El miedo es parte del pensamiento humano y lo es, porque es quizás una de las pocas emociones que, además, refleja un sentido profundo sobre el pensamiento del hombre como parte de la sociedad y la cultura que crea a partir de sus límites. Por esa razón, es probable que en más de una ocasión se ha insistido que Stephen King reinventó el género del terror literario, o lo que puede ser lo mismo, le dotó de un rostro moderno.
Después de todo, King es uno de los pocos escritores de género de la actualidad, firmemente decidido a ocasionar una noción sobre el miedo limitada al efectismo, la comprensión del monstruo elemental o incluso, esa comprensión de lo terrorífico como algo ajeno a lo cotidiano. King, con su olfato infalible para analizar el tiempo y el contexto, es uno de los pocos autores que utiliza la cultura pop como telón de fondo para meditar de manera inquietante sobre nuestra sociedad y su acervo cultural como caldo de cultivo para lo que nos aterroriza.
En las novelas de King lo sobrenatural está presente, pero también, una visión sinuosa y casi invisible sobre la realidad que sustenta un terror aún mayor: el que puede provocar el hombre y que de hecho provoca, como el monstruo más peligroso y violento de todos.
Para King, la normalidad es una gran simulación. El escritor es capaz de describir el ocio y detalles en apariencia insustanciales, para elaborar algo mucho más complejo y violento. En todas las novelas de King, el suspense es una criatura extraña, ambivalente y casi corriente, sostenido sobre esa pasividad insistente que convierte la incertidumbre en algo por completo nuevo. Una irrupción en la irrealidad que se manifiesta como un gran estallido sensorial. Lo anormal que crea y medita sobre lo fundamental de que lo consideramos real. Como escritor, King intenta reelaborar las reglas del miedo y lo hace con una precisa construcción de ideas: Ninguno de sus libros carece de un poderoso, profundo e incluso conmovedor elemento humano.
Todos los monstruos del autor se miran al espejo y se sobresaltan con la imagen que les devuelve el espejo — como ese tétrico vecino de Salem’s Lot encerrado en un ático, incapaz de afrontar la raíz de su nueva naturaleza — o Christine, convertida en vehículo de venganza y nuevos vicios. En cada una de sus obras, lo que aterroriza se esconde bajo el tejido de la realidad, conspira para aparecer y desaparecer entre paisajes tan rutinarios que resultan incluso vulgares. Con la misma capacidad para el desencanto de Shirley Jackson para el tema común y los pequeños horrores alambicados en lo desconocido íntimo, King se supera a sí mismo y elabora un lenguaje poderoso para hablar de algo tan antiguo como evidente: el mal aciago, elemental, poderoso, convertido en símil de la naturaleza humana.
Tal vez por ese motivo, en varias de las escenas del film El teléfono del Señor Harrigan (2022) de Netflix, la tensión está en los lugares más inesperados. La cámara sigue con cuidado a sus personajes en salones en penumbras o le dedica cuidadosos primeros planos atentos. El director John Lee Hancock logra crear un equilibrio de cuidadosos contrastes para contar una historia compleja con dos interlocutores improbables. Se esfuerza, en particular, en dejar claro que todos los indicios de que un suceso temible podría ocurrir se encontraban a simple vista. Al menos, eran tan obvios como para poder deducirse a través de una mirada cuidadosa a cada suceso que precedió al fenómeno que la película relatará.
Para lograr la pequeña proeza narrativa, Hancock dedica tiempo y esfuerzo en profundizar en lo que rodea a sus personajes y a la vez, les identifica. La vieja casa del personaje titular encarnado por Donald Sutherland se convierte en un extraño paraje, silencioso y tenso. Al otro extremo, el miedo frágil de Craig (Jaeden Martell) se erige en un símbolo del poder del relato que se origina a su alrededor. Poco a poco, la sensación que un suceso terrorífico está a punto de suceder, se entreteje en lo cotidiano.
El resultado, entre ambas cosas, es una tensión angustiosa, extraña y en ocasiones, asfixiante, a medida que la historia se hace más densa. En una serie de buenas decisiones, el guion, basado en un cuento corto de King, le brinda una peculiar profundidad a lo inminente. Mr. Harrigan es un hombre en apariencia afable, pero que, sin duda, guarda un tipo de oscuridad interior inquietante.
En la penumbra están los secretos
Como contraste, Craig está lleno de buenas intenciones. Uno típico chico de la obra de King, curioso, despierto y afable. Pero, a la vez, abrumado por un miedo invisible que enturbia todas sus emociones. La combinación entre ambos, sustenta un mensaje entre líneas. Los sucesos más trascendentales — y a menudo, inexplicables — tienen una relación directa con el poder, la voluntad y cierta versión sobre la violencia.
“No es una persona fácil, tiene un carácter complicado”, susurra uno de los personajes, para definir a Harrigan. El argumento deja traslucir que el anciano venerable no es todo lo inofensivo que parece. Con la misma discreción, muestra que en la penumbra del espíritu humano, habitan monstruos.
Se trata de un recurso inteligente, que hace de la primera hora de la película, un inteligente y elegante estudio sobre los grises morales y éticos. Con un pulso preciso y bien construido, el argumento deja claro que sus personajes, inofensivos en apariencia, están vinculados por una mirada a cierto trasfondo tétrico. Una percepción que se hace más peculiar y compleja, a medida que la película abandona las escenas del cuento, para crear su propia entidad narrativa.
Con lentitud, Mr. Harrigan’s Phone enlaza con una construcción sobre la memoria y la trascendencia. Pero lo hace, desde una perspectiva siniestra, cada vez más evidente. Mucho más, cuando lo sobrenatural entra en escena. Podría suponerse que, entonces, la película alcanza su punto más complejo. Sin embargo, tal vez porque finalmente deba mostrar sus secretos, la premisa pierde la sofisticada solidez que tuvo hasta entonces. Una ruptura que es, quizás, el punto más torpe de una producción que depende de como contar el terror sin mostrar de inmediato sus mecanismos.
Un teléfono que se escucha en una tétrica oscuridad
A partir del previsible giro central del guion, el film se hace más rápido y en cierta forma, pierde la sofocante atmósfera que construyó hasta entonces. En cualquier caso, se hace más temible en la atmósfera que le llevó casi la mitad del primer tercio del argumento elaborar. Pero Hancock tiene problemas para narrar lo que se queda más allá de la pantalla una vez que el suceso que insinuó, ocurre. En específico, lo que sostiene este relato aterrador más allá de los giros conocidos del género o de su singular premisa.
Por supuesto, como toda adaptación basada en una obra de King, el escenario en que trascurre el relato se transforma poco a poco en un espacio claustrofóbico. Lo que comenzó como una súplica accidental de ayuda, se convierte en un espacio en lo que lo inexplicable se contrapone a lo cotidiano.
El terror en la obra del escritor tiene un vínculo inevitable con lo corriente y El Teléfono del Señor Harrigan rinde homenaje a ese rasgo con habilidad. Pero no tiene la suficiente fuerza para construir un discurso que una lo usual con un rasgo discordante emparentado con lo sobrenatural.
Por singular que parezca, la película falla cuando debe mostrar sus momentos más terroríficos. En especial, al no lograr mezclar de forma efectiva la premisa de un suceso cualquiera, convertido en uno monstruoso. La atmósfera de cuidadosa tensión sigue siendo el elemento más elaborado y reconocible, pero no profundiza en esa oscuridad discreta que mostró a medias.
De hecho, varios de los momentos más decepcionantes del film, son, precisamente, los más cercanos al género del terror. Sin la fuerza para sostener una mirada al horror creíble, la premisa decae hasta convertirse en otra versión del terror relacionada con objetos malditos al uso.
Para sus últimas secuencias, la película perdió por completo su personalidad en beneficio de sobresaltos de ocasión. Pero, aun así, conserva cierta consistencia que, quizás, sea lo más notorio de su tono, por momentos confuso.
Con la canción Stand by Your Man de Tammy Wynette convirtiéndose en una conexión espeluznante con la oscuridad interior, el film deja claro un mensaje. Entre la realidad y lo que puede aterrorizarnos, hay un espacio diminuto e invisible. Un punto argumental que, quizás, pueda ser el más elaborado y mejor construido de la película.
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