Juego de samurais

“Shôgun”: El raro caso de una serie adaptada que es incluso mejor que el libro

En el escenario de la Japón feudal, la política, la guerra y un amor prohibido confluyen en una poderosa mirada acerca del encuentro de dos mundos.

por | Abr 18, 2024

Con la historia de Shôgun de James Clavell ocurren dos cosas. Por un lado, se trata de una buena novela — una de las mejores en explorar el Japón histórico de la década de los sesenta — y también, una que se enfoca en ser cada vez más épica, emotiva y conmovedora.

De modo que su desarrollo acerca de la política del Japón Medieval se deshace en la necesidad del escritor de narrar una trágica historia de amor prohibido. Por lo que comienza como una exploración de la desigualdad social y cultural, acaba con una muerte inesperada y un personaje central destrozado por la desdicha y la desesperanza, mientras atraviesa un país misterioso. 

Claro está, se trata de un tono épico y melodramático, que calaba muy bien en el público de hace cincuenta años. Tanto, como para que su primera versión  — serie y película —  fuera una celebración a esa columna vertebral angustiada, solemne y romántica. Protagonizada por Richard Chamberlain, la producción de 1980 abordaba la cuestión política desde el amor.

De hecho, atravesaba la percepción del bien y del mal, justo a través de un romance señalado y condenado al desastre, lo que lograba mostrar que el Japón de la época era violentamente machista, discriminatorio y brutal. Una percepción que no se completaba del todo con su exploración menos emocional y más cercana al escenario de un territorio en conflicto. Pero, para la época, la visión edulcorada y trágica fue una traducción correcta del original y en especial, una forma de profundizar en los puntos principales de la obra de Clavell.

Cincuenta años después, la sensibilidad y percepción sobre la historia cambió de manera radical y la nueva versión de Shôgun (2024) lo sabe. Mucho más, en lo que parece un movimiento deliberado, se aleja del tono de ópera dolorosa, para centrarse, ahora sí, en lo político y en las intrigas palaciegas. Eso, sin olvidar la historia de amor, pero convirtiéndola en una consecuencia de la exploración de la cultura y la sociedad japonesa.

El resultado es casi un milagro en la cultura pop. Una adaptación que supera en sus puntos más importantes al texto del cual procede. Qué, además, recorre sus elementos más fuertes y los enaltece en una lectura contemporánea.

Una obra clásica para un nuevo público 

Pero además, la versión de Shôgun para sensibilidades modernas, escrita por Justin Marks y Rachel Kondo, cumple con una nueva dimensión de acercamiento a la cultura japonesa de la que carecía la versión de 1980.

En lugar de analizar a Japón como un escenario exótico, pero en cierta forma salvaje y menor que el Occidental, le brinda una dimensión de poder relacionado, justamente, con su cualidad enigmática. Por lo que la serie, de diez capítulos, profundiza en la idea elemental de una nación apartada del resto del mundo, extraña, como un territorio de leyenda y a la vez, profundamente cercana. 

La consecuencia de esa decisión de argumento, es que la historia original emerge ya no como un romance en un contexto de casi fantasía mítica, sino de una historia de poder en medio de un escenario complejo.

De la misma manera que el libro y la versión 1980, la adaptación comienza con el naufragio de El Erasmus, un barco inglés que, durante casi cinco años, ha debido luchar contra todo tipo de enemigos en alta mar. John Blackthorne (Cosmo Jarvis) está a la cabeza de la diezmada tripulación, y llegar a Japón se convierte en una forma de buscar la libertad. De modo que la trama se toma el tiempo para narrar la sensación de olvido, desarraigo y pérdida, que la desesperada determinación trae consigo.

Solo que la escasísima tripulación y su capitán llegan en mal momento. Justo cuando el barco semidestruido se acerca a aguas niponas, el Taiko, Señor feudal y líder espiritual de la costa y sus zonas vecinas, acaba de morir. Mucho peor, la sucesión no está del todo segura, por lo que el gobierno recae en un Consejo de Regentes.

Como si eso no fuera suficientemente complicado, la cabeza de este grupo de hombres aterrorizados por el cambio político que se avecina es Lord Toranaga (Hiroyuki Sanada), un líder nato que podría tomar el lugar — de quererlo, pero no lo hace — del hijo del fallecido y asumir la dirección total de la zona.

A este panorama deberá enfrentarse John, que, además, se encontrará intentando integrarse a una cultura que no conoce y que, de hecho, teme. El guion es brillante en mostrar la diferencia cultural, pero sobre todo, en explorar la idea de esa diferencia, como un espacio tenebroso.

Shôgun toma la premisa de la novela y la serie de 1980, para profundizar en una idea novedosa acerca del ostracismo, el miedo y la violencia. Eso, a través de una dirección artística que deslumbra por su cuidado detalle de ambientación histórica y su inteligencia al profundizar en la idea acerca del poder, convertido en herramienta de manipulación colectiva. 

La excepción a la regla

Shôgun tenía la complicada labor de superar a la venerada adaptación de 1980 y además, rendir tributo a un libro querido. No solo lo logra con creces, sino que muestra la evolución entre ambos puntos de vista con tanta sagacidad argumental, que se convierte en un estudio de lo tenebroso. 

En especial, al mostrar lo singular de un espacio ajeno, convertido en paraje peligroso como una entidad propia. Al final, Japón es un monstruo misterioso, hermoso y poderoso, inmerso en un espacio temible. La mejor aproximación que esta obra puede dar a un argumento familiar y parte de la cultura pop del siglo XX. 

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