Henk Rogers (Taron Egerton) sabe reconocer un producto exitoso allí en dónde se encuentre. Las primeras escenas de Tetris (2023) lo muestran maravillado, con los ojos muy abiertos, mientras las piezas grises y fragmentadas del juego titular, se ordenan frente a sus ojos. “Nada puede ser tan sencillo y ser bueno” murmura, desconcertado.
Pero resulta que el juego que acaba de comenzar — y que no dejará de disfrutar a lo largo de la película- no solo es entretenido. Es una adicción. Una que proviene de la cualidad de ser singular en toda su belleza elegante y simple. Pero a la vez, de sus posibilidades. La premisa de la película de Jon S. Baird sobre la posibilidad de un fenómeno en puertas, se analiza durante las primeras escenas con una rara combinación de sobriedad y tensión.
El guion de Noah Pink analiza no solo cómo un juego en apariencia sencillo, está a punto de convertirse en un suceso histórico. También, la manera en que esa eventualidad es algo más que un hecho comercial. Rogers se asombra por la aparente simplicidad de un entretenimiento al alcance de todo y casi desde los primeros minutos de la cinta, descubre un hecho concreto.
La creación de Alekséi Pázhitnov, que en la película estrenada por Apple TV+ se muestra como una curiosidad en medio de cientos de otras opciones, está destinada — tanto en la película como lo estuvo en la realidad — a cambiar la historia de los videojuegos. A desafiar los intricados diseños de personajes y narrativas, que no pudieron competir con su simplicidad.
Un enfrentamiento político y cultural
Pero Tetris relata lo que se escondía detrás del llamado “hallazgo de la década” en un mundo corporativo especialmente reñido. Al mismo tiempo, todo lo que rodeó su llegada al Game Boy y a otras videoconsolas, abrió un tipo de debate y confrontación, impensable desde la imagen reposada y sofisticada de su interfaz.
La invención de Pázhitnov abrió las puertas a un enfrentamiento encarnizado entre empresarios, países e inclusos, modos de concebir el mundo y la política. Porque el juego, una curiosidad informática que su autor creó por el mero afán de diversión, se convirtió en objeto del deseo que rebasó la codicia y una batalla campal en el terreno de lo legal que sigue sorprendiendo.
El largometraje de Baird sigue el recorrido a través de una historia que imita la sencillez sofisticada de Tetris, pero que evoluciona hacia una peculiar forma de inquietante y sombría concepción de la codicia contemporánea.
un hombre que solo quería divertirse
Durante sus largas y tediosas jornadas en el Centro de Computación Dorodnitsyn de la Academia de Ciencias Soviética, el ingeniero en informática Alekséi Pázhitnov (Nikita Yefrémov) solo quiere matar el aburrimiento. De modo que diseñó un juego de video, basado en una estructura simple, capaz de ser comprendida — y jugada — por cualquiera.
Con una inteligencia sutil, el film deja claro de inmediato que el secreto del éxito de la invención del ruso, era, en realidad, sus pocas ambiciones. Lo que contrapone, casi de manera accidental, esa discreción sobria, a la avaricia de todos los que le rodean.
Poco a poco, la película analiza cómo Tetris, ese juego en apariencia tan básico, era algo más que un entretenimiento. Como marca comercial propiedad de la Unión Soviética, el juego fue el primer intento claro del país por comprender el valor histórico de las marcas de entretenimiento.
La historia muestra la evolución de esa idea a partir de Robert Stein (Toby Jones), que no solamente se esforzará por obtener la licencia de distribución, sino por poseer el juego. “Necesito que en el futuro, Tetris se recuerde por mí” admite el personaje, para dejar claro que su necesidad de llevar el juego a Inglaterra y el resto del mundo, es algo más que un buen negocio.
En realidad, se trata de una fijación, una mirada al mundo de los videojuegos y también, del futuro de la capacidad de una marca por volverse obsesión pública. Un impulso semejante al que empuja a Rogers (Egerton) por disputarse el derecho de formar parte de la historia. De una manera u otra, Tetris subvierte el orden del proceso que lleva a que un producto sea exitoso.
Pero también, de lo que puede simbolizar a futuro. Desde sus humildes comienzos en la computadora personal de su creador, el juego fue asumido como un triunfo de la imaginación. Primero, por el gobierno ruso, después por Stein y Rogers. Finalmente, por el resto del mundo.
Y es el éxito lo que hace de Tetris una mercancía inédita, extraña y disputada. “Tetris será la forma de entender el futuro de las pequeñas cosas que se venden en cualquier parte” murmura Rogers, con los ojos entrecerrados. Para el empresario, el futuro inmediato tiene relación con el triunfo de la sencillez del planteamiento del producto, pero a la vez, de comprender sus alcances. Algo que la película deja claro con una habilidad que sorprender por su pulcritud y eficacia.
todos los juegos conducen a la adicción
Tetris es tanto la versión ficcional de un suceso curioso como un mensaje directo. La disputa entre las autoridades rusas y los empresarios norteamericanos y europeos, es tan simbólica como frontal. “Tetris es nuestro” dice un funcionario sin nombre, mientras extiende el contrato para Rogers.
Y deja claro que no solo habla de la invención, sino de su autor y las ganancias a futuro. El estado todopoderoso y violento, se analiza en la película como una presencia en la sombra. Una pieza que cae con lentitud hacia una estructura mayor. Una analogía que el film utilizará una y otra vez.
Al final, la película cierra casi de modo abrupto e insatisfactorio. La tensión se disuelve y el éxito anhelado llega como un fenómeno que recorre al planeta entero. Pero, aun así, algo es evidente: Tetris — en el film y en el mundo real — es mucho más que un entretenimiento. Es un tipo de poder. Algo que la película deja claro con una extraña versión de la realidad, trastocada y construida, en medio de un paisaje desolado.
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