Un águila calva abraza a un hombre que lleva un ridículo uniforme blanco, azul y rojo. Un mapache conversa animadamente con una criatura con el aspecto de un árbol en pleno crecimiento. Una chica de piel verde lucha en una cárcel espacial. El universo creado por James Gunn no puede ser más extraño, pero también, es una revolución esencial en el mundo del género de superhéroes. Precisamente cuando parecía que las grandes historias épicas de los personajes más queridos del cómic no podían dar más de sí, el director y guionista logró sacudir las bases del discurso cinematográfico y ahora televisivo. Y crear una de los recorridos más brillantes sobre un tipo de cine que parecía haberlo dado todo y comenzaba a dar muestras de cansancio. Pero con The Suicide Squad (2021) y ahora Peacemaker (2022-), Gunn parece haber dado el paso definitivo a una extraordinaria revolución de lenguaje y argumento desconcertante.
Por supuesto, la explosión del llamado “estilo Gunn” que la serie original de HBO Max provocó durante las últimas semanas, solo es la más reciente mirada al talento de un hombre que en dos décadas ha logrado construir un estilo autoral único. De hecho, la capacidad de Gunn para humanizar a sus personajes e historias (por más disparatados que estos sean), fue el primer paso hacia un tipo de narrativa que sorprende por su profundidad. Incluso antes de su llegada a los grandes estudios y como alumno de la peculiar productora Troma, Gunn ya tenía la capacidad para relatar lo formidable y lo grotesco desde ángulos por completo nuevos.
En su primera participación cinematográfica — en la inclasificable Tromeo and Juliet de 1996 — plasmó la belleza de lo extraño con una inteligencia cínica que incómodo a los críticos y sorprendió al público. Su guion, lleno de giros y un retorcido del humor, le permitió además, probar su fórmula infalible para brindar personalidad a su obra cinematográfico. El film estaba lleno de escenas de amor estrafalarias y salvajes, y también tenía un extraordinario soundtrack de rock glam. Y aunque no aparece acreditado, Gunn logró influir lo suficiente como para que en la actualidad se considere una de sus obras tempranas.
De hecho, Tromeo and Juliet terminó por convertirse en una pequeña obra de culto. Cuando finalmente Gunn incursionó en la dirección con el corto Hamster PSA (1997), sus principales rasgos estéticos se hicieron evidentes. La historia de un hamster, una madre preocupada y un suicidio inesperado, resultó grotesca para buena parte de la crítica. Pero Gunn, no sólo reformuló la idea del bien y del mal a pequeña escala (“los pequeños terrores”, como el mismo autor definió el diminuto malsano de su corto), sino que además, comenzó a explorar lo que sería un punto recurrente en su filmografía: la búsqueda de la redención del mal y los infinitos matices morales de personajes imperfectos.
Pero ya fuera porque su punto de vista resultó desagradable incluso para lo estándares de Troma o porque Gunn intentaba encontrar el proyecto correcto, pasarían casi cinco hasta que volviera a dirigir. En esta ocasión, se trató de un proyecto mayor. Y Gunn hizo lo que todo chico malo de Troma que se precie de tal: falsificó su currículum para conseguir financiamiento. Slither (2006) fue un thriller de suspenso brillante que además, desarrolló una concepción sobre lo inexplicable delimitado por lo doméstico. Protagonizada por Elizabeth Banks, la película narra una invasión alienígena desde la perspectiva de un pequeño pueblo. Y lo hace con una rara mirada sobre lo diminuto y los peligros de los monstruos con rostro humano.
De hecho, para Gunn siempre el interés es lo incontrolable, lo violento y en ocasiones lo directamente obsceno. El director, que ha tenido una de las carreras más singulares de Hollywood, se hizo adecuadas preguntas sobre el tiempo y la identidad. Pero además, rozó los límites de lo desagradable cuando planteó la versión de la amenaza, desde la lucha entre iguales. Slither no fue un éxito de taquilla, pero sí fue la llamada de atención que puso a Gunn en el centro del candelero cinematográfico. De pronto, el desconocido y singular director estaba a punto de cambiar la historia del cine de superhéroes.
Gunn, el hombre de los proyectos perdidos
En el cuarto capítulo de la serie Peacemaker de HBO Max, el antihéroe titular recuerda un fragmento de su traumática infancia. Lo hace, mientras la cámara le observa en un plano cerrado y a la vez, se muestran varias escenas de líneas argumentales paralelas. Durante casi seis minutos, James Gunn analiza, deconstruye y al final humaniza a un personaje hasta ahora confuso, en un prolijo y efectivo montaje. La precisión del guion y las buenas decisiones visuales, permiten que se trate de una mirada casi antológica al clásico héroe vulnerable. El resultado es una secuencia dolorosa, profunda y elocuente, que sorprendió a los fanáticos por su capacidad para mostrar las dimensiones de Peacemaker.
No es la única ocasión a lo largo de la temporada, en que James Gunn ha hecho algo semejante. La serie, que antes de su estreno era una gran incógnita, se ha convertido en un cúmulo de buen hacer creativo y narrativo. Desde su piloto, fue evidente que el programa estaba destinado a explorar un nuevo tipo de figura en el mundo de los superhéroes. En especial, al incorporar el humor corrosivo y políticamente incorrecto de Gunn a una nueva dimensión. El spin off directo de la polémica The Suicide Squad (2021), en la que Gunn exploró toda una nueva idea sobre el antihéroe que fue un desastre de taquilla. Eso, a pesar de las buenas críticas que cosechó y la opinión unánime que se trataba de una importante evolución en estilo y argumento para Warner y DC.
