En la vida de todo adolescente hay un momento de despertar sexual. Para muchas chicas (y no pocos chicos, me atrevería a decir), ese despertar vino de la mano (literalmente) de Orgullo y Prejuicio (2005), en una escena que desde entonces ha sido replicada e inmortalizada en memes y gifs.
Mr. Darcy, interpretado por Matthew Macfadyen, toma la mano de Lizzie (Keira Knightley) para ayudarla a subir a su carruaje y, tras soltarla, la cámara se enfoca en su mano y podemos ver una flexión de medio segundo que encapsula el deseo y el anhelo de un modo tan efectivo que marcó a una generación.
Cuando vi Orgullo y Prejuicio, yo ya estaba enamorada de Darcy, pero sin conocerlo. Ya en ese entonces consideraba a Bridget Jones como una de mis deidades personales y su propio Darcy (el qué hombre de mi vida, Colin Firth) ya poblaba todas mis fantasías (y lo seguiría haciendo hasta el día de hoy).
Esta reimaginación moderna del clásico de Austen había logrado actualizar la figura del hombre de la Regencia y, en el proceso, destruyó mis expectativas para los hombres por el resto de mi vida.
Los noventa habían sido testigos del comienzo de la explosión de adaptaciones modernas de clásicos literarios en formato de peli adolescente o comedia romántica, con Clueless (1995) y 10 Things I Hate About You (1999) como menciones honorables.
Durante la primera década de los 2000, esta tendencia no solo seguiría en ascenso, sino que se le sumaría una nueva oleada de adaptaciones de la obra de Jane Austen. Poco tiempo después, la era de la Regencia sería dejada de lado en pos de adaptaciones de otros períodos históricos, pero permanecería por siempre asociada al romance, lista para resurgir eventualmente.
¿De qué hablamos cuando hablamos de “la Regencia”?
La Regencia es un período de la historia de Inglaterra que abarca los años en que George IV ejerció el poder en nombre de su padre, el rey George III (sí, el de Hamilton, pero también el de Queen Charlotte), a quien el Parlamento inglés había declarado incapaz de gobernar.
Aunque en términos amplios es considerado como el período entre los años 1795 y 1835, la Regencia oficial solo duró entre 1811 y 1820, y significó un momento de cierta prosperidad para las clases altas de Inglaterra, en el que florecieron las artes y la cultura. Es durante estos años que comienza el Romanticismo, se agudiza la Revolución Industrial y se publican las obras de Jane Austen.
La Regencia es también un período que ha despertado el interés de lo que es conocido como Romancelandia, el mundillo de la literatura romántica y erótica. Autores y lectores se enamoren, sufren y fantasean con un universo aristocrático superpoblado de duques sensuales y vizcondes sensibles, en el que el amor puede encontrarse en una mirada intercambiada de una punta a la otra de un salón de baile.
Es difícil comprender la fascinación por un período histórico en el que el rol de la mujer estaba absolutamente subordinado al hogar, los matrimonios se decidían por conveniencia y la Revolución Industrial empujaba a la pobreza a grandes sectores de la población. Quizás es aún más extraño pensar en cómo la literatura erótica romantiza un momento en el que el deseo femenino estaba ausente, tanto dentro como fuera de la habitación.
¿Por qué entonces nos seguimos enamorando de los hombres de la Regencia? La respuesta no es única ni certera. La literatura de Austen ha inmortalizado un modelo de mujer independiente que va contra las reglas establecidas de una sociedad que la quiere sumisa y entregada al mercado matrimonial. Y lo hace con amor por los libros y el conocimiento y sin miedo a rechazar los mejores prospectos.
Y como contrapartida, nos presenta a un héroe hecho a su medida, que -en contra de su propio sentido común- se enamora de ella y lo declara elocuentemente bajo la lluvia. Es decir, no es menor el hecho de que este sea el período que vio nacer a Mr. Darcy y Lizzie Bennet. Orgullo y Prejuicio fue editado en 1813, el año en el que -no casualmente, seguramente- se desarrolla el primer libro (y primera temporada) de la saga de Julia Quinn que tan hábilmente llevó Netflix a la pantalla: Bridgerton (2020-).
Pero esta influencia no es suficiente para explicar la fijación de Quinn y tantas otras autoras en el período. No debemos despreciar con liviandad la atracción que generan los suntuosos bailes en hermosos salones y jardines, los vestidos, peinados y joyas. Este momento de esplendor de la aristocracia nos permite recrearnos en el lujo, el arte y las riquezas de nuestros protagonistas.
Para un público viviendo vidas corrientes y trabajos ordinarios, el escapismo visual que proponen no es menor. Ni tampoco lo es la idea de hombres y mujeres con el tiempo y los recursos para perder en largos cortejos y apasionadas escapadas románticas.
La Regencia nos permite imaginarnos en un mundo en el que el estrés del mundo moderno se ve apabullado ante los sentimientos desbordados de un conde declarándonos su amor y llevándonos a vivir a su mansión en la que nunca jamás tendremos que volver a responder un mail de la oficina a las diez de la noche o corregir un examen más.
Finalmente -y yo diría que sobre todo- las rígidas reglas sociales del momento histórico establecen el marco perfecto para el erotismo. No hay “slow burn” moderno que pueda competir con el ardoroso intercambio de miradas de dos personajes que saben que no pueden concretar su deseo sin poner a prueba su honor, la reputación de su familia o hasta su vida.
Sin la posibilidad de una relación pasajera o un divorcio, es mucho más lo que está en juego. Estos personajes no pueden tomar ninguna decisión a la ligera y, en muchos casos, se ven consumidos por un deseo que crece hasta el clímax (en el sentido más explícito posible) cuando finalmente nuestros protagonistas logran, indefectiblemente, alcanzar su final feliz (no pun intended).
La novela romántica o erótica es y siempre ha sido un espacio predominantemente femenino, en el que las mujeres pueden fantasear con hombres viriles y apasionados que además respetan sus deseos y buscan complacerlos. Como si esto no fuese suficientemente anacrónico, los últimos años han traído una renovación en el género, que ha comenzando a jugar con la idea de duques asiáticos, vizcondes homosexuales, reinas negras. La Regencia ha dejado de ser un período de la historia inglesa para convertirse en el escenario de nuestras fantasías, y parece que tiene suficiente lugar para todos.
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