La vuelta de Rian Johnson con la que se convirtiĆ³ en su saga antolĆ³gica, Knives Out (aquella que comenzĆ³ con la pelĆcula homĆ³nima de 2019), demuestra que para el director y guionista, mĆ”s es mĆ”s. El contraste entre la primera entrega y la segunda, Glass Onion: A Knives Out Mystery (2022) -que ya estĆ” disponibe en Netflix– no solo es muy pronunciado, sino que es sobrevolado por una suerte de regodeo del cineasta en la obviedad de ese choque de estilos, regodeo que se extiende a todo el relato y a una puesta en escena brillante que habla a veces mucho mĆ”s que los propios personajes.
Es que eso es, precisamente, lo que caracteriza al whodunnit: una pomposidad hilarante por su autoconsciencia, ya desde el tĆtulo del largometraje y cĆ³mo se conecta con su coda. A diferencia de Knives Out, Glass Onion estĆ” concebida como una obra pop (su perfecta banda sonora y su obsesiĆ³n por lo pictĆ³rico con las menciones explĆcitas y veladas a Leonardo da Vinci y Mark Rothko son algunos de sus puntos fuertes), con una fotografĆa estridente del estrecho colaborador de Johnson, Steve Yedlin, y con roles over the top que son, sin necesidad de disimularlo, avatares de famosos o bien prototipos.
Knives Out, en cambio, privilegiaba los momentos intimistas propios de la dinĆ”mica de la familia Drysdale y esa muerte que sacudĆa a sus integrantes y a sus respectivos intereses econĆ³micos. En ese contexto ingresaba el detective Benoit Blanc (Daniel Craig en un personaje que va en camino a ser icĆ³nico dentro del universo whodunnit), quien resuelve el caso y, en el proceso, encuentra a una persona genuina con la que conecta: la enfermera Marta Cabrera que interpreta con sensibilidad Ana de Armas.
Si bien Knives Out tenĆa sus secuencias de humor, era mucho mĆ”s clĆ”sica en sus formas y se desplegaba como un buen exponente de las pelĆculas de detectives, con un elenco que se sacaba chispas. Glass Onion, si bien traza algunos puntos de contacto con esa investigaciĆ³n primigenia de Blanc, tiene vuelo propio y termina siendo solo el protagonista el hilo excluyente que une ambos relatos (ademĆ”s de un personaje y el tono con el que se lo aborda), uno mĆ”s intrincado y el otro mĆ”s bombĆ”stico.
La fiesta inolvidable
En esta vuelta de Johnson, nos encontramos de cara a una fiesta que organiza un magnate de la tecnologĆa, el billonario Miles Bron (Edward Norton). Una murder mystery que lleva a cabo en su isla privada en Grecia en medio de la pandemia de coronavirus. Si bien el contexto puede restarle atemporalidad al whodunnit, luego se termina fusionando con la naturaleza de ese personaje que convoca a sus mejores amigos a esa celebraciĆ³n onanista. Por lo tanto, en Glass Onion aparece una insĆ³lita vacuna que pinta de cuerpo entero a ese hombre que utiliza su dinero para acceder a aquello que es privativo para la mayor parte del mundo.
Con ese mismo trazo grueso -indudablemente divisivo-, con esa superficialidad aparente, el cineasta esboza a ese grupo que acepta la invitaciĆ³n porque se sienten en deuda con Miles, el benefactor de la mayorĆa, desde la ex-modelo que compone Kate Hudson a la gobernadora que personifica Kathryn Hahn. Los amigos secundan las excentricidades de ese empresario quien, en una precisa referencia al misĆ³gino orador Frank T.J. Mackey que interpretĆ³ Tom Cruise en Magnolia (1999), luce la misma ropa que ese personaje del cine de Paul Thomas Anderson, una decisiĆ³n de vestuario extraordinaria de las tantas que toma Jenny Eagan.
AsĆ, desde el cuadro de Rothko que el personaje de Hahn cuelga al revĆ©s a los delirios de grandeza de Miles simbolizados por esa caja que envĆa en el comienzo de la historia, Glass Onion elude las sutilezas y aprehende la pomposidad.
Sin embargo, no todo es un guiƱo, no todo depende del diseƱo de producciĆ³n, no todo es una crĆtica clara al capitalismo cruento, Johnson sabe cuĆ”ndo introducir a una figura que le da un giro a la historia y que genera aquellos instantes en los que Glass Onion cesa en su bĆŗsqueda de impresionar y se permite respirar. En este aspecto, Craig vuelve a lucirse en los mano a mano y no exclusivamente en el gran manejo de las interacciones corales. Con referencias a The Last of Sheila (1973) de Herbert Ross y a personalidades emblemĆ”ticas del gĆ©nero que tienen su momento para brillar, Glass Onion saca la pirotecnia y no mira hacia atrĆ”s. Cuando lo hace, ahĆ estĆ” la enorme Janelle MonĆ”e para sumar la capa faltante.
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