Con las palabras de Diego Armando Maradona en su primera autobiografía Yo soy El Diego (2000) comienza la última película de Paolo Sorrentino, Fue la mano de Dios (2021), nominada al Oscar en la categoría de mejor película extranjera.
Ese epígrafe inicial marca el tono autobiográfico que tendrá toda la película. La historia se centra en la adolescencia de Fabietto Schisa (Filippo Scotti), un joven napolitano obsesionado con la idea de que Diego Maradona llegue a Nápoles y juegue para su equipo. Si bien la película no gira en torno al jugador argentino, su irreverencia, la pasión por el fútbol, su relación con las mujeres y su vida en los años ’80 tiñen la adolescencia del protagonista, que transita las turbulencias de la época, el despertar sexual, los amigos, la pérdida, y la pregunta sobre qué hacer con su vida una vez que termine la escuela.
Si bien está catalogada como una pelicula dramática, se acerca más al género del grotesco, el cual caracteriza el cine de Sorrentino. Ya con La gran belleza (2013), ganadora del Oscar a mejor película extranjera, el director había establecido el poder de la tragicomedia y su tradición de homenajear al cine italiano, sobre todo a sus ídolos (Fellini, Zeffirelli y Capuano). La película se centra en la familia Schisa, una típica familia italiana, pero sobre todo napolitana, alegre y vivaz.
La mano de Dios
La figura de Maradona aparece como un dios en la Nápoles de los ’80, porque como un deus ex machina en la historia deportiva de la ciudad, salva al club de años de derrota. Sin llegar a abusar de esa imagen, “el Diego” se mantiene recurrente en la película como metáfora de ese deseo ferviente de lograr lo imposible, como sinónimo de lo que sucede en la adolescencia. Sorrentino ganó ante la posible batalla legal contra Maradona por el uso de su nombre en la película, al demostrar que en verdad la obra hablaba más del autor mismo que del jugador argentino. Maradona es solo la excusa, la figura a través de la cual Sorrentino nos lleva a su propia adolescencia.
Pero Fabietto no es el único personaje que se obsesiona con la llegada de Maradona al Nápoles, toda la población habla de su posible aparición como un fenómeno divino. En las calles el rumor se esparce y hasta una pelea matrimonial es frenada por la confirmación del evento tan esperado. La elipsis de su rostro durante el film funciona para engrandecer la figura sacra de su persona, y así hacer de su aparición algo milagroso.
Maradona será la figura que una a los personajes de esta historia, será el tema de la mesa familiar e incluso se unirá todo el pueblo a ver el partido de Argentina contra Inglaterra. Serán testigos de la mano de Dios. Incluso el tío de Fabietto le explica lo que significa ese gol con el puño a los ingleses, le cuenta que fue un acto político contra la invasión a través de la humillación. El gol cobra otro sentido y el joven comienza a comprender el mito que hay detrás del jugador.
Pero toda esa ilusión por el futuro que le había traído Maradona al pueblo y al protagonista se derrumba: la familia unida y la comedia del inicio se transforman en un drama de aprendizaje. Fabietto, al igual que Paolo Sorrentino, pierde a sus 17 años a sus padres por una fuga de gas. La tragedia golpea al joven y la felicidad familiar se desmorona. No solo mueren sus padres, un tío es arrestado por corrupción y su tía Patrizia (Luisa Ranieri), símbolo de su deseo sexual, es internada en un hospital psiquiátrico luego de perder su embarazo. Fue la mano de Dios es un coming of age que introduce la historia del propio autor, el mito de Maradona y las tradiciones napolitanas.
Nápoles está para contar historias
La ciudad es una de las grandes protagonistas de la película. Lo primero que vemos es un plano desde la costa que se repetirá varias veces, con el ruido del mar como su fuente dialógica. Pero ese protagonismo no es solo en cuanto a lo físico, las tradiciones de la región están plasmadas desde un principio. Por ejemplo, la tía Patrizia tiene un encuentro con San Genaro, patrón de Nápoles, y el “munaciello” (el monjito), leyenda urbana napolitana.
A medida que continúa la historia y la tragedia llega a la vida de Fabietto, su deseo de evitar la realidad lo llevará a descubrir su pasión por el cine. Aquí es donde la película autobiográfica se convierte en la ficción que Sorrentino hubiera querido experimentar en su juventud. El protagonista está atravesado por el dolor de la pérdida, que lo detiene, y ve en la ficcionalización de su realidad una salida, entonces propone convertirse en cineasta. Pero para eso cree que debe ir a Roma, ya que ve todo Nápoles teñido de su dolor y las historias que le inspira son de tristeza y soledad.
Fabietto se encuentra con el cineasta napolitano Antonio Capuano (Ciro Capano), su primer ídolo, con quien conversa sobre el cine como forma de cambiar la realidad. Pero el director le advierte sobre ese deseo de escapar, y le explica que en Roma no hay nada aunque todos vayan hacia ella. Le muestra (y nos muestra) el abismo del mar desde la costa de Nápoles para hacerle entender que en su ciudad también hay historias para contar, por más dolorosas que sean.
Este es el punto más interesante de la trama y en el que Sorrentino nos habla directamente. Fue doloroso para él volver a su adolescencia, a filmar Nápoles, pero es necesario contar esta historia que no es del todo realista, que mezcla el folklore de la identidad napolitana con su identidad e historia individual. Una historia en la que está metida hasta el fondo la figura de Maradona, la persona en la que Fabietto (y el mismo Paolo) encuentra la motivación, el impulso de la perseverancia.
Si bien Sorrentino ya se llevó la estatuilla a Mejor Película Extranjera por La Gran Belleza (2013), es probable que en esta entrega su obra producida por Netflix no sea galardonada por la Academia. Sin embargo, este film tiene el potencial de trascender de otra manera y convertirse en un Bildungsroman clásico del cine italiano.
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