Cuando Delia Owens escribió Where the Crawdads Sing (2018) estaba atravesando uno de los momentos más tristes de su vida. Tras regresar de un viaje a África, donde estuvo en contacto permanente con la naturaleza (y en diálogo consigo misma), se sumergió otra vez en el mundano ruido y empezó a experimentar la paradoja de sentirse más sola cuanto más rodeada de gente estaba. El viaje fue un proceso transformativo no solo por el aprendizaje sobre el reino animal (una constante en sus textos), sino también por lo que implicó estar a la deriva con sus pensamientos.
“Podemos integrar un grupo, pero la fuerza más extraordinaria la encontramos en lo más profundo de nosotros, en esa urgencia por sobrevivir, y la encontramos en la soledad. Luego, nos completamos y podemos reintegrarnos”, manifiesta en el prefacio de la edición deluxe de su aclamado bestseller.
La adaptación, producida por Hello Sunshine de Reese Witherspoon, escrita por Lucy Alibar y dirigida por Olivia Newman, llega el jueves 1° de septiembre a nuestras salas bajo el título La chica salvaje. En esa traducción, si bien adecuada en relación a la narrativa, nos perdemos dos ejes temáticos que aborda Owens.
Uno de ellos está ligado a la infancia. El otro, a la libertad. En la fusión de ambos reside el encanto del relato sobre la joven Kya Clark (interpretada en la película por la estrella de Normal People, Daisy Edgar-Jones), cuya historia comienza en 1952, cuando ella tenía seis años. Lo primero que percibe es el calor de la mañana que le ardía en el cuerpo y luego contempla el aliento que emana ese pantano que termina siendo su refugio.
También escucha a las crawdads, a esas langostas que le indican el camino a seguir. Es aquí donde Kya y Delia se cruzan. La escritora y zoóloga oriunda de Thomasville, Georgia, recibió un consejo de su madre cuando era muy pequeña que resultó inoxidable al paso del tiempo. “Sal, ve hacia allá… Ve hacia donde cantan las langostas”. El consejo fue aplicado y fue mutando. Esa niña paseaba descalza recolectando plumas de pájaros y protegiendo renacuajos y, en esa cotidianidad, sin que ella lo supiera entonces, fue naciendo su álter ego.
Libre como los pájaros, liviana como los suspiros
Cuando uno lee Where the Crawdads Sing, la humedad que se desprende del famoso pantano y los detalles que yacen en esa choza donde Kya se protege, le dan una tesitura a la obra de Owens que hace que sea muy fácil perderse en su clima. La autora parece implorarnos que, como ella misma y como Kya, salgamos al mundo descalzos para descubrir todo lo que tiene para ofrecernos, cuando las presiones no nos invaden y el tiempo no corre.
En este aspecto, su novela aporta mucho más que una revalorización de la naturaleza: resignifica el tiempo que se escurre entre las manos, entre la vorágine, entre lo viciado. Es por ello que su protagonista emerge como una figura prístina que, empujada por circunstancias desoladoras, construye un mundo con sus propias reglas y tiene una capacidad multisensorial que la vuelve única. Cuando su crecimiento (forzoso) en soledad colisiona indefectiblemente con la civilización (en este caso, en Carolina del Norte), Kya se retrae porque no conoce otro lenguaje y elige retornar a su idea de libertad.
En El barón rampante (1957) de Italo Calvino, el aristócrata Cosimo un día se encarama a la cima de un árbol y simplemente decide no bajar. “Aquellos primeros días de Cosimo en los árboles no tenían metas ni programas, sino que estaban dominados solo por el deseo de conocer y poseer aquel que ya era su reino”. La noción de que la naturaleza es protectora y que todo se ve distinto cuando uno se aposenta en ella es algo que la obra de Owens también trabaja desde un personaje tan curioso como Cosimo, pero menos comunicativo.
Kya logra plasmar su óptica intransferible a través del dibujo y de los poemas, y cuando encuentra una persona con quien compartir los pormenores de la vida pura, puede eventualmente conciliar dos universos. Sin embargo, Owens ya nos adelantaba algo cuando manifestaba su tristeza al trazar a este personaje. Su confesión era un presagio. Where the Crawdads Sing (2022) va hacia lo oscuro con un whodunnit que le quita cierta fuerza a los pasajes más líricos de su novela, los más perdurables.
A pesar de eso, nunca deja de ser libre. Ni su obra ni su protagonista. Ni lo que genera esa descripción de un entorno que, para otros, puede ser sinónimo de salvajismo y que para Kya es el espacio al que se entrega. La imagen de la joven remando, una que se repite en varios tramos del libro, resuena en la letra de “Carolina”, la canción compuesta por Taylor Swift para la película, con producción de Aaron Dessner. Ambos la grabaron en paralelo a los discos Folklore (2020) y Evermore (2020) y con instrumentos de los ’50 para replicar la atmósfera del libro y acoplarse, a modo de eco que se prolonga en lo etéreo, un final indeleble donde cobra fuerza lo que siempre estuvo latente.
Kya y la naturaleza son cómplices hasta el final y no existe otro lazo más perenne. Otra mejor compañía en la soledad.
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