Si sus anteriores películas, X (2022) y Pearl (2022), meditaban sobre los límites de la violencia, la brutalidad y una pendenciera forma de maldad, MaXXXine (2024) -el cierre de la trilogía de Ti West- no se queda atrás en sus ambiciones, formales y estéticas.
De hecho, podría decirse que la cinta — de nuevo protagonizada por Mia Goth, convertida en la final girl por excelencia — toma todos los puntos que hicieron extraordinarias a las películas anteriores y los lleva a un nuevo nivel.
Por lo que tanto su ambientación — un sucio Hollywood retorcido en su belleza de neón, plexiglás y calles sucias — como su temática — un slasher con aires feministas — llegan a un mismo punto. La maldad actual es de carne, hueso sangriento y gritos de horror.
Pero más que eso, es una celebración desprejuiciada y cruel de la oscuridad, avariciosa y rapaz, que rodea a la ambición. Se trata, claro, de un replanteamiento en las bases de esta trilogía que ha ido de menos a más. Pero también, en una mirada a lo que el cine de terror puede ser, como caja de análisis de los símbolos de la cultura pop.
Entre ambas cosas, MaXXXine brilla por desprejuiciada, brutal e impredecible. Algo que se agradece en medio de un panorama del terror cada vez más elaborado y que apunta al género de ideas más elevadas. Pero Ti West va en sentido contrario y analiza la posibilidad de la muerte, el acecho y la amenaza desde la perspectiva que cualquier criatura nocturna de una Norteamérica depravada.
El giro concede a Maxine Minx (Goth) un brillo siniestro que se mezcla con los puntos más morbosos y perversos de la cinta. MaXXXine no es simple ni espera serlo. De hecho, apuesta a volverse más complejas que las cintas que la precedieron, para encontrar su propia sincronía en un elemento extravagante y mórbido que deslumbra.
Todos los caminos conducen a la sangre
Maxine es ahora, además de sobreviviente a la carnicería de la primera película, una popular actriz porno. West explora la idea que esta final girl sea una especie de ángel con lugares oscuros, desde una determinación que brinda a la cinta sus mejores momentos. Corre 1985 y Hollywood es degradante, dispuesto a destruir a zarpazos a los que intentan llegar al estrellato.
Maxine lo ha evitado — como superviviente esencial que es — pero ahora, necesita dar un paso más allá del sexo explícito. La cinta encuentra a su protagonista en medio de sus intentos por saltar al cine tradicional y a la vez, en medio de una situación complicada. El asesino conocido como Night Stalker va por la ciudad dejando a su paso cuerpos desmembrados y el escenario ideal para una ciudad en la que cunde el rock pesado, el pánico satánico y el horror.
Todo lo anterior, se enlaza en la percepción que MaXXXine utiliza el mal aciago de una ciudad en sombras, para hacer más complicado su argumento. A diferencia de las otras dos partes de la trilogía, en esta ocasión hay más personajes y conflictos, además de Maxine contra el asesino de turno.
Lo que brinda a la película la oportunidad de construir su propio espacio de tinieblas. Hombres y mujeres al borde del suicidio, del miedo y la pérdida. Actores fracasados y ejecutivos en busca de la nueva estrella que explotar.
Todo se une mientras Maxine trata de huir del asesino, hacerse famosa y tal vez, aplastar algunas cabezas en el trayecto. Ti West se vuelve más desvergonzado, a medida que transcurre la acción. Mucho más, se hace más temible en su necesidad de construir una alegoría a la maldad mundana basada en la sangre derramada.
Magnífica y joya extraña en el cine de terror
Maxine también ha crecido como personaje. Algo que West, con su carácter revisionista, lleva a otro nivel en su nueva película. De hecho, su ya emblemática chica infernal, se ha convertido en un puente de ideas profundas, complicadas y dolorosas. Como actriz porno, representa a los deseos inconfesables. Y como víctima, la vulnerabilidad del sistema. Se trata de una idea muy freudiana, por cierto, la de equiparar el furor asesino con la gratificación sexual.
De forma que para MaXXXine resulta del todo osado suponer que el asesinato — en su forma más salvaje y despiadada — es una expiación al deseo. Una forma de expresar la noción sobre el amor y la necesidad insatisfecha. No es casual, que la mayoría de los asesinos de la pantalla grande maten a parejas que disfrutan del sexo o incluso, a las víctimas sexualmente atractivas.
Ti West lleva esta correlación a un estrato más obvio y elocuente. Hay una percepción conceptual muy profunda sobre la noción de la vanidad del asesinato, entremezclado con el deseo como elemento de la personalidad y lo esencial del ser humano.
Al combinar ambas cosas en MaXXXine (al crear una idea perenne y solemne sobre el deseo y la violencia) parece crear un puente de cristal entre la comprensión del asesinato como parte de algo más enrevesado que el mero hecho de matar y algo más profundo.
Una disyuntiva en la que la capacidad del hombre para asimilar su propia naturaleza resulta algo más poderoso y salvaje. Lo que convierte al cierre de esta atípica trilogía en una pieza rara del terror, ajena a todo significado convencional, pero sin duda, cercana a la máxima depuración del género.
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