Vicky somos todas

Envidiosa – Temporada 2: Un espejo de dos caras en el que nos vemos reflejadas

La serie que entre chistes y triángulos amorosos refleja las angustias de muchas en el mundo moderno, competitivo e individualista en que vivimos.

por | Feb 14, 2025

Llámenme hereje del cine si quieren, pero en mi camino de ver clásicos que nunca había visto, hace no tanto, taché Seven: los 7 pecados capitales (1995) de mi lista. ¿Es una buena película? Sí. ¿Me generó el impacto que esperaba? Para nada. En un presente de excesos y turbulencia, el concepto de los pecados capitales pierde potencia. Cada uno de esos siete vive cada vez más presente en todos nosotros. Entre ellos: la envidia. 

Envidiosa (2024- ) llega en el momento y con el tono justo para aprender a reírnos de nosotras mismas y lo ridícula que puede verse la comparación incesante y desesperada. Al mismo tiempo, es una serie que repasa todas las premisas feministas que nos dejó el 2018 sin un pelo de solemnidad. Pareciera que la serie lo hace sin querer, hasta un poco en chiste, pero no deja ninguna bandera verde sin abordar.

Ver a Victoria (Griselda Siciliani) es tan liberador y catártico, como frustrante. Verla ser cobarde una y otra vez me resulta tan desesperante como cuando en el consultorio con mi propia Fernanda me rescato de que vuelvo siempre sobre las mismas cosas. Pero ahora estoy segura de no ser solo yo. Victoria, en mayor o menor medida somos todas. A fin de cuentas, así funcionan las cosas en el tiempo que nos tocó vivir: nos rodean recortes felices de vidas ajenas y el mandato del éxito y la felicidad nos respira en la nuca. 

Es entonces que Victoria, en lo crudo y despojado de sus palabras y sus actos, por muy teñidos por el humor que estén, sintetiza un presente individualista y frustrante por su demanda de exitismo constante. Y aunque sorprendentemente, el deseo de Victoria es el de la familia tradicional a toda costa y eso parezca antiguo, su manera desesperada, individualista y envidiosa de desearlo, es más actual que nunca.

“Tras las reformulaciones de la segunda mitad del Siglo XX empezaron a germinar desconsuelos imprevistos, frutos de una cultura que exalta y persigue el goce individual, en vez de posponerlo en nombre de entidades colectivas consideradas superiores o trascendentes. Hacer siempre y solamente lo que se desea fortaleciendo la autoestima en provecho del éxito personal, por ejemplo, dejó de ser un pecado más o menos vergonzoso – asociado a la soberbia, la vanidad o el egoísmo – para volverse una meta orgullosamente prioritaria”.

Esto escribe Paula Sibilia en su ensayo Yo me lo merezco (2024) y cuando esa vanidad y egoísmo no tienen en qué regodearse, llega la envidia.


Cuando entre nosotros nos dejamos de concebir como grupo, como nación, como comunidad, como familia o como una unidad menos atómica que el uno mismo y pasamos a pensarnos como consumidores de un estilo de vida individual: el de al lado es competencia. La envidia vive en mayor o menor medida en todos nosotros. Si aparte sumamos el tremendo recorte que vemos de las vidas ajenas en redes sociales, solo empeora. Y convengamos que vemos sin parar, como voyeuristas, la vida privada/pública de conocidos y desconocidos por muchas horas al día. Porque sinceramente no creo ser la única que tiene un problemita con el celu.

Este contexto se torna tierra fértil para angustias, frustraciones y comparaciones que pueden derivar o no en envidia. En ese emprendimiento maratónico por el desarrollo personal y cumplir grandes sueños y objetivos, el “no” es más duro que nunca. Sibila también observa:

“Al no lograr ni siquiera acercarse a los altos parámetros que se aspiran, con la consecuente estigmatización de quienes se quedan descalificados como perdedores o fracasados cuando sus tropiezos se vuelven públicos, también se incuban resentimientos, aislamientos y violencias que envenenan la cohesión social”.



