Pero la adrenalina de mi reciente éxito me obliga a levantarme, prepararme como puedo y salir para el subte.
Le pregunto a mi vecina y compañerita de aventuras Eugenia si está disponible para llegar al CCK a tiempo para la presentación y me dice que sí, que está trabajando en el Teatro Ópera. Qué lugar tan mágico el centro de Buenos Aires, pienso, donde todo puede pasar. Cuando llegamos, nos reímos ante la idea de que ayer ni sospechábamos que hoy estaría conociendo al mismísimo Viggo Mortensen. Estamos apenas a unos pisos de distancia del Rey de los Hombres, el protagonista de El Señor de los Anillos, Hidalgo, Promesas del Este y tantas otras.
Llegamos justo a tiempo para la lectura del prólogo de Fabián Casas y las anécdotas sobre postales poco convencionales -como una etiqueta de yerba mate o un señalador metalizado- que Viggo envía a su amigo de Buenos Aires, confiando que llegarán a destino en plena era de la virtualidad. No dejo de celebrar la acertada coincidencia de esta historia en el marco de un evento en el Centro Cultural Kirchner, ex Correo Central de la República Argentina, que todavía conserva algunos de sus antiguos rasgos.
Las referencias a la pandemia y la reclusión nos agarran desprevenidas, en un contexto en que -por negación, instinto de supervivencia o disfuncionalidad- la mayoría de las obras artísticas no hacen alusión alguna a ese período catastrófico de casi dos años en la vida del planeta entero. Pero Viggo no le escapa a los temas difíciles o incómodos, y eso se ve reflejado tanto en su libro como en su discurso. El tipo puede pasar de la oscuridad de un poema propio sobre la tristeza, a una anécdota humorística sobre la necesidad de hacer pis en medio de una autopista.
En algún momento, breve pero inevitablemente, surge en la conversación una alusión a su trabajo en el cine y -en particular- su relación con el director David Cronenberg. El moderador rescata un fragmento de la película The Fly (1986) que versa sobre la monstruosidad, en una escena entre Jeff Goldblum y Geena Davis. Aunque Mortensen empieza a trabajar con el cineasta un par de décadas después y no es hasta Crímenes del futuro (2022) que incursiona en el body horror, ante la insinuación de que Cronenberg está mal de la cabeza, el actor (y escritor) lo defiende diciendo que para él “es un poeta”.
Viggo Mortensen es un artista con todas las letras, de esos que buscan sublimar sus inquietudes de todas las maneras que encuentran, viviendo una vida mucho más intensa que la de los demás. Su amigo y colega Fabián Casas, encargado de moderar la charla, le sigue la corriente pero también apunta cuando alguna característica de la personalidad de Viggo le resulta tan particular como para hacérselo saber. En la sala, todos nos reímos ante las ocurrencias de estos dos, y disfrutamos la extensión de la charla a pedido del público.
La argentinidad al palo
Miles de veces se dijo ya que el tipo es más argentino que el mate, y aunque a esta altura sea un cliché repetirlo, lo confirmamos. Viggo Mortensen ama el país con la fuerza del expatriado, usa todos los modismos que puede incorporar a su discurso, toma del pico de la botella y cuenta anécdotas como si estuviera en un fogón o en un asado con amigos. Hasta su forma de hacer poesía remite a nuestro país, con metáforas futboleras o poemas dedicados a la Selva Chaqueña. Incluso la foto en la portada de su libro es una pared bonaerense cualquiera invadida por la humedad y el hollín de los años.
“Nunca confundo la amistad con lo que leo, a veces mis amigos escriben cosas que me parecen una mierda y si me piden mi opinión se las doy. Siempre teniendo en cuenta que con la mierda se hace combustible.”
Fabián Casas
La palabras de su amigo bien podrían aplicarse a sus fans, en este caso nosotras. No sabemos con qué nos vamos a encontrar cuando lleguemos, todavía no leímos el nuevo libro de Viggo Mortensen ni los anteriores. Admiramos su trabajo como actor y sabemos que sus interpretaciones son capaces de conjurar fuertes sentimientos. Pero de ahí a saber hacer lo mismo con lápiz y pluma, hay un abismo de distancia. Y Viggo cruza ese abismo con la misma gracia y valentía con las que su Aragorn derrotó al ejército de Orcos en el Abismo de Helm (perdón, tenía que hacer alguna referencia).
El primer texto que nos llama la atención es una prosa poética sobre el arte mismo de hacer poesía, pero específicamente sobre la imposibilidad de capturar el instante, el objetivo primordial de la poesía. Al no poder volver sobre las sensaciones originales de la imagen disparadora, Viggo vuelve sobre la misma imagen y la reconfigura en distintos versos, un ejercicio maravilloso digno de dictarse en un buen taller de poesía. Pero en el discurrir de sus palabras describe su frustración, al ser incapaz de aprehender la subjetividad de esa primera percepción.
La imposibilidad de volver sobre su propia experiencia aparece de vuelta durante la charla, cuando queda preso de sus palabras. “Si tenés que explicar un poema, quiere decir que tenés que volver a casa y trabajar un poco más”, dice. Y es por esta ideología expresa que después -cuando lee sus poemas- se ve imposibilitado de volver al momento en que los escribió o tratar de darles un contexto, aunque su verborragia se lo pide a toda costa y lo vemos luchando por contenerla. Lo bueno es que realmente no hace falta, porque sus poemas hablan por sí solos.
El resto del libro es un compendio de otras poesías y algunos textos en prosa, que todavía me quedan por disfrutar, pero de los que da una generosa muestra en su lectura pública. No solo eso, sino que se ofrece a quedarse firmando cada ejemplar de las cerca de 200 personas presentes, a riesgo de que un brazo le quede más musculoso que el otro, como bromean con su colega y amigo antes de terminar la charla. El momento quedó capturado en algunas fotos y videos, pero son las palabras las que más se acercan a describir la verdadera experiencia. Y por eso, esperamos que Viggo siga escribiendo muchos años más.
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