La Segunda Guerra Mundial parece estar lejos de llegar a su final para los japoneses, ahora acostumbrados al llanto de sirenas que anuncian la desgracia. Mahito (Soma Santoki, Luca Padovan) despierta por su tétrico llamado, recibiendo la noticia de que el hospital en el que se encuentra su madre está siendo consumido por un incendio.
Dos años pasan y su padre intenta seguir adelante, habiendo encontrado el amor nuevamente en la hermana menor de su difunta esposa. Esperando un hijo, la pareja decide convivir, por lo que Mahito debe no solo lidiar con su dolor silenciosamente, sino que también con estos cambios que le son impuestos.
Su nueva casa es enorme y llena de riquezas, antigua en su arquitectura y habitada por sirvientas ancianas que recuerdan a los enanos que lealmente acompañaban a Blancanieves. Pero algo irrumpe en la nueva rutina del chico: una misteriosa garza gris que, con descaro, hace notar su presencia.
El ave parece hablar, se burla de él. Cuando su madrastra desaparece en la oscuridad del bosque, Mahito sabe que la engañosa criatura está detrás de eso. Armado con un arco y flecha construidos con sus propias manos, va a enfrentarse a lo desconocido.
Ya desde su primer acto, la película está plagada de notas autorreferenciales, memorias que ya hicieron su aparición en anteriores obras del director. Tal como en La tumba de las luciérnagas (1988), producida por Miyazaki, el director recrea sus atormentados días de la infancia cuando la guerra dividía familias y las llamas teñían los cielos de rojo carmesí. Igualmente predominante es el recuerdo del tiempo que su madre pasó en el hospital, una experiencia que tanto Mai y Satsuki de Mi vecino Totoro (1988) como Mahito comparten.
Así como fue la inspiración para el protagonista de El viento se levanta (2013), el padre del director también marca su presencia en este largometraje, un hombre que -así como el del chico- también se enriqueció gracias a su fábrica de aviones de guerra. Muy a pesar de su clara política antibélica, podemos ver que en Mahito se manifiesta la misma fascinación que Miyazaki experimenta al retratar estas máquinas de guerra, con las contradicciones morales que esto implica.
Dentro de los mundos de un artista
Si bien El niño y la garza (2023) es el título que comparten tanto sus traducciones al español como al inglés, el nombre original de la película, Kimi-tachi wa dou ikiru ka? es igual al de la novela de Genzaburō Yoshino ¿Cómo viven ustedes? (1937), un coming of age que aborda temas filosóficos en carácter didáctico para sus jóvenes lectores.
El libro, uno de los favoritos de Miyazaki, no solo refleja más finamente las capas más profundas de la historia, sino que representa un momento bisagra para la trama. El texto, regalo póstumo de la madre del protagonista, se convierte en la chispa que lo alienta a seguir a la garza, como si se tratara del conejo blanco en Alicia en el País de las Maravillas.
Decidido a rescatar a su tía, el chico llega la torre encantada que su Tío Abuelo (Shôhei Hino, Mark Hamill) construyó. En su entrada vemos escrita la leyenda “Fecemi la divina potestate” o “el poder divino me ha creado”, una frase de La Divina Comedia de Dante Alighieri y parte del verso que adorna las puertas del infierno.
El anciano muestra su dominio sobre el ave, una criatura que bien puede ser parte de sus fantásticas invenciones pero que dentro de sí, como en cualquier obra artística, se esconde cierta humanidad. Con el traicionero Hombre Garza (con la voz de Masaki Suda y Robert Pattinson en la versión en inglés) ahora como su guía y protector, Mahito atraviesa diversas tierras dentro de la torre, encontrando en su camino a otras versiones de las personas que lo rodean en el mundo real. Son tiempos superpuestos y que conviven de formas imposibles, una hazaña compartida solo por la magia y las artes.
Ese poder nos demuestra que el Tío Abuelo de Mahito es probablemente otra faceta del mismo Hayao Miyazaki. Él es el arquitecto, el creativo, un anciano que cuida de una construcción hecha con formas geométricas, la base de todo dibujo. Doce son los bloques de madera que se le ofrecen al chico, la misma cantidad de películas dirigidas por Miyazaki que preceden a esta.
No es secreto que el destino de su legado es algo que parece atormentarlo, siendo su hijo Goro quien siguió sus pasos pero quien también reconoce no haber heredado su talento. Es parte del camino del anciano el aprender a soltar esta noción de continuidad. Al encontrarse con su yo más joven parece comprender que el proceso artístico no es algo que nuestra sangre necesariamente deba continuar, sino que es un trayecto personal.
Tal como el documental que retrató su vida diaria mientras trabajaba en uno de sus largometrajes, El reino de los sueños y la locura (2013), bien podría ser el nombre de este universo mágico encapsulado dentro de la torre. Ahí encontramos más referencias a otras de sus creaciones así como a sus influencias. Esos amplios pasillos y sus columnas podrían estar sacadas de un cuadro de Giorgio de Chirico, de la misma forma que el meteorito recuerda a la roca flotante en El castillo de los pirineos (1959) de René Magritte.
También es notorio el parecido que la tumba habitada por pelícanos tiene con la serie de cuadros de Arnold Böcklin, La Isla de los muertos. Ahí Caronte navega tal como lo hace Kiriko (con la voz de Ko Shibasaki y Florence Pugh en la versión en inglés), la pescadora y cuidadora de almas por reencarnar, los Warawara.
