Desde su estreno, The Boys (2109-) fue una cínica visión sobre el poder, la fama, el reconocimiento y el límite de lo moral. Pero en su tercera temporada logra algo más: hacerse preguntas genuinas sobre un punto sensible. ¿El poder pervierte de forma inevitable? O en cualquier caso, ¿la perversión del poder es algo más elaborado de lo que podría pensarse? Con su aire pendenciero, sucio y decadente, la serie de Prime Video es un inteligente juego de espejos que reflexiona sobre la sociedad y se niega a tocar puntos comunes con otros argumentos semejantes. Después de todo, ser un superhéroe es un privilegio. Uno que, además, abre las puertas al mal sin límites, sin rostro y con un sentido del terror que abruma por su contundencia.
Pero, los nuevos capítulos de The Boys también hacen algo más. Crean un universo robusto de referencias sobre su propio origen (el cómic de Garth Ennis está más presente que nunca), pero establecen las líneas hacia sus puntos más desagradables. Billy Butcher (Karl Urban) ya no tiene ideales o, al menos, el principal se desdibuja en un deber moral ambiguo. Homelander (Antony Starr) es un rehén (o en todo caso Vought intenta que lo sea) de la cuestión de amoralidad y la culpabilidad. Todo, en medio de este juego de espejos inquietante en que uno refleja al otro. ¿Qué es la violencia? La serie se lo cuestiona con frecuencia y lo ha hecho desde su primera temporada. Pero ahora, la percepción sobre el ámbito de lo ético y la depravación no existe en absoluto. El mundo de grises de The Boys es un territorio angustioso en que los héroes de antaño guardan secretos vergonzosos, y los más recientes se esconden en películas para redimirse del escándalo público.
Ya The Boys: Diabolical (2022 –) había mostrado el mundo que prospera alrededor del miedo. La serie animada –con, al menos, dos capítulos que son canon– se cuestionó de forma incesante acerca de cómo reacciona la sociedad y cualquier individuo ante la posibilidad de un poder fuera de control. En la nueva temporada de The Boys, dos cosas quedan claras. Por un lado, que la subversión a la figura del superhéroe tradicional llegó a un nuevo punto. Uno más descarado, corrupto y retorcido. Lo cual no es decir cualquier cosa en una serie que explotó en sus entregas anteriores el lado oscuro del poder heroico. Lo segundo, es la habilidad de la serie para reinventarse, construir un nuevo discurso a través del conocido y avanzar hacia lugares nuevos. Eso, mientras sus personajes cruzan líneas inimaginables en otras historias similares y se convierten en epítome de una perversa mirada del mal.
Pero no se trata del mal, a secas. The Boys tiene la intención — siempre la ha tenido, por otra parte — de burlarse como puede y siempre que puede de la moral maniquea e hipócrita de nuestra época. De modo que no sorprende que una de las frases más repetidas de los nuevos capítulos, sea una mofa de una de las más celebradas del cine de superhéroes. “Un gran poder te convertirá en un gran idiota” dice The Butcher. Lo dice enfurecido, cansado. pero a la vez, consciente que el mundo que le toca cambiar — y esta vez, la intención es esa — no quiere hacerlo. Porque este mundo levemente distópico está embelesado con sus propias quimeras. Con las celebraciones grandes y pequeñas de su hipocresía. Y si antes The Boys usó la violencia burlona como mensaje central, ahora se trata de arrasar con toda idea sobre el bien.
“¿Realmente crees que la bondad existe?” dice también Butcher, con las manos tintas en sangre, temblando de poder. Porque en esta ocasión, los vigilantes de los vigilantes, los que observan y contienen el mal, también prueban un poco de eso que tanto temen. De hecho, buena parte de la nueva temporada de The Boys está centrada en la cuestión de qué ocurre cuando obtienes lo que buscas. ¿Qué ocurre con un grupo de justicieros que obtienen venganza? O mejor aún, ¿qué ocurre cuando ahora disfrutan del poder que antes odiaban?
The Boys llega más adulta, más cruel, más cínica y, sin dudas, mucho más inteligente en sus planteamientos. Convertida en un curioso fenómeno de culto, la serie alcanza cuotas nuevas de autoconciencia. Pero también, de la versión sobre el mal de los hombres, que catapultó al programa a la categoría de suceso. Estos héroes no solo son malvados, disfrutan de hacer el mal. Y sus contrapartes son tan terribles como para que sea imposible llamarles bienhechores. ¿Qué ocurre entonces en el centro de The Boys? La burla a la cultura de masas, al culto a la bondad y el optimismo está ahí. Pero a la vez, también lo está el miedo. La corrompida versión sobre el terror a lo que el poder puede provocar — y hacer — en una versión más incisiva y brutal.
