En varias de las escenas de la película La Monja 2 (2023) de Michael Chaves, el miedo es una forma de violencia y repugnancia. Una mano amputada, un charco de sangre que esboza un rostro, el grito de una criatura que no es humana. Pero a pesar de parecer exagerado o una forma tradicional de ver el terror, en realidad, la cinta tiene mucho más parecido a la saga más famosa del género de los últimos tiempos que a su criticada predecesora.
Para el momento de su estreno en el año 2013, la película El Conjuro fue un éxito de crítica y de taquilla, una rara combinación para una película de terror. El buen hacer de su director — un inspirado James Wan, conocido por la extraña Insidious (2010) y sus secuelas — produjo un tipo de terror que, sin mostrar nada original, sorprendió a los espectadores de todo el mundo.
El director no solo usó una combinación de elementos tradicionales del género — una puesta en escena claustrofóbica y oscura, juegos de cámara largos y sorpresivos, una banda sonora con largos silencios y notas estridentes — sino además, lo hizo con una elegancia formal indiscutible. El Conjuro (2013) era una buena película de terror, pero también un ejercicio estilístico con buen pulso. Una obra elegante, comedida, de tomas simétricas y una serie de escenas tan terroríficas como hermosas. Puede parecer una contradicción, pero James Wan logró lo imposible: combinar el buen arte cinematográfico con una clásica película de serie B de espantos y sobresaltos.
El nacimiento de un maestro
Wan, que venía de dirigir una serie de películas menores y aprender en el trayecto el manejo de efectos y trucos de cámara básicos, demostró en El Conjuro que era un alumno aplicado. Construyó una puesta en escena llena de detalles terroríficos — esa habitación repleta de objetos malditos o las pequeñas anécdotas de los Warren incluidas en distintas partes del guion — y la aderezó con trucos simples como subidas de sonido y cambios de luz en mitad de las escenas. Pero lo hizo con tanta efectividad que jamás tuvo altibajos en la historia o saturó a la audiencia con el terror visual y argumental. Había algo malsano y agresivo en la atmósfera del El Conjuro, aunque nadie podría decir con exactitud qué era o en qué consistía su capacidad para producir tanto miedo. Y de allí su triunfo.
Tal vez por ese motivo, había expectativas muy altas con respecto a lo que Wan podría mostrar en la secuela de la película, llamada sin mayores aspavientos El Conjuro 2 y estrenada en el 2016. Resultó que, más que una continuación de la trama, la película fue otro capítulo independiente de los llamados Expedientes Warren, que puede ser vista y comprendida de manera independiente a su predecesora.
Wan repitió con el mismo equipo de guionistas — Chad y Carey Hays, David Leslie — y además agregó algo de su propia pluma. El resultado fue una historia que guarda quizás excesivas semejanzas con la primera película, pero que, aun así, conserva cierta autonomía. O es lo que Wan intentó desde su privilegiada mirada desde la silla del director.
Pero, más allá de sus altos y bajos de calidad, la cinta presentó un personaje misterioso, que ya protagoniza su propia franquicia. El demonio Valak (Bonnie Aarons), no solo se convertía en el antagonista inesperado de la trama. También, en una puerta abierta a toda una nueva concepción del terror.
En una saga concebida para explorar la naturaleza del mal, la lucha entre Valak y Lorraine Warren (Vera Farmiga), se convirtió en una rara mirada acerca del miedo, el dolor y la esperanza. A la vez, la percepción sobre el horror que se relaciona con la oscuridad humana. Valak, aterrador y estático, que no pronunció una sola palabra en la película, representaba el mal en estado puro.
El mal que vive en las sombras
En 2018, La Monja de Corin Hardy resultó una enorme decepción. A pesar de que conserva buena parte de los elementos que brindaron su éxito a la saga de la que proviene. El aire gótico de la abadía rumana de la historia sostiene un mapa de horrores que aumenta en simbolismo y potencia, durante su primer tramo.
Pero luego, el director pierde el pulso y construye una historia que se tambalea entre un ombliguismo agotador y un mal manejo de recursos frustrante. El film falla en su excesiva dependencia de la obra de Wan. Por lo que el gran reto de su secuela, es no solo sostener — y ampliar — a la franquicia de la que proviene, sino, además, mostrar otro rostro del horror.
La Monja 2 (2023) de Michael Chaves lo logra. Claro está, no busca ser original. De hecho, desde la primera secuencia deja muy claro que será una experiencia muy semejante a la película que la precedió y lo hace con una espléndida escena introductoria que, por sí sola, funciona como un pequeño corto terrorífico. Otra vez, la acción se traslada a parajes bucólicos, más cercanos a los góticos, que al terror de corte urbano de la saga de los Warren. Y eso es precisamente su triunfo.
La película de Chaves sorprende al ser más imaginativa de lo que nunca lo fue su predecesora y usar su sucesión de muertes sangrientas — muchas más numerosas y gráficas que en cualquier otra película de los Warren — para aterrorizar desde lo básico. El mal está aquí, es un rostro entre las sombras, pero también, lo que se esconde en el corazón humano. Algo que emparenta a la película con la premisa al subtexto de la saga de Wan. El miedo es la forma que lo desconocido tiene para comunicarse con el ser humano. Lo más inquietante de su mensaje entre líneas. Y sin duda, el secreto de su triunfo.
0 comentarios