El domingo a la noche, como ya es tradición, nos reunimos frente a la pantalla chica para ver un episodio de la mejor serie del momento en HBO/Max. Si la ves por streaming, quizás lo dejaste para el lunes o martes, con la intención de disfrutar más tranqui de un final de temporada que claramente iba a ser movilizador. Los que no pudimos aguantar, lo vimos en vivo y nos volcamos después a las redes a comparar opiniones y debatir.
A esta altura, todos somos espectadores entrenados. Tengamos más o menos conocimiento técnico sobre lo que estamos viendo, podemos distinguir perfectamente si un episodio es bueno o malo. Pero en el caso del final de la tercera temporada de The White Lotus, no hubo forma de que internet se pusiera de acuerdo. Hubo descontento, hubo aplausos, hubo quienes criticaron la escritura, otros elogiaron la ejecución y en general nadie tuvo una opinión remotamente similar a la otra.

Y creo que eso es, precisamente, lo que hace a The White Lotus una gran serie. Solo las mejores logran el nivel de acalorada discusión -tanto a favor como en contra- que genera la serie de Mike White. Son las que movilizan tanto al espectador que lo dejan apabullado, buscando dentro suyo las respuestas, e interpretando lo que pasó en función a su propio sistema de valores, sentido del humor y bagaje cultural… entre muchos otros factores. Pero si hay algo con lo que White sabe jugar, es con esa tríada de códigos.
Los argumentos en contra dicen que la temporada fue lenta, que no pasó nada y, especialmente, que las historias no tuvieron buena resolución. Incluso que el guion y la ejecución son desprolijos, como si fuera algo que esta serie se permitiría. Creo que, por el contrario, Mike White es tan ingenioso que sabe cuáles son todas las preguntas que vamos a hacernos, y en alguna parte de la temporada están las pistas con las respuestas. O sea, nos dejó la respuesta antes de plantearnos la pregunta. Es lógico que pase desapercibida.

Lo que no fue tan inteligente, ocurrió por fuera de la serie y no sabemos bien a quién echarle la culpa. Días antes del final, varios medios levantaron las declaraciones de la actriz Charlotte LeBon (Chloe, en la serie) diciendo que los espectadores iban a enojarse con el creador tras el último episodio. Eso y decir que Chelsea (Aimee Lou Wood) iba a morirse, era prácticamente lo mismo. Su personaje se convirtió en la favorita del espectador, algo que a veces tendemos a creer -muy erróneamente- que los blinda contra todo mal.
El falso paraíso
De lo que sí podemos culpar a HBO fue de mostrar un adelanto la semana pasada que revelaba con muy poca sutileza el destino de la familia Ratliff. No las últimas escenas, pero sí el plan delirante de Timothy (Jason Isaacs) con las frutas y la licuadora. De todas maneras, ya habían sido planteadas todas las pistas al mejor estilo “arma de Chekhov” durante el comienzo de la temporada. Otra de las críticas apuntó a la resolución insatisfactoria de aquel conflicto, pero soy de las que creen que el viaje es el destino, cuando el viaje no promete explícitamente un destino.
La única promesa de esta serie está en su título. Lo que importa es lo que pasa dentro del hotel. La transformación que sufren los personajes desde que llegan hasta que se van, en esa especie de limbo que son las vacaciones en la vida de cualquier persona. Las verdades ocultas que se revelan, desde la más profunda de las hipocresías hasta el más sabio de los aprendizajes. Las relaciones de unos con otros, con el dinero y el privilegio, con el poder y la falta de él, con sus propios principios, creencias e identidades.

Poco tiene que ver, incluso, la idiosincrasia del lugar en el que transcurre la temporada. Hawaii, Italia y Tailandia no son más que los escenarios donde los verdaderos protagonistas van a pasar un período muy corto de sus vidas. Claro que siempre hay una o dos subtramas que se centran alrededor de los lugareños y los trabajadores del hotel, pero podrían ocurrir en cualquier lugar del mundo porque estos personajes son, antes que nada, universales. No representan el modo de vida ni las creencias del lugar de donde provienen, sino que se adaptan -en mayor o menor medida- a lo que los huéspedes necesitan.
Amor fati
Mike White apela a los instintos humanos más básicos de la forma en que lo harían las grandes tragedias griegas o incluso la tradición shakespereana. De hecho, no son pocas las referencias al bardo isabelino en esta temporada. El romance trágico de Rick y Chelsea, sus cuerpos flotando en el agua cual retrato de Ofelia, el uso de veneno literal y metafórico, Mook siendo una especie de Lady Macbeth, la tríada de hermanas fatídicas, las pasiones desatadas y las revelaciones tardías, las venganzas familiares y otros guiños más que podemos encontrar a lo largo de los episodios.

Chelsea y Rick (Walton Goggins) estaban condenados desde el principio, al mejor estilo “star crossed lovers”. Mientras ella no deja de mencionar la influencia de los astros en sus vidas, la resignación ante el destino y la creencia de que los desastres vienen de a tres, Rick ya había decidido hace rato que sus deseos autodestructivos estaban por delante del amor que podía llegar a sentir por ella. Cuando libera a las serpientes en el 3×07, solo para que a la escena siguiente una de estas hiera de muerte a Chelsea, ya estaba todo dicho.
Lo poético del asunto es que la filosofía de Chelsea sigue viva a través de uno de los personajes más inesperados, que al final tiene mucho más para dar de lo que parecía al principio, gracias al paso de la joven en su vida. En las últimas escenas de la familia Ratliff en el barco de vuelta, podemos ver a Saxon (Patrick Schwarzenegger) leyendo uno de los libros que ella le dio. Lo vemos transformarse en una mejor persona en los últimos episodios gracias a su breve vínculo con ella y lo irónico es que quizás Saxxon -en la palabras del mismo Schwarzenegger- nunca la hubiera expuesto a ese peligro.

