Si había una manifestación más en corte “metalenguaje” sobre el final de un ciclo específico en la carrera de un actor es Absolution (2024, “Implacable” en su traducción latinoamericana), una rareza estilística plagada de confusiones dirigida por el noruego Hans Petter Moland.
Con el ropaje de un thriller crepuscular, un last dance de un sicario en busca de la redención, este film parece destinado a ponerle fin a la agitada (y repetitiva) etapa de Liam Neeson como héroe de acción. Por lo que a la vez funciona como una suerte de reverso perfecto de Taken (2008, conocida en Latinoamérica como “Búsqueda implacable”), la pelicula que le dio inicio a esta fructífera etapa en la carrera del intérprete irlandés.

La de Taken no es una mención antojadiza: con aquella, esta película comparte temas como la trata de blancas y el submundo del contrabando. La otra cara de la misma moneda. Solo que, en este caso, Liam Neeson no representa al héroe del día sino justamente todo lo contrario: acá es un sicario. Un rompe-huesos, un tipo violento y sin muchas luces que llega al final de su vida con la posibilidad de arreglar, al menos en algo, todo el daño que fue haciendo por el camino.
Ese conflicto íntimo y vital (en el sentido explícito del término, porque el protagonista afronta un grave problema de salud), sumado al retrato crepuscular de la ciudad de Boston como telón de fondo, podría haber dotado a la película del drama suficiente para calar hondo en el espectador, pero los problemas de identidad del film impiden desarrollar la empatía necesaria.

Al igual que tantas otras entregas del subgénero “thrillers-con-Liam-Neeson” –se me ocurre Cold Pursuit (2019), dirigida también por Hans Petter Moland–, el mayor problema de Absolution es que no define qué quiere ser y cómo hacerlo: si es un drama intimista, un policial clásico, una película de acción, una comedia de amor roto… en definitiva, un caos que deja como resultado una rareza formal con un sinsabor desde lo narrativo.
Con una veintena de películas de acción en su haber desde aquel amanecer de Taken –el clásico instantáneo que lo hizo virar del actor dramático de Schindler’s List (1993) a héroe imbatible a fuerza de puños–, Liam Neeson puede llegar a esta etapa convencido de haber hecho lo suficiente en ese género. Tal como demuestran entregas de factura soberbia como Unknown (2011) o el puñado de films que hizo con Jaume Collet-Serra, por mencionar solo algunas.
Visto así, y después de este largo camino, suena lógico que, a sus 72 años, Neeson se dedique ahora a inaugurar otra etapa de su carrera con una remake de La Pistola Desnuda.
0 comentarios