Mostrar eso en televisión, con Lamothe haciéndose el lindo y chistes de por medio, es lo que vuelve espectacular a Envidiosa. Porque a diferencia de la avaricia, o la ira, otro de los siete completamente enaltecidos o asimilados con naturalidad a nuestro presente, la envidia es completamente natural, pero vergonzosa. Porque la envidia habla de la falta. Incluso en los círculos más íntimos no es una emoción que se ponga usualmente sobre la mesa como sí pasa con la angustia, la preocupación, la ansiedad, el enojo, la frustración. Ser abiertamente envidioso, aunque todo el sistema apunte a que se vuelva lo más normal del mundo, está moralmente mal visto.

Es entonces que ver a Victoria en la pantalla chica, sabiendo que es vista por miles más, se siente catártico. Griselda Siciliani encarna un personaje que nadie quiere ser, pero ahora entendemos que nos afectan un poco a todes. En la entrevista exclusiva que realizó Euge Capisce para PopCon, la actriz Violeta Urtizberea (quien interpreta a una de las mejore amigas de Vicky en la serie) le dice:

“Mi psicóloga me decía: no hay paciente que no me traiga la serie a la sesión”.

Otra vez, Victoria en mayor o menor medida somos todas. Y ese reflejo es posible solo porque los episodios están diagramados siempre con una sesión de terapia de por medio.


El diván en cine y televisión es una ventana para los personajes para abrirse como no lo harían en otro contexto y ponernos en palabras a los espectadores sus miedos más profundos, su honestidad total. En algunos casos son escenas que nutren a la narrativa, en otros, hacen a la obra en sí misma.

Envidiosa es uno de esos casos en los que hacen a la obra en sí. Otro ejemplo es Los Soprano (1999-2007) que sobresale entre la enorme cantidad de material de mafiosos, por indagar en la sensibilidad y los problemas de salud mental de un capo. A Los Soprano el diván le dio su distintivo. A Envidiosa el diván le da un propósito y le da credibilidad porque la envidia, aunque se note, nadie decide exponerla voluntaria y públicamente. 

Y como si fuera poco, la serie está efectivamente buena.

Al margen de cualquier crítica social sobre la serie, Envidiosa es exitosa porque es sobre todo tremendamente entretenida. Griselda Siciliani es desfachatada, carismática y graciosa. Esa que en principio parece una comedia del montón, una reversión de lo que sería hoy por hoy una novela del trece se vuelve una comedia nacional de calidad, que aparte tiene una banda de sonido impecable, llena de artistas argentinas del indie.

En esta segunda temporada, que continúa con las desventuras y miserias de Victoria, y sobre todo su triángulo amoroso, hay un factor agregado a la envidia: la ansiedad. También muy propio de nuestro tiempo. pero también a la existencia como mujer: el reloj biológico se superpone con el incesante tic tac de TikTok.

En redes sociales parece que todo pasa más rápido y vemos recortes solo de resultados, entonces todo se pone más ansioso. Sumado a nuestra incapacidad de prestar atención o poner el foco en algo que pase ese mismo día o esa misma semana. Ni bien comienza la segunda temporada, Victoria tiene muy claro que su gran amor no es su futuro esposo pero enuncia que no tiene tiempo para poder meterse en otra cosa.

En esta entrega, nuestra Carrie nacional, intensa y miserable es tan víctima de su envidia como de su ansiedad. Sus miedos y confabulaciones le viven jugando una mala pasada y le obstaculizan entregarse a lo que realmente siente. La buena noticia es que en este fin de semana de San Valentin ya se anunció la renovación para una tercera temporada.

Y por último, cuando la vulnerabilidad se escabulle más que nunca y el futuro es incierto, voy a darle un consejo a Vicky como si fuera mi amiga, porque un poco así se siente, como una de nosotras y decirle algo que vi en un meme: en estos tiempos toda declaración de amor es urgente. 


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