Si algo ha distinguido hasta ahora a la franquicia A Quiet Place, ha sido su capacidad de ir de menos a más. En especial, al utilizar la precariedad de recursos a su favor.
La primera cinta, estrenada en 2017, probó la idea de hacer inmersiva la experiencia terrorífica. Esto, al contar la historia de una familia que debía salvar la vida en medio de una invasión alienígena de la que se daban pocos detalles, manteniéndose en silencio.
Podía parecer una premisa simple, hasta que la película expresaba todo el horror que implicaba producir cualquier sonido. El director y guionista John Krasinski logró profundizar en una atmósfera claustrofóbica que no necesitaba de grandes efectos especiales para aterrorizar. Lo que convirtió a la cinta en un triunfo considerable.
Para 2021, la segunda parte probó aumentar la apuesta, explorando en el universo que planteó anteriormente. Por lo que mostraba — al menos, de manera sesgada — los primeros momentos de la tragedia global que acabó con la población mundial huyendo de criaturas violentas y despiadadas.
Menos efectiva que la anterior, de nuevo su director John Krasinski intentó explorar la fórmula con más personajes y varias tragedias conectadas entre sí. La cinta tuvo éxito en evitar volverse repetitiva, pero dejó claro que nuevos recorridos por el mundo cinematográfico de la saga, probablemente podían caer en el error de usar sus clichés favoritos en detrimento de su solidez.
Por lo que A Quiet Place: Day One (2024) se enfrentaba a dos retos. Por un lado, justificar su existencia. ¿Era necesario contar el inicio o un nuevo ángulo de la tragedia, cuando su premisa no se basa en ser creíble o dirigir a un punto en concreto?
Por el otro, ser todo lo sólida que podría esperarse del comienzo mismo de una historia que se ha narrado evitando exagerar o trivializar el dolor de sus personajes. Pero, de hecho, la cinta — que escribe y dirige Michael Sarnoski, en sustitución de Krasinski, que esta vez, produce — toma en consideración todo lo anterior.
Es por este motivo que explora, con habilidad, en dos personajes entrañables, que luchan no solo contra los alienígenas de oído supersónico, sino por su vida. Un matiz específico que convierte la cinta en algo más que una simple película de terror.
Grandes decisiones en una obra pequeña
Que lo es y en muchos puntos más efectiva que las anteriores. En especial porque el director (de Pig, con Nicolas Cage), transforma el ataque de las criaturas, en un trasfondo. No les resta contexto e importancia — en otras palabras, no las convierte en decorado agresivo y sangriento — sino que las hace más sustanciosas en la propia mitología de la saga.
Esta vez, los atacantes tienen un ritmo, su propia red de mente de colmena e incluso, se vinculan entre sí como una especie de manada terrorífica dispuesta a atacar a la menor provocación. Al otro lado se encuentra la paciente terminal de cáncer Samira (Lupita Nyong’o, con un gato entre los brazos a lo Ellen Ripley) y Eric (Joseph Quinn).
Juntos atraviesan una Nueva York de una hermosura tétrica y trágica, entre todo tipo de situaciones espantosas y angustiosas. De hecho, uno de los puntos más altos de la película es que casi todas sus escenas son set pieces de terror, que logran su propia tensión a base de un correcto uso de la atmósfera y de la precisión en sonido y apartado visual.
Pero más allá de eso, esta precuela -que evita como puede convertirse en una caja de instrucciones de un universo mayor- analiza con cuidado todo lo que se refiere a la búsqueda de la vida, la supervivencia, el amor e incluso, plantea la aceptación de la muerte.
El guion es sorprendentemente denso -en el buen sentido- y es más osado que el de las otras entregas en analizar lo que en realidad mueve a cualquiera a sobrevivir en una situación de desastre.
Dejando atrás cualquier parecido con una disaster movie genérica — que podría emparentarla con la saga Cloverfield que fue de más a menos — A Quiet Place: Day One es generosa en referencias. Pero muy precisa en los temas que plantea al subtexto de sus escenas de explosiones y horrores — atención a la que ocurre en el metro, capaz de traumatizar incluso al público más curtido — y que la sostienen como un músculo vivo.
A Quiet Place: Day One no presenta -ni quiere hacerlo- una versión más cara, grande o exagerada sobre las películas previas. Antes que eso, maneja todos los datos — que incluyen cameos a su propia saga y metarreferencias — desde un punto de vista más sensible, cruel y en el mejor de los casos, audaz.
Lo que la lleva a un final que será recordado, no solo en la franquicia a la que pertenece — que ya sería suficiente — sino también, dentro del género del terror. Al final, todos luchamos por mantener vivo lo que nos hace humanos. El profundo y sensible mensaje de una película que pudo haber apelado a monstruos y decidió hacerlo al corazón.
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