No obstante, para los fanáticos, se trató de una burlona mirada al mundo del cómic de DC, que no resultó del todo convincente. Con su tono exagerado, su humor en ocasiones infantil y su estética que recuerda el paso del director por Troma, la película desconcertó. En específico, la forma en que Gunn analizó a varios de los villanos menos conocidos de DC en una larga sucesión de absurdos. Ya David Ayer había intentado elaborar la idea de la clásica X-Force de DC con aires de redención épica. Pero Gunn brindó a los personajes un sentido del poder basado en sus historias privadas y pequeñas tragedias. Les humanizó, les dotó de fuerza y al final, les permitió un triunfo aparatoso y desordenado.
Pero el argumento no llegó a calar y desapareció como un fracaso taquillero. Aun así, DC decidió brindarle a Gunn una segunda oportunidad. De hecho, incluso antes del estreno de The Suicide Squad, ya se hablaba sobre varios proyectos encabezados por el director. Uno de ellos era la serie basada en el inclasificable personaje interpretado por John Cena. Peacemaker, un psicópata violento convencido que lucha por la paz, sobrevivió al film para comenzar su camino en solitario. La gran pregunta era cómo lograría el director dotar de profundidad a un antihéroe que, en esencia, era una burlona parodia de los superhéroes. ¿Debía llevar la broma hasta el extremo más incómodo? ¿Convertirla en una premisa más escabrosa? Para sorpresa del público y de la prensa especializada, Peacemaker resultó algo por completo nuevo.
Peacemaker: Él le da mal nombre a la paz
Hay dos cosas que debes saber sobre la serie Peacemaker. En primer lugar, no cuenta la historia de alguien, sino de un grupo de marginados sin otro remedio que trabajar juntos. No es Doom Patrol (2019-), con su equipo entrañable de superhéroes de segunda o situaciones precarias. Tampoco es una versión del Escuadrón Suicida de Ayer, con su necesidad de conectar con un universo mayor y brindar peso a sus personajes. Peacemaker es una serie sobre perdedores. Fracasados que deben demostrar su valor, luchar contra tragedias íntimas y recobrar su identidad para encontrar su lugar en el mundo. Y por supuesto, acerca de un hombre — aparentemente — corriente, educado por un padre abusivo, que está convencido de “tener un destino”.
Lo otro que debes saber, es que los perdedores de James Gunn están lejos de ser superhéroes, más allá de sus rencores, debates morales y esperanzas. The Boys (2019-) de Eric Kripke muestra un mundo que lidia con villanos que llevan capa y sonríen a la cámara. Héroes hipócritas, con una retorcida mirada al poder. Pero Gunn escogió una dirección distinta. Y aunque Peacemaker se mueve en el universo compartido de DC, no intenta profundizar en el poder y lo extraordinario. En realidad, la cuestión sobre los llamados metahumanos y sus capacidades excepcionales está fuera de discusión. Lo realmente interesante para Gunn es cómo ser un héroe — o intentar serlo — sin tener otra cosa que la “motivación”. Y es ese extraño dilema, lo que convierte a Peacemaker en un éxito de argumento y originalidad narrativa.
El Peacemaker de John Cena viene de una crianza racista, es misógino, homoodiante y, sin duda, un hombre violento capaz de asesinar. Pero también, uno que comienza un lento recorrido hacia los lugares más extraños y oscuros de su vida para comenzar a deconstruirla. Lo más intrigante de Peacemaker es la capacidad de Gunn para dotar a su antihéroe de dobles y terceras lecturas. De romper las etiquetas con las que podría definirse — es sencillo hacerlo — y brindar la oportunidad al personaje de crecer.
De una dolorosa visión sobre la pérdida del propósito hasta la búsqueda de un ideal, Peacemaker es mucho más que un recorrido irónico por las sombras del heroísmo — aunque lo es — y ese es su gran punto fuerte. Christopher Smith/Peacemaker atraviesa su mundo hecho pedazos en busca de una forma de comprender qué tiene sentido en su vida. Mucho más aún: qué es lo que necesita entender sobre su trayecto hasta ser algo más que una figura basura bajo una influencia poderosa. Y lo hace, en la medida que Gunn escribe para su personaje poderosas y sencillas escenas en la que sus contradicciones lo son todo. Una vulnerabilidad desconocida que sorprende por la amplitud de su propuesta y lo bien que hasta ahora se ha desarrollado.
Un mapache, tweets explosivos y el mundo a sus pies
Los últimos años han sido de una rápida reinvención del mundo de los superhéroes. Y parte de la responsabilidad de eso, la tiene James Gunn. El hombre que en el 2014 tomó a un grupo de personajes desconocidos de la factoría Marvel y creó un éxito de taquilla inesperado con Guardians of the Galaxy, ha recorrido un largo trecho. Despedido por Marvel en el 2018 por una serie de viejos tweets de humor retorcido, logró dar un salto limpio hacía DC, para abrir las puertas a una revolución que ahora es más evidente que nunca.
Con Guardians of the Galaxy Vol. III (2023) en puertas, una segunda temporada ya confirmada para Peacemaker y al menos dos series en puertas para DC, Gunn ha logrado lo imposible. Reformular el cine de superhéroes dentro de lo autoral y crear, quizás, los personajes más entrañables del género en décadas. Nada mal para el chico travieso de una productora conocida por su sentido retorcido del cine.
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