Tal como en la pintura, destacan los arboles cipreses, símbolos de la muerte e inmortalidad. Rodeados de una reja dorada, aparece la frase “Quienes estén en busca de mi sabiduría perecerán,” frase que bien podría ser una derivación de la cita del pintor chino Qi Baishi: “Aquellos que estudian de mi vivirán, pero los que me imiten, morirán.”
Las aves y la unión de dos mundos
La elegancia de las garzas no es la única razón por la cual estas aves son un motivo tan popular en muchas obras tradicionales japonesas. Se las consideraba mensajeras de los dioses, animales capaces de visitar a su antojo tanto el reino de los vivos como el de los muertos. En el folclore, al envejecer las garzas tienen la capacidad de transformarse en yōkais, entidades sobrenaturales a veces considerados demonios para el ojo occidental, pero que en muchas ocasiones no son más que espíritus embaucadores.
Jamás queda claro la verdadera identidad o las intenciones del Hombre Garza, pero esto no entorpece la narración, sino que la refuerza. Ya sea en sus provocaciones o con su figura en la cubierta de un libro, es su presencia la que parece mover a la historia cada vez que nuevos desafíos dejan estático a Mahito.
La garza le enseña al chico que dentro de las mentiras también hay verdades, insistiéndole en que su madre está viva, pero sin especificar en qué tiempo. Lo insulta al marcar su arrogancia, la oscuridad y los errores de los que Mahito se debe responsabilizar para poder crecer.
Vemos en su plumaje una versión invertida de los triángulos que el querido Totoro, emblema del estudio, tiene en su pecho. Esto es algo que comparte con los periquitos, una especie invasora dentro de la fauna japonesa, que acá aparece como una masa que habla casi al unísono y parece consumirlo todo con gula, incluso al humano mismo. Alaban a su Rey (Jun Kunimura, Dave Bautista), a quien llaman también Duche, en referencia a Mussolini y su régimen fascista.
De la misma forma, los pelícanos (Kaoru Kobayashi, Willem Dafoe) aparecen como otra amenaza, desalmados a la hora de atacar a los Warawara. Pero es testimonio de la maduración de Mahito cómo el chico se interpone en el conflicto, comprendiendo que estas aves son otras víctimas de la inestabilidad del mundo en el que están atrapados y su Tío Abuelo ya no puede controlar.
La manera en que la película marca la división entre estos universos es muy sencilla y las aves son parte fundamental de la misma, ya que grandes cantidades de su excremento manchan sus alrededores cada vez que estos pájaros se encuentran en el mundo real. Es un motivo simple y claro que esconde un mensaje acorde a la profunda necesidad que Miyazaki tiene por representar la complejidad de la naturaleza en sus obras.
Tan solo hay que considerar el peso de la decisión que toma Mahito al negarse a tener este mundo mágico e impoluto bajo su responsabilidad. Independientemente de lo sucio y cruel que pueda resultar el mundo de los hombres, muchos de estos dedicados a matarse entre sí, el niño sabe que solo en su hogar va a encontrar el amor de su nueva familia. Como un péndulo, Mahito aprende de su madre que el dolor es parte inevitable de una vida plena y llena de alegrías. Simbólicamente, deja morir al pasado para permitir que su futura nazca.
Mirar adentro para seguir adelante
El último largometraje de Miyazaki muy posiblemente le signifique su segundo Oscar, ya que una vez más hace honor a la noción a que su nombre es sinónimo de maestría. Dibujada en su totalidad a mano, es un oasis de virtuosismo artesanal dentro de una industria que solo parece llegar al cine cuando su estética es digital. Joe Hisaishi entrega una de las mejores bandas de sonido en el que ya es un destacado historial de colaboraciones con el Studio Ghibli.
A nivel narrativo, puede resultar un poco cargada por las varias subtramas que van apareciendo, en lo que puede parecer casi aleatorio. Pero este es resultado de los mecanismos de trabajo tan particulares de su director, quien se niega a escribir un guion y en su lugar va realizando storyboards incluso con la película ya en etapas finales de producción. Según el, las palabras no alcanzan para abarcar lo que quiere transmitir, siendo las imágenes y las emociones aquello que toma mayor importancia.
A pesar de esa sensación de desorden, con el correr del metraje se va cerrando una historia concisa, en donde la vida y la muerte son las metáforas más claras para hablar de ese tipo de apego que nos paraliza ya sea por miedo o por el dolor. Es al dejar ir a nuestros afectos o hasta nuestras ideas en donde encontramos un renacer, la capacidad de continuar. Pero es con el pasar de los créditos, cuando digerimos lo que presenciamos y comenzamos a apreciar el subtexto en donde la película realmente florece.
Desde su carácter introspectivo, simbólico o hasta histórico por como representa la relación entre Japón y Occidente en ese periodo, son sus múltiples lecturas la que la coronan como una de las más complejas obras del estudio. El chico y la garza no solo resulta ser el trabajo más autobiográfico del director, sino que también es su obra más sincera.
“¿Y ustedes cómo viven?”, nos pregunta Miyazaki luego de mostrarnos lo que fue su recorrido, su infancia, el labor de su vida y sus reflexiones en el ocaso de sus días. Es en el anciano en que se vulnera, compartiendo sus miedos y preocupaciones respecto a aquello por lo que será recordado. Consta de la valentía de un niño para abrir su corazón y mostrarnos antiguas heridas que puede que con los años hayan cicatrizado, pero que lleva tan a flor de piel que no pudo evitar representarlas en los trazos de sus lápices.
La coda parece traerlo a un presente, ya en paz con sus decisiones y con lo que estar por venir. Tal como ese libro que alguna vez lo inspiró, puede que nos guie a nuestra propia torre para que nos preguntemos: ¿Cómo vivimos?
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