Segunda oportunidad

“The Last Showgirl” de Gia Coppola: la película que reivindica la carrera de Pamela Anderson

La estrella de los noventa protagoniza después de años un largometraje que es una exploración melancólica sobre el triunfo, el dolor y la redención. 

por | Feb 7, 2025

Pamela Anderson ha recorrido un largo viaje en Hollywood. Durante casi treinta años, fue el símbolo de una fantasía colectiva. Su vida giró en torno a la idea de un deseo inalcanzable, alimentado por su imagen icónica en el bañador rojo de Baywatch (1989-2001), sus portadas en Playboy y su matrimonio con un músico de temperamento explosivo. Fue la representación de lo erótico para toda una generación, especialmente después de que se filtrara el video íntimo junto con su pareja de entonces, Tommy Lee. Un suceso extravagante que encapsuló la obsesión que la rodeaba desde su adolescencia.

Pero desde hace unos años, la que fuera la mujer centro de todas las miradas en una década especialmente interesada en el escrutinio de las celebridades, ha resurgido desde la introspección. En esta nueva etapa, Pamela no se presenta como una víctima ni como una prisionera de la fama que la envolvió. En el documental Pamela Anderson: Una historia de amor (2023) de Ryan White -disponible en Netflix– la estrella confiesa con una honestidad que desarma:

Llegué a ser famosa sin entender cómo sucedió. Y cuando pasó, ya no había forma de retroceder.

Pero convertirse en objeto de obsesión cultural, devastó a Pamela Anderson de formas muy distintas. En especial, porque la atención pública se concentró puntualmente en ella, quien se convirtió en blanco de juicios severos, ataques personales y el desprecio de sectores conservadores. En el mismo documental, recuerda con dolor esa época:

Me gritaban cosas horribles en la calle, recibía amenazas por correo, decían que era inmoral.

Luchar por el éxito

La reacción colectiva con respecto al vídeo signarían la vida de Pamela Anderson en adelante. Por primera vez, Hollywood enfrentaba un escándalo de esta magnitud, no solo por lo que implicaba la exposición de la vida privada de dos celebridades, sino también por las preguntas que planteaba sobre los límites de la privacidad en la era digital. La grabación se replicó masivamente en internet, convirtiéndose en un fenómeno viral incontrolable. Ni Pamela ni su pareja pudieron detener su distribución hasta que el daño ya era irreparable, superando cualquier intento legal o mediático por frenar su impacto.

En Pamela Anderson: Una historia de amor, la actriz se abre para analizar lo sucedido desde su perspectiva. Sus palabras revelan una herida profunda, una experiencia que describe como una forma de agresión difícil de poner en palabras. Durante décadas, su vida fue desmenuzada y distorsionada en los titulares, reduciéndola a una caricatura pública.

No entendía lo que estaba pasando, y cuando lo comprendí, el dolor no disminuyó. 

Pero a pesar de eso, la actriz pudo recuperarse y volver a comenzar, en uno de los revivals más interesantes de la cultura pop reciente. Un dato para comprender mejor el éxito de The Last Showgirl (2024). La cinta, una reflexión sobre el fracaso y la fe, brinda a Pamela Anderson la oportunidad de mostrar una dimensión por completo nueva acerca de su talento y sensibilidad histriónica. La combinación convierte a la cinta en una mirada sincera y emotiva sobre los recuerdos y la búsqueda del propósito.

Una película que cuenta muchas historias a la vez

En su propio mundo y en sus límites, la bailarina e intérprete Shelly (Pamela Anderson) es un símbolo en Las Vegas. En especial, de la forma en que se comprende el espectáculo y el entretenimiento en una ciudad de excesos en la que todo está permitido. Mucho más, cuando la trama sigue al personaje en lo que parece el crepúsculo de su vida artística y personal. Pero la directora Gia Coppola convierte al guion de Kate Gersten en algo más que una exploración acerca de la fama y el reconocimiento tardío. O incluso, una reflexión sobre la madurez femenina y la pérdida.