Érase una vez un grupo de villanos… que enfrentaban villanos
En esta nueva entrega de asombrosa calidad de la serie, The Boys replantea su conflicto de origen desde sus cimientos. También evita caer en la idea que algo mejorará o en cualquier caso, será menos violento, solo por descubrir algunos secretos. Los nuevos capítulos comienzan su historia un año después de los acontecimientos narrados en la segunda temporada. Y Eric Kripke tiene la suficiente elocuencia en armar un argumento lineal, que hace un repaso rápido a los hechos que ocurrieron antes de la primera escena. Pero no hay necesidad de conocer demasiado este universo para entender cómo funciona. Este reverso oscuro de las grandes franquicias del cine de superhéroes es melodramático, satírico por necesidad. A la vez sangriento, cruel y pesimista. Pero con todo, recorre caminos inesperados para narrar una historia que no carece de espíritu ni tampoco de sostén emocional.
Por supuesto, hay algunos cambios. Los daños causados por las actuaciones irresponsables de los Super, han disminuido tanto como para ser significativo. Victoria Neuman (Claudia Doumit) supervisa su actuación con atención desde su lugar como congresista. Lo hace, con la concepción que el problema “no está resuelto”. Y es esa sensación de caja de contención, lo que cambia el discurso de la serie. Ya no hay una libertad absoluta para las grandes héroes y figuras. Tampoco, una percepción sobre el bien y el mal dictada por la popularidad. Hay leyes que cumplir y, al menos al principio, eso funciona.
Por otra parte, la empresa Vought rehabilitó su imagen y la sensación general es que los sucesos de la temporada pasada no le afectaron demasiado. O no tanto como cabría suponer que uno de “sus activos” fuera un elemento del partido Nazi. Es notorio que el argumento juega su habitual combinación de símbolos. Hay control de los Super, pero la empresa que los gestiona tiene una segunda oportunidad. ¿Qué tan importante es esta última? Lo suficiente como para que la empresa se asuma como parte de un fenómeno mayor.
Pero la sensación de bienestar tiene mayor relación con la forma en que los personajes lidian con lo cotidiano. Hughie (Jack Quaid) y Starlight (Erin Moriarty) viven una especie de relación idílica. Y como siempre, ambos personajes parecen representar el lado menos retorcido de la serie. Incluso, el argumento desliza que Butcher encontró un punto de equilibrio. No es un padre amoroso ni lo será jamás. Aún así, toma decisiones loables para ¿recuperar? ¿rehabilitar? su vida. A la primera vuelta de tuerca, todo parece indicar que hay paz para la crueldad del personaje. O un breve reposo en su lucha.
Sin embargo, la serie empuja de inmediato a sus personajes al candelero. Y lo hace, claro, a través de Victoria, que no puede ocultar demasiado tiempo su secreto. No es que Butcher y su pandilla necesitan excusas reales para atacar. Pero esta vez, hay nuevas armas y el peligro es mayor. Homelander se ha vuelto más terrible, libre e incontrolable que nunca. También, la sensación de amenaza escondida por todas partes. Cuando Butcher descubre las implicaciones de los Super como arma- esta vez en todo su poder — la serie comienza realmente su recorrido hacia la oscuridad.
Dos armas, dos terrores y de vuelta al duelo
Pero esta vez, los muchachos cuentan con sus propias armas. Una que permitirá a Butcher probar el lado prohibido del poder y extraer algunas lecciones. Por el otro, una investigación acerca de un crimen, que podría llevar a los Super a la debacle. Sin embargo, mientras eso ocurre, el mundo parece envolverse en un manto vicioso y desagradable de engaños. La serie encuentra su punto más alto, al explotar la dualidad de todos sus personajes. Y esta vez, mostrar que en este mundo en debacle, no hay nadie realmente bueno o malo.
Con una orgía super heróica de por medio, nuevos poderes y un misterio, The Boys revitaliza su historia y cumple con la rara misión de incomodar. Sin sutileza, sin reservas y más violenta que nunca, The Boys regresa para sacar los colores a un género inocente. Y lo hace, sin duda, de la mejor manera que puede hacerlo.
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