Entre el inicio de la escritura de sus primeros capítulos hasta (años después) su punto final, Persuasión (1818) fue una novela que creció a la par de Jane Austen, mientras su autora atravesaba la peor tormenta: la enfermedad que acabó con su vida el 18 de julio de 1817. Si bien puede ligarse la naturaleza introspectiva de su obra póstuma con la cotidianidad de su autora, Sanditon, su novela inacabada, viene a desmentir un poco esa teoría con una Austen más mordaz que nunca, reminiscente a la de Emma (1815) y Lady Susan (escrita en 1793, editada póstumamente y con una gran adaptación de Whit Stillman, Love & Friendship) y ya alejada de su texto más maduro y, en simultáneo, uno de los más difíciles de adaptar.
En Persuasión, la historia y el marco que la contiene se entrelanzan en perfecta armonía. La última heroína de Jane -la de mayor edad de toda su obra, 27 años-, la inolvidable Anne Elliot, atraviesa dos duelos. La muerte de su madre la deja en un estado de indefensión, especialmente cuando es considerada “la solterona” de la familia y es desestimada por su padre, Sir Walter Elliot. El otro duelo con el que carga es la separación autoimpuesta del amor de su vida, el capitán Frederick Wentworth, a quien le rompe el corazón cuando se deja persuadir por su entorno. A la joven le dicen que el rango de su enamorado no está a la altura del de su familia, tópico frecuente en la obra de Austen mediante el cual la autora pudo esbozar sus críticas sociales, con mayor o menor uso de la sátira (lo que hace a Northanger Abbey, su obra paródica de las novelas góticas, su texto más incomprendido).
Al dejar perecer ese vínculo en su juventud, el mundo interior de Anne cobra vida, con una combinación de nostalgia y sarcasmo: “She began to reason with herself and try to be feeling less” (“no tardó en empezar a razonar consigo misma y en procurar controlar sus sentimientos”, en su traducción al español).
El reencuentro con Wentworth y, sobre todo, ese momento confesional entre ambos que se produce en Lyme Regis, es un ejemplo brillante del valor que le otorgaba Austen al contexto. Aunque gran parte del relato transcurre en la parte rural de Somerset, es en Bath y en la citada Lyme donde uno termina de comprender cabalmente lo fusionada que está esa relación con el escenario en el que se va reconstruyendo. Anne y Frederick parecen estar solos en el mundo, con la naturaleza como único testigo de sus acercamientos sin premura, otro sello de Austen que magnifica la más pequeña de las acciones. Esa añoranza que tenía la autora por Bath y, quizá, por ese oficial naval que murió antes de poder casarse con ella, le imprimen a Persuasión una melancolía que la adaptación de 1995 de Roger Michell (con Ciarán Hinds y Amanda Root como protagonistas) supo captar a través de gestos casi imperceptibles, como ese roce de manos que nos remite a los de Orgullo y prejuicio (1813).
La Anne Elliot millennial que nadie pidió
Este viernes, Netflix incorporó a su plataforma una nueva traspolación de la última novela de Austen, con dirección de la debutante Carrie Cracknell (realizadora que viene del mundo teatral), guion de Ron Bass y Alice Victoria Winslow, y el protagónico de Dakota Johnson. Se trata de una película fallida en todo aspecto, comenzando por un guion que se cree novedoso por modernizar una obra que, paradójicamente, ha demostrado ser transgeneracional. Esa decisión se vuelve aún más vetusta cuando uno recuerda las adaptaciones libres de Emma, desde Clueless (1995) hasta la película homónima de Autumn de Wilde de 2020, la brújula de Cracknell y compañía; o bien las de Orgullo y prejuicio, como la de Joe Wright (2005), o las ambientadas en el siglo XXI, desde El diario de Bridget Jones (2001) a Fire Island (2022, disponible en Star+) con su bienvenido abordaje queer.
Ese duelo de Anne aquí se reduce a planos de Johnson (intérprete carismática, pero no en este caso) mirando a cámara cada vez que dice -o le dicen- algo que busca compartir con la audiencia. El recurso de romper la cuarta pared no nació con Fleabag (2016-2019), pero sí fue revitalizado por Phoebe Waller-Bridge, una comediante extraordinaria a la que no se debería intentar emular en el corto plazo. Sin embargo, Cracknell cree que es la herramienta más asertiva para que uno conozca a Anne, una de las heroínas más famosas de la literatura de todos los tiempos. Y allí encontramos otro problema. La directora y los guionistas no le faltan el respeto a Austen por introducir guiños cancheros propios de una heroína millennial: le faltan el respeto por no creer que su obra es lo suficientemente buena, que tienen que romperla y hacer algo “diferente”. Ni un homenaje ni una relectura. Persuasión no tiene alma, no tiene vida, no tiene esa cuota de fragilidad que sacaban a la luz Anne y Frederick (Cosmo Jarvis, para el olvido) cada vez que se acercaban. Persuasión podrá “venderse” como otra traspolación de una obra de Austen, pero no hay nada de su autora en ella.
La incomprensión de lo significativa que es la novela la notamos, en la película, en su climax: la secuencia de la famosa carta que Frederick le escribe a Anne. Ese estado oscilante entre la agonía y la esperanza que expresa el joven en su descargo epistolar aquí lo conocemos porque Johnson lee la misiva mirando a cámara sin un atisbo de sutileza, otro rasgo del que Persuasión se pudo haber beneficiado. Por lo tanto, la indignación que genera esta adaptación excede el uso de frases anacrónicas (que compran su propio hype y que no resisten análisis) o la “inspiración” en Fleabag (o en Jim de The Office, si vamos al caso). Su traspié es mucho más evidente e imperdonable, Como ya dijimos: en Persuasión no está Jane Austen.
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