Todo en The White Lotus es a la vez irónico y trágico. Si las subtramas se resuelven de la forma menos satisfactoria para la audiencia será porque no nos da lo que queremos, nadie aprende la lección ni se vuelve mejor a tiempo, todo nos lleva a la frustración de sentir evitable lo inevitable. Amor fati. Y a la vez, las únicas personas que logran ser “felices” al final son las que traicionan sus convicciones. Así como Rick podría haber sido feliz con Chelsea, si hubiera dejado de lado su larga búsqueda de venganza.
Piper vuelve a su vida de privilegios tras abandonar sus convicciones religiosas. Gaitok (Tayme Thapthimthong) traiciona las enseñanzas del budismo matando a Rick por la espalda, pero consigue la admiración de su adorada Mook (Lalisa Manobal, más conocida como “Lisa”) y el soñado ascenso a guardaespaldas de Sritala (Patravadi Mejudhon). Por su parte, Frank (Sam Rockwell, en un papel sorpresa que todos aplaudimos) rompe su abstinencia para dedicarse a una noche de joda loca y después volver al budismo como si nada.

Y la más evidente de todas, Belinda (Natasha Rothwell) acepta el soborno de Gary/Greg (Jon Gries) para no denunciarlo por la muerte de Tanya (Jennifer Coolidge). Lo más irónico es que el momento full circle es total. Por un lado, el dinero de Tanya que compra su silencio es el mismo que ella le había prometido en la primera temporada para abrir el centro de bienestar. Por otro lado, Belinda se convierte sin miramientos en todo aquello que odiaba y le hace a Pornchai (Dom Hetrakul) en el segundo en que consigue la plata para cumplir su sueño, dejándolo sin explicaciones.
¿Y los rusos? Al final no eran los villanos de la temporada -más allá del robo a la tienda- sino simples refugiados de guerra. En un contexto sociopolítico como el actual, en que los criminales rusos vuelven a hacer su aparición como los malos preferidos de Hollywood, la decisión de Mike White es bastante inteligente. No solo al poner de relieve los prejuicios del espectador, sino también para generar esa tensión constante que busca que experimentemos en cada episodio.

Podría parecer que Laurie (Carrie Coon), Jaclyn (Michelle Monaghan) y Kate (Leslie Bibb) realmente mejoran como personas y tienen su final feliz, luego del emotivo monólogo de Laurie en su última cena juntas. Pero en verdad es más de lo mismo. Ella se siente moralmente superior a sus pares, sin embargo quiere pertenecer y decide aceptarlas con todos sus defectos y virtudes. Sin embargo, al momento del tiroteo, es la primera en salir corriendo a toda velocidad sin dudar un momento ni mirar hacia atrás.
La ironía de la escena no está solo en el contraste entre la tragedia de Rick y la reacción de ellas tres, sino en la manera en la que cada una huye del lugar. Mientras Laurie muestra sus verdaderos colores, Jaclyn no puede dejar de mirar hacia atrás. Y Kate -la votante de Trump- huye despavorida ante la vista del arma. Es una escena, y en general un capítulo, para volver a ver y apreciar los diferentes matices en la escritura de cada personaje y especialmente, en sus brillantes actuaciones.

Al igual que el encuentro previo entre Kate y Victoria (Parker Posey) en el desayuno, no todo tiene que tener una explicación. Hay situaciones que sirven para construir a estos personajes maravillosos que terminamos conociendo como la palma de nuestras manos. Nadie podría decir que no reaccionaron de la forma más coherente posible con su propia lógica interna hasta el último episodio.
A Victoria solo le importa su familia, su sistema de valores y su comodidad, no hay lugar para relaciones triviales con gente que considera fuera de su estatus. Sí, hubiera sido un placer verla reaccionar al momento en que se entera de su nueva situación, especialmente porque la actuación de Parker Posey nos dejó los mejores memes de la temporada. Pero conociendo tan bien a estos personajes, es fácil saber cómo hubiera sido. Y ahí reside el encanto de esta serie.

Por su parte, Tim finalmente toma dimensión de la barbaridad que estuvo a punto de cometer cuando encuentra a Lochy (Sam Nivola) envenenado al lado de la pileta. De repente el dinero no vale nada, todas las decisiones que tomó fueron incorrectas y lo único que importa es la vida de su hijo. Es alguien que también traicionó todas sus convicciones -en su caso, por desesperación- y ahora está convencido de tener la verdad revelada, con una nueva apreciación por su familia. Que seguramente no reaccione como él espera. De hecho, su destino también está marcado. Amor fati.
No es un murder mystery
¿Y el cuerpo flotante del principio? Realmente no importa, es un mcguffin si se quiere. Aunque podemos deducir que es Chelsea o Rick, después de flotar uno al lado del otro durante un rato en posición ying yang. Pero es la excusa para contar todo lo que pasa en la temporada, que no es un whodunnit, sino un estudio de personajes.
Sí, es comprensible que en esta era de inmediatez y constantes estímulos esta conclusión resulte insatisfactoria, pero no todo tiene que ser espectacular y efectista. Todavía hay lugar para las historias cocinadas a fuego lento, se puede seguir haciendo prestige drama en la pantalla chica y HBO acaba de demostrarlo.

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