El Cine no nació hace 50 años, eso es un hecho. Sólo hace falta googlear de manera simple para confirmar que eso sucedió hace ya 130 años de la mano de los hermanos Lumière. Pero lo que sucedió hace 50 años fue el estreno de una película que cambió el cine moderno. Y eso también es un hecho.
Exactamente un 20 de Junio de 1975 llegaba a los cines Tiburón (Jaws, 1975) la película que hizo de Steven Spielberg una figura emblemática del séptimo arte, al mismo tiempo que forzaba a la industria a inventar una nueva definición para tratar de explicar su éxito: el blockbuster, una expresión nacida de contemplar las filas y filas de personas esperando su turno para entrar a una sala oscura para ver la historia de un escualo que siembra el terror en una pequeña isla veraniega en la costa este norteamericana.

Pero ¿por qué 50 años después Tiburón sigue siendo una película tan relevante a nivel cinematográfico? ¿Y a nivel cultural?¿Qué la diferencia de otras grandes películas que también llegaron a las cinco décadas de vida? Tal vez sean demasiadas preguntas para una sola nota, pero voy a hacer mi mejor esfuerzo por cubrir todo de la forma más sintética posible… o tal vez no tanto.
La gran bestia pop
La historia de Tiburón es una historia llena de lo que en inglés se suele llamar happy accidents, o accidentes afortunados si prefieren. Desde la adaptación de una novela que de pura casualidad llama la atención de Spielberg por su título, pasando por un rodaje en locación que enfurecía a los residentes, hasta la estrella mecánica de la película con pánico escénico. Sumado a un equipo técnico y elenco al borde del colapso dentro de una producción que triplicó sus días de rodaje y su presupuesto, estando siempre al borde de la cancelación.

Pero contra todo pronóstico, cada paso en falso a nivel producción ayudó a hacer una mejor película. El tiburón mecánico -que en el corte final aparece en pantalla apenas 4 minutos- y sus constantes fallas obligaron a Spielberg a replantear todo lo que tenía planificado, forzándolo in situ a buscar formas creativas de “mostrar” al tiburón sin mostrarlo, de convertirlo en una presencia amenazante incluso sin que el público lo viese en pantalla.
Y lo que se suponía iba a ser una monster movie del montón, a la par de Godzilla o King Kong, de golpe se convierte en una clase de suspenso de corte hitchcockiana. Y acá es donde el Spielberg cineasta entra en modo leyenda y hace uso de sus marcas de autor incluso en un momento de su propia historia en la que aún nadie las reconocía como tales.

Las interminables esperas ya sean a causa de las hoy míticas fallas mecánicas, el impredecible clima en mar abierto o las trabas burocráticas impuestas por las autoridades locales permitieron tiempos muertos que ofrecieron la posibilidad, entre otras cosas, de seguir puliendo un guion que ya había pasado por varias manos y seguía reescribiéndose incluso horas antes de rodar una escena.
También le permitió al elenco más tiempo para conectar entre sí y con sus respectivos personajes. Muchos de los diálogos que hoy siguen siendo citados incluso por gente que nunca vio la película -empezando por el clásico “Vamos a necesitar un barco más grande“- nacieron de ese tiempo extra proporcionado por todo tipo de demoras que obligaron a pensar cada pequeño contratiempo por fuera de los patrones normales de un típico rodaje hollywoodense.

Pero para que una película logre tener el impacto que tuvo Tiburón en el público, tiene que haber algo más. No se trata solo de un director en total estado de gracia, un monstruo amenazante que casi no vemos o una producción preparada para cualquier inconveniente. Hay que pensar en algo todavía más elemental, algo vital para que cualquier película sea un éxito: una buena historia.
Y Tiburón -más allá del escualo protagonista, la sangre o el terror- es la historia de un hombre común contra una amenaza que parece inconmensurable. En una historia llena de personajes entrañables, el núcleo de todo es el Jefe Brody interpretado por Roy Scheider. El flamante jefe de policía de la isla ficticia de Amity que viene de la gran cuidad y le tiene pavor al agua… ¿Cómo puede un hombre con miedo al agua hacerle frente al depredador más letal del océano?

Así se convierte en el hombre con herramientas comunes que tiene que enfrentarse a un gran problema. Esa cualidad de everyday man de Brody lo vuelven totalmente identificable por parte de cualquier persona que alguna vez tuvo que lidiar con un problema que lo sobrepasaba. Sin importar que vivas en New York, Buenos Aires, Tokio o Nueva Delhi esa es una sensación universal. De hecho el cine de Spielberg de los 70s y 80s está lleno de este tipo de personajes centrales, tipos ordinarios enfrentados a situaciones extraordinarias.
Un legado indeleble
Se suele definir a Tiburón como una película de terror o suspenso. Para mí lejos está de ser una película estrictamente de terror, ya que si nos ponemos finos no hay ningún elemento fantástico o fuera de lo común como suele haber dentro de este género. Todo lo que sucede son hechos que -tal vez algo exagