La sombra de Anakin (Hayden Christensen) sigue siendo alargada en Ahsoka (2023), mucho más en el capítulo séptimo y penúltimo de temporada, en el que se matiza una dimensión desconocida del personaje. Un buen maestro, que dejó cintas holográficas para su Padawan (Rosario Dawson) y que, además, resuena en la memoria del Gran Almirante Thrawn (Lars Mikkelsen).
Pero con su nuevo episodio, llega, ahora sí, la pregunta inevitable de una temporada enfocada en reunificar el canon de Star Wars (tanto el televisivo como el cinematográfico) en uno solo. ¿Es Ahsoka algo más que una continuación de Star Wars: Rebels o tiene la posibilidad de extenderse hacia nuevas regiones?
No es sencillo analizar algo semejante en una serie que se enfoca de manera deliberada, directa y sin disimulo alguno, hacia la nostalgia. Como la aparición de C-3PO como portavoz de una ausente Leia Organa (Carrie Fisher en el cine), durante la deliberación militar acerca del futuro de Hera Syndulla (Mary Elizabeth Winstead). El personaje, disminuido a una simple conexión con el apartado político de la producción, se enfrentó a su posible destitución en la secuencia más deslucida del episodio. Lo que hace de la llegada oportuna del clásico droide y de la mención de Leia, un recurso barato, que no llega incluso a guiño nostálgico. ¿Había una verdadera necesidad de restar interés e importancia a la imponente presencia de Mon Mothma (Genevieve O’Reilly) en mitad de una situación crítica?
El argumento de Dave Filoni sigue desdeñando cualquier intento de audacia en la historia, en favor de una conexión cada vez más artificial con la trilogía original. Tal pareciera que la producción es incapaz de sostenerse más allá de las referencias a las series animadas y el canon central. Ahsoka Tano, un secundario de lujo en la serie que lleva su nombre, aparece y desaparece no para realzar su travesía a otra galaxia, sino para recordar que Anakin tomó la precaución de dejar información que le sería de utilidad en un futuro incierto. Otro giro de tuerca de poco interés que convierte a la serie en una cápsula de nostalgia.
Los parajes inhóspitos de Peridea
De nuevo, son los mercenarios Baylan Skoll (Ray Stevenson) y su Padawan, Shin Hati (Ivanna Sakhno), los que ofrece los únicos momentos que indican que la serie tienen intenciones de abarcar algo más que conflictos conocidos y escenarios familiares. De hecho, la decisión del primero de abandonar a su protegida, para una misión no muy clara, sigue siendo el único misterio en una serie que carece de ellos. Resulta decepcionante que Ahsoka parezca tan predecible y construida a la medida para el lucimiento de personajes puntuales, sin mayor profundidad.
Por otro lado, las estrategias del Gran Almirante Thrawn son tan precisas y brillantes como para recordar a su versión animada. El personaje, que tuvo mayor lucimiento que en su capítulo de presentación, es una figura ominosa, que mide las fuerzas de sus enemigos con cuidado y un elaborado esquema de ventajas y problemas. Dave Filoni brindó mayor importancia al apartado intelectual del villano, permitiendo que su arco se desarrolle poco a poco y con elegancia. Algo que no puede decirse del resto del grupo de rebeldes reunidos en Peridea.
Para el penúltimo episodio, Sabine (Natasha Liu Bordizzo), Ezra (Eman Esfandi) y Ahsoka vuelven a estar juntos. Y también, finalmente, se da la reunión emocional que se echó de menos en el frío reencuentro de la semana anterior. Pero con todo, la serie sigue fallando en crear tensión o hacer más que transiciones de información que al parecer serán importantes a no tardar.
Entretanto, Filoni rellena los espacios con enfrentamientos con sable láser y frases artificiales poco profundas. Un problema que se enlaza con un posible final que lleve a un enfrentamiento total, que no sea otra cosa que una puerta abierta a otro evento mayor. Un problema que el universo Star Wars arrastra desde hace casi una década.
0 comentarios