En Together (2025), David Shanks que comienza como una historia de amor destinada al fracaso, pronto se sumerge en un delirio corporal que desafía cualquier expectativa. La historia parte de un cambio de vida: Millie (Alison Brie) y Tim (Dave Franco) dejan la ciudad para instalarse en un área rural donde ella ha conseguido trabajo como docente. Desde el comienzo, el contraste en sus actitudes es evidente. Ella se siente entusiasmada, lo ve como un nuevo comienzo. Él, un músico que nunca logró despegar, lo vive con escepticismo y cierta apatía.
Lo que en cualquier otro contexto podría parecer la premisa de un drama romántico con tensiones domésticas, aquí se convierte en el preámbulo de algo mucho más extraño. El guion presenta pequeños signos de disconformidad entre ellos: una conversación incómoda durante la fiesta de despedida, la sospecha de que él sigue aferrado a un sueño musical imposible, y la admisión tácita de que su vida sexual lleva mucho tiempo estancada.

Estos elementos no están para rellenar, sino para preparar al espectador ante una mutación narrativa radical. Tras instalarse, la pareja decide explorar los alrededores y termina cayendo accidentalmente en un agujero de dimensiones colosales. La escena no tiene la espectacularidad de una película de aventuras, sino un tono inquietante: paredes húmedas, restos arquitectónicos que sugieren un pasado religioso, y en el centro, un estanque de agua turbia.
Es allí donde, sin alternativas, Tim bebe un sorbo que cambiará el rumbo de la historia. Shanks utiliza este momento no como clímax, sino como punto de inflexión silencioso; la tensión se acumula lentamente, como si el verdadero terror estuviera agazapado en algo tan mundano como un trago de agua. Desde ese instante, el relato abandona el terreno del drama íntimo para acercarse, paso a paso, al horror físico. Y lo hace sin anunciarlo con golpes de efecto, sino dejando que el espectador intuya que lo que se aproxima no se resolverá con una simple conversación de pareja.
El verdadero significado
El giro empieza a notarse a la mañana siguiente. Tim se levanta con un malestar extraño, como si algo en su cuerpo hubiera cambiado de manera irreversible. Lo que al principio parecen síntomas vagos se convierten pronto en un fenómeno tan inquietante como absurdo: cada vez que Millie se aleja físicamente, el cuerpo de Tim parece reaccionar con violencia. No hablamos de una metáfora de dependencia emocional; aquí la atracción es literal, casi magnética. Si ella conduce al pueblo, él experimenta sacudidas físicas que lo empujan hacia ella, sin importar las barreras que haya de por medio.

En una de las secuencias más desconcertantes, mientras ella se desplaza en coche, él es lanzado por la ducha de la casa, como si un hilo invisible lo arrastrara. La secuencia, que podría caer en la comedia burda, se transforma en un equilibrio preciso: hay humor, pero también horror. Y aunque la idea es una metáfora grotesca, no deja de reconocer en esa dinámica el eco de relaciones donde la distancia es intolerable. La película utiliza este “imán humano” como catalizador para transformar el relato en una exploración del terror corporal.
No hay necesidad de criaturas o enfermedades explicadas con tecnicismos: lo que asusta aquí es la pérdida de control sobre el propio cuerpo y la imposibilidad de escapar de la otra persona. La codependencia deja de ser un término psicológico y se vuelve una amenaza física palpable. Es en este punto donde Together revela su verdadera naturaleza: un híbrido que alterna lo absurdo y lo perturbador, construyendo incomodidad a través de un concepto tan ridículo como inquietante.
El amor y otros demonios
La efectividad de la propuesta se apoya casi por completo en la química entre Alison Brie y Dave Franco. En la primera parte, ambos sostienen largas secuencias de diálogos en los que se percibe el desgaste acumulado. No hay peleas desbordadas, sino reproches disfrazados, silencios que pesan más que las palabras, y gestos que sugieren que la relación lleva tiempo tambaleándose.

Pero cuando el horror físico llega, esas dinámicas se transforman por completo: la atención ya no está en lo que dicen, sino en cómo sobreviven a estar literalmente pegados por una fuerza invisible. Shanks juega con esta inversión de prioridades. Donde antes había tensión emocional, ahora hay urgencia física. El guion aprovecha para introducir momentos de humor que alivian la tensión, aunque nunca hasta el punto de romper la atmósfera de inquietud.
Aquí es donde la compenetración de los actores brilla: Brie y Franco se lanzan a escenas físicamente exigentes, llenas de tropiezos, choques y movimientos coreografiados que parecen accidentales pero que están medidos al milímetro. Esa naturalidad es clave para que el espectador acepte la lógica absurda de la historia.
Lo más notable es que, incluso en medio del caos, ambos logran transmitir que la raíz del problema sigue siendo la relación misma. El magnetismo físico solo exagera lo que ya estaba ahí: una dependencia mutua que se siente inevitable, incómoda y, en última instancia, destructiva. Al final, el amor es el monstruo — y el más peligroso — al que hay que temer.
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