La obra Alzada, de Jazmín Villapún, irrumpe en la escena teatral del circuito independiente con un retrato descarnado de la familia, la humillación y la necesidad de validación que atraviesa a toda una generación.
Bajo la apariencia de un unipersonal de comedia negra familiar, el texto desnuda las heridas íntimas de una mujer de casi 30 años que, frente al peso de las comparaciones, los mandatos sociales y la violencia simbólica, se refugia en fantasías de éxito.
La pieza instala un universo reconocible: una cena de Año Nuevo donde Rosario, la anfitriona, intenta desesperadamente ganarse la aceptación de su familia. Lo que sigue es una sucesión de confesiones, recuerdos y planes que bordean lo delirante y lo trágico, con un humor corrosivo que arranca carcajadas incómodas.

Una dirección decidida y contundente
Ileana Jaciw, la directora de este unipersonal, apuesta a un tono minimalista pero cargado de recursos actorales.
El escenario se convierte en un campo de batalla emocional donde los recuerdos de Rosario se mezclan con canciones absurdas, flashbacks grotescos y escenas que rozan la alucinación. La dirección entiende que el material necesita dinamismo y contraste: momentos de carcajada estallan junto a silencios densos, casi insoportables.
El corazón de la obra está en la actuación de quien encarna a Rosario: Jazmín Villapún. Es tanto la intérprete como la dramaturga y tal vez por eso se le hace tan fácil pasar en segundos de la comedia física al drama descarnado. Su construcción es tan potente que el espectador se mueve entre la empatía y el rechazo: Rosario es patética y monstruosa a la vez, una heroína trágica disfrazada de pariente incómoda. El elenco que rodea al personaje logra balancear con naturalidad la sátira familiar, dando vida a tías, primas y recuerdos que cualquiera podría reconocer en su propia mesa de fin de año.

Crecer buscando aprobación
Lo que parece un grotesco de sobremesa se convierte en un espejo generacional. Los millennials –la primera camada que vivió la adolescencia bajo el escrutinio constante de la mirada ajena, entre realities, ídolos juveniles y la lógica de los “likes”– encuentran en Rosario una voz incómoda y dolorosamente cercana. Ella es “la prima opacada”, la que no cumple con los estándares de belleza, la que se queda fuera del centro de la escena, pero que se aferra a la ilusión de que, con suficiente esfuerzo y disimulo, finalmente podrá ser aceptada.
Villapún explora con un pulso brutal el modo en que los vínculos familiares, lejos de ser refugio, muchas veces se convierten en el primer campo de batalla para nuestra autoestima. La protagonista no busca el amor romántico en primer lugar, sino algo más urgente: el derecho a ser reconocida, a no ser el chiste fácil de la mesa.
En esa tensión, la obra desnuda la paradoja millennial: hijos de la meritocracia que crecieron entre crisis económicas, tías opinólogas y la imposibilidad de estar “a la altura”, que cargan con la presión de “ser alguien” y al mismo tiempo con la sospecha de nunca ser suficientes.

Alzada interpela porque se mueve en ese límite difuso entre lo patético y lo monstruoso, y porque entiende que la necesidad de aprobación puede convertirse en una adicción corrosiva. El humor grotesco, las canciones absurdas y las fantasías violentas de Rosario no son simples excesos teatrales: son la puesta en escena de lo que muchos callan, de esa frustración acumulada en una generación atravesada por la precariedad, la comparación constante y la nostalgia de un lugar que nunca llega a ocupar.
El teatro joven e independiente resiste
Lo interesante de la Alzada es que, más allá del humor grotesco, habla directamente a una generación. Los millennials encuentran en Rosario la representación de sus inseguridades más íntimas: la necesidad de aprobación, el peso de las comparaciones familiares, el mandato de “ser alguien” y el miedo constante a no estar a la altura. La obra transforma esas tensiones en teatro crudo y feroz, donde la risa se mezcla con la incomodidad.
Alzada confirma que el teatro independiente porteño sigue siendo el espacio donde se experimenta con lenguajes capaces de dialogar con la sensibilidad actual. Una obra que incomoda, divierte y deja resonando la pregunta: ¿hasta dónde estamos dispuestos a llegar para sentirnos aceptados?

La obra es una radiografía de la vulnerabilidad millennial, un espejo distorsionado que, entre risas y escalofríos, devuelve una pregunta urgente: ¿qué estamos dispuestos a inventar, sacrificar o incluso destruir con tal de sentirnos validados?
Pueden encontrarla en Instagram como @alzadaobra y en cartelera los viernes de agosto a las 22 horas en el teatro “El vitral”: Rodriguez Peña 344, en el corazón de la mítica Av. Corrientes.
Me encanta la descripción, avisen cuando la vuelvan a llevar a El Vitral porque quisiera verla. Pero creo que todas las generaciones nos vamos a sentir identificadas, porque más allá de que los millenials están más expuestos por las redes sociales y todas las exigencias y los mandatos sociales son más públicos me sobran los dedos de las manos para contar las personas que nunca me dijeron que necesitaron la aprobación de sus familias o sus amigos. Así que creo que si es como la describen la obra trspasa generaciones.