La nueva Regina George (Reneé Rapp) no solamente es malvada. También es más grande que la vida, y allí por donde pasa, su poder hace sacudir a la escuela secundaria. El musical Mean Girls (2024) de Samantha Jayne y Arturo Perez Jr. sabe que reinventa un clásico. Pero antes que eso, también que analiza una figura pérfida, icónica y divertida, que avanza con malevolencia a través de una historia que une a dos generaciones de chicas. Uno de los puntos más interesantes de esta historia es cómo homenajea a la versión del 2004 de Mark Waters, pero no pierde ni un ápice de su personalidad y su feroz brillo independiente.
Lo que hace de Mean Girls una historia genuina, que no necesita otra para apoyarse. Tan hilarante como para hacer reír a carcajadas y extraña como para hilvanar varios relatos argumentales en un solo escenario, esta mirada a la jungla ecléctica de la secundaria estadounidense se hace universal.
Tanto, como para que el patrón que une a todos los personajes sea no solo la adolescencia, sino la forma en que nos planteamos en la actualidad la belleza, el poder y el liderazgo femenino. ¿Parece demasiado para una película que rebosa de chistes autorreferenciales y de perspectiva meta?
Lo es en algunos puntos. Con todo, la guionista Tina Fey logra enlazar todos los puntos de su comedia para que abarque su ambición. Pero más que eso, para crear un escenario variopinto y potente que se abre en extremos extravagantes en sus puntos más altos y en un subtexto brillante en los más solapados. Mean Girls es mucho más que el relato de la jerarquización de las chicas en una época de hormonas exaltadas y angustias perennes. También es una celebración a la salvaje energía de la primera juventud, la forma en que se enlaza con la belleza y al final, la sensibilidad para comprender la propia personalidad.
Y volvemos a lo básico
Cady (Angourie Rice) quiere pertenecer — como sea y desde el punto de vista que sea — a un grupo. Pero “las Plásticas” son algo más que un nivel de influencia. También son el símbolo de un tipo de feminidad agresiva que, además, desborda una opulenta sed de ser visible y un sentido del humor sardónico. El dúo de directores logra crear un escenario brillante y bien construido para narrar una historia que encuentra su mejor momento cuando integra todas sus partes.
Por un lado, las magníficas canciones — algunas más complicadas de lo necesario — que resumen la experiencia del musical a su paso por Broadway. La pantalla se convierte en un escenario que enlaza la energía eléctrica del elenco con un tipo de nueva propuesta que explora en el milenio. Si la primera película dependía de las habladurías y la sensación de espacio convertido en centro de batalla, la versión actual se expande a través de teléfonos, plataformas de redes sociales y la celebración de la personalidad masiva.
Mean Girls se convierte entonces en un espectáculo colectivo que hace reír a carcajadas con chistes ya conocidos, pero tiene la energía para narrar todo lo que se engancha de un argumento novedoso. Las chicas malvadas atraviesan los pasillos, con una incandescente ferocidad que hace recordar obras mayores del Hollywood dorado. Todo es alegría — perversa, fraterna, deliciosa, cínica — en esta cinta creada a mayor gloria de una edad irrepetible. Quizás, su punto más elevado.
Al final, todos bailamos al mismo ritmo
Uno de los grandes triunfos de la película es su capacidad para explorar en la idea de lo que es ser joven y, en especial, cuál es el sentido del amor en una edad llena de alborozo. El gran mérito de Mean Girls es tomar una historia de crecimiento y de edad formativa para convertirla en un torbellino de cuestiones sobre el deseo. Al final, Regina George y su contraparte Cady, encuentran un punto en el que se comprenden la una a la otra.
Pero ese elemento que las vincula a ambas, es mucho más que un giro que Fey lleva adelante con pulso firme. En realidad, se trata de lo que alimenta la luminosa percepción de la vida que comienza, del amor que nunca será más apasionado y del anhelo de ser feliz, que jamás será más inocente. Mean Girls logra su madurez y también recuerda que al final, todos solo deseamos ser amados. Un mensaje curioso para una obra cínica, pero que aquí cobra un enorme valor por su forma de expresión total.
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