Durante décadas, el universo Alien ha estado dominado por las criaturas que le dieron su nombre, los xenomorfos. Sin embargo, Alien: Earth (2025-) rompe con esa tradición de forma consciente. Esta nueva entrega decide mirar hacia otro lado y centra su atención en figuras que siempre estuvieron en el fondo: los androides.
La serie no busca repetir el terror visceral y biológico que caracterizó a las películas más icónicas de la saga, sino que se propone explorar una amenaza mucho más sutil, más inquietante y profundamente humana: la inteligencia artificial y sus implicaciones morales.
A diferencia de los relatos anteriores, que se regodeaban en la sangre y el suspense, aquí lo que importa es la identidad. O más bien, la falta de ella. En esta historia, los androides no son solo acompañantes mecánicos; se transforman en el eje del conflicto. Se les observa como espejos deformados del presente.

Porque sí, la serie habla de un futuro lejano, pero en realidad se está refiriendo al ahora. Con más preguntas que respuestas, el relato se aleja del instinto de supervivencia y se enfoca en las estructuras de poder corporativo, la manipulación tecnológica y las grietas de la condición humana. Esto no es una historia sobre monstruos: es una historia sobre lo que se crea cuando dejamos de serlo.
Una nueva mirada
En vez de insistir en los horrores ya conocidos, Alien: Earth gira el volante y se lanza por otro camino: el de la inteligencia sintética y su relación con el poder. No hay obsesión por mostrar criaturas letales acechando en la oscuridad; lo que interesa es el avance silencioso de una tecnología que ya no parece tener freno. En este nuevo enfoque, lo más escalofriante no son los aliens, sino lo que las corporaciones humanas deciden hacer con la vida y la muerte.
Así, los androides se convierten en protagonistas absolutos. La historia arranca con dos eventos simultáneos que sirven de catalizadores: por un lado, una nave se estrella en la Tierra, liberando una colección de formas de vida extraterrestre en medio de una humanidad desprevenida. Por otro, una empresa rival de la mítica Weyland-Yutani, llamada Prodigy, logra un avance espeluznante: híbridos humanoides construidos a partir de tecnología sintética e identidades humanas.

Ambas tramas se entrecruzan cuando estos seres modificados son enviados a investigar el accidente. Pero lo que parece un relato sobre invasión alienígena rápidamente revela su verdadera naturaleza: una fábula oscura sobre la pérdida de lo que nos hace humanos. El miedo ya no viene del espacio. Está fabricado en casa.
Una distopia total
La serie plantea un universo corporativo donde las empresas ya no se comportan como empresas, sino como imperios. Prodigy y Weyland-Yutani son más que competidoras: son entidades con ejércitos, territorios, y agendas geopolíticas. Es dentro de este contexto que surge una idea perturbadora: no basta con fabricar androides. La nueva frontera es implantar en ellos una conciencia humana, reciclada de cuerpos enfermos, principalmente niños terminales.

Esto no es ciencia ficción sin consecuencias: es explotación con bata blanca y logo de laboratorio. La serie no se detiene a explicar cada paso tecnológico. Lo que le interesa es el trasfondo ético, el mercado emergente que transforma la muerte en oportunidad empresarial. La estética urbana de la producción, rodada en Bangkok, ofrece un escenario caótico pero fascinante: una jungla de neón donde la identidad ya no se reconoce en el rostro.
Este mundo recuerda tanto al de Blade Runner como al de la saga Alien, y la influencia de Ridley Scott se siente, pero Earth tiene agenda propia. No copia. Expande. En vez de preguntarse qué hay allá afuera, cuestiona qué estamos dispuestos a hacer aquí adentro. Y eso, en sí mismo, es más inquietante que cualquier criatura que se arrastre por los conductos de ventilación.
Nuevos personajes para una historia inquietante
La protagonista, Wendy (Sydney Chandler) no es una heroína al uso. No está motivada por la venganza ni por salvar al mundo, sino por la necesidad de entenderse. Como primera híbrida humano-sintética, lleva dentro de sí algo más que cables y recuerdos. Su identidad está suspendida entre dos estados: ya no es completamente humana, pero tampoco es una máquina obediente. Nombrada como un personaje de Peter Pan, su bautizo es el primero de muchos detalles que transforman a esta historia en una versión siniestra del País de Nunca Jamás.

Los demás híbridos adoptan nombres de los Niños Perdidos, y el excéntrico creador de todo el proyecto, Kavalier (Samuel Blenkin), representa un Peter adulto, rico y peligrosamente irresponsable. En medio de esta metáfora, lo infantil se mezcla con lo trágico. Porque estos seres no tienen infancia, pero se comportan como si la recordaran; no tienen alma, pero la imitan.
Wendy no es como Ripley. No lucha contra un enemigo exterior, sino contra la desorientación de saberse algo nuevo, indescifrable. La actuación de Sydney Chandler es sutil, a veces tierna, a veces brutal. Y la serie se apoya en ella como si su misma existencia fuera el misterio central: ¿puede una conciencia sobrevivir a su propio cuerpo?
Una novedosa mirada sobre la ciencia ficción
Desde sus primeros minutos, Alien: Earth deja claro que no tiene interés en repetir fórmulas. Los homenajes al pasado están presentes, pero no distraen. Por ejemplo, cuando vemos al oficial Morrow encerrarse en una sala de control tras una escena de convivencia entre tripulantes, es imposible no pensar en las situaciones clásicas de la saga. Pero en lugar de regodearse en lo conocido, la serie usa estos momentos como puntos de partida.

Rechaza el misterio en torno al ciclo de los xenomorfos, conciente de que el público ya se lo sabe de memoria. En su lugar, nos entrega un episodio a mitad de temporada que sí homenajea el terror clásico del espacio, pero con aire de trámite: casi como si el creador, Noah Hawley, dijera “esto también te lo doy, pero no es lo que más me importa”.
El título del episodio lo dice todo: “En el espacio, nadie…” deja en suspenso una frase que ya es marca registrada. No hace falta completarla. Es un gesto de complicidad. Y al mismo tiempo, una declaración: esta historia, aunque ambientada en el mismo universo, tiene otra prioridad. Y esa prioridad no se arrastra por los ductos: camina en dos patas, con la mirada perdida y preguntas imposibles en la cabeza.
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