Antes que eso, The Last Showgirl es una interesante perspectiva acerca de la forma en que el talento puede expresarse, más allá de lo convencional. De modo que el argumento cuenta la historia de Shelly, pero también de las mujeres que, en diversos espectáculos, cimentaron el mito de Nevada como una fabulosa visión de la decadencia.

Coppola muestra a Las Vegas en todo su esplendor artificial. De las calles repletas de visitantes, a los teatros en que el espectáculo de bailarinas se convierte en una versión barata del Hollywood dorado. Lo cierto es que la directora explora la idea sobre el tiempo que transcurre, a través de la transformación de la ciudad. Mucho más, de la forma en cómo en las últimas décadas, se ha hecho más inofensiva y por tanto, más rígida, con respecto al desenfreno por el que se hizo famosa.

El guion traslada, entonces, ese brillo deslucido y en merma, a Shelly. Con inteligencia, el argumento explora en su personaje, poniendo el énfasis en el proceso mental de atravesar la lenta pérdida de relevancia. Tanto en el escenario como fuera de él, Shelly intenta sobrevivir al paso del tiempo, a la llegada de un nuevo tipo de espectáculo y hasta a su cansancio existencial. Todo mostrado desde una sutileza conmovedora que Anderson compone con una sorprendente capacidad para los matices. Shelly es mucho más una mujer que pierde el aplomo hasta la incertidumbre, que una víctima de las circunstancias. 

Con todo, su vulnerabilidad es parte de la forma en que comprende el mundo y mucho más, la evolución de su entorno hacia una soledad desconocida e hiriente. Mucho más, al caer en cuenta que Shelly pudo escapar del fracaso crepuscular mucho antes. Pero que permaneció en el espectáculo — y por extensión, en Las Vegas — por una especie de fidelidad ciega a una forma de vida que se crea sobre las tablas, los brillos y las coreografías. Por lo que, al final de su vida — como artista y en cierta forma, como personaje en un territorio de brillos falsos — es mucho más duro bajo el cuestionamiento que pudo ser distinto.

Una historia sensible para un personaje atípico 

Buena parte de la película enfoca su interés en la idea que todo es fugaz y que de hecho, toda la percepción del presente y el futuro de Shelly, se basa en sus mejores recuerdos. Lo que claro está, abre la posibilidad que esa observación de la pérdida y del fracaso, sea más bien una impresión que se relaciona con su propio dolor. No es una perspectiva sencilla, y la directora logra convertir la historia en una sucesión de imágenes sugerentes y frágiles. Shelly, que está a punto de perder su empleo de décadas y de lidiar con el miedo del fracaso, es el centro de una idea cuidadosa acerca de la memoria, la propia y la que simboliza todos los espacios que recorre. 

Paso a paso, la cinta reflexiona con cuidado acerca de la posibilidad del tiempo que desgasta la necesidad de sobrevivir. Por lo que Shelly, que atraviesa la última temporada del espectáculo en que participa, es un testigo silencioso de lo que se derrumba a su alrededor. Anderson hace un estupendo trabajo en mostrar a su personaje, más herido por el dolor de una serie de decisiones cuestionables, que una rehén de las circunstancias. Algo que le permite mostrar con generosidad la percepción de sí misma — como mujer y artista que lucha por mantenerse en pie —y también, como una pieza rota de una ciudad que la rechaza. 

Sombría, delicada y sólida, The Last Showgirl es contemplativa y dolorosamente sensible. Eso, a pesar de que su personaje es imperfecto y que no aspira a la redención. Pero con todo, la logra — de una manera tortuosa, tal vez — y permite a la película encontrar su punto más sensible y significativo. Una pequeña obra de arte, destinada a brillar con discreción en una temporada de premios que podría cambiar la historia de Pamela Anderson para siempre.

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