En una etapa de su vida, Paul Newman quiso escribir sus memorias. Para eso, contactó a su amigo, el guionista Stewart Stern, y se sinceró sobre lo que estaba buscando: testimonios descarnados que pudieran reflejar no solo lo que fue el hecho de convertirse en una estrella de cine, sino también su costado menos conocido para el afuera.
Así, Stern comenzó a entrevistar a personas cercanas al actor y la lista, como era de esperarse, era larga. Los testimonios fueron aportados, entre otras figuras, por el escritor y dramaturgo Gore Vidal, por cineastas como George Roy Hill, Elia Kazan, Sidney Lumet, Robert Altman, Sydney Pollack, Martin Ritt y Stuart Rosenberg, por intérpretes como Robert Redford, Estelle Parsons, Karl Malden y Mark Rydel, por sus hijas, por su primera mujer, Jackie Witte, y, bien en lo alto, por el amor de su vida: la actriz Joanne Woodward.
Cuando Stern concluyó las entrevistas, inició la etapa de las transcripciones, que permanecieron en su casa. Los cassettes se los entregó a Newman, quien, mientras paseaba con una de sus hijas, decidió que había que quemarlos en la carretera. Algo lo impulsó a derribar el proyecto de su autobiografía y elegir transitar los últimos años de su vida en familia y sin disrupciones hasta ese 26 de septiembre de 2008 cuando perdió la batalla contra el cáncer.
Un coro de voces para una historia de amor
Décadas más tarde, mientras se encontraba en cuarentena por la pandemia, las hijas del actor le hicieron llegar a Ethan Hawke las famosas transcripciones de Stern, quien había muerto cinco años antes. Casi por azar, un actor, escritor y realizador con una cinefilia tan rabiosa como Hawke empezó a propulsar, con el confinamiento como contexto, una de las mejores series documentales del año: The Last Movie Stars (2022), disponible completa en HBO Max. “¿Qué es lo que quiero contar con esto?”, se preguntaba Hawke mientras contemplaba las miles de páginas de las que se desprendían detalles de la vida profesional de Newman, pero también de la de su esposa de cinco décadas.
En una honesta charla con su hija, Maya Hawke, Ethan reveló que no sabía cuál era el punto de partida de un trabajo, a priori, inabarcable. “Me parece que no vas a hacer una serie sobre Paul o sobre Joanne, sino sobre esa tercera persona que surge cuando uno se enamora”, le respondió Maya, ante la atónita mirada de su padre. Esa respuesta fue el impulso que faltaba. The Last Movie Stars es un obra impecable por la manera en la que usa el material de archivo, por cómo lo entrelaza con ribetes poéticos con la banda sonora de Hamilton Leithauser, y por cómo, al menos por seis horas, nos trae de vuelta a Paul, a Joanne, y a todos esos artistas que fueron entrevistados.
El vehículo que elige Hawke para esa enorme tarea es, precisamente, un coro de voces de actores contemporáneos, quienes interpretan los testimonios de las figuras que el director les asignó para darle un mayor volumen a su serie. Cuando uno escucha el lamento de Paul Newman en la voz de George Clooney o la honestidad brutal de Joanne Woodward en la de Laura Linney, The Last Movie Stars cobra vida y, en simultáneo, se convierte en un testimonio de cómo el arte indefectiblemente deja una marca en generaciones posteriores.
Linney, por ejemplo, fue una de las actrices que Woodward descubrió como maestra de actores, y esta fue la manera en que la actriz pudo rendirle tributo por todo aquello que le enseñó. Por otro lado, aunque no escuchemos tanto la voz de Hawke, el breve testimonio que oficia de prólogo sintetiza el leitmotiv de su miniserie: “Desde que tengo memoria, las películas han sido mi religión”.
De esta forma, en The Last Movie Stars encontramos apenas un fragmento de la inconmensurable historia del cine, desde el momento en que Paul Newman, James Dean y Marlon Brando estudiaban juntos hasta la revalorización europea de los trabajos de Joanne, que ganó el Oscar en 1958 por The Three Faces of Eve (1957). Su talento fue descubierto mucho antes que el de su esposo, a quien conoció en pleno ensayo de la obra Picnic, en 1953, y se enamoró con efervescencia.
En cierta medida, Hawke nos presenta a Joanne bajo otra óptica, con una carrera atractiva que combinaba películas osadas como The Stripper (1963) con múltiples colaboraciones con su esposo como The Effect of Gamma Rays on Man-in-the-Moon Marigolds (1972). En esa película, como en Rachel, Rachel (1968), él la dirigió con la misma fuerza que ella le imprimió a un rol al que traspoló los conflictos de su matrimonio, desde adicciones a infidelidades.
The Last Movie Stars condensa con maestría testimonios sobre las inseguridades de los actores, sus diferentes métodos de trabajo, los directores que se cruzaron en sus caminos para enriquecerlos. En esencia: sobre lo que verdaderamente es ser una estrella. En ese punto, el complejo y conmovedor vínculo que unió a Paul y a Joanne hasta el día de la muerte del actor se resignifica, adquiere otra tesitura. Ser estrella de cine es ponerse una fachada. Todo cambia cuando se abren las puertas de una casa y se asoma el disfrute de lo mundano. Allí está todo lo que verdaderamente vale la pena. Para Hawke, al menos. Para Newman, según su testimonio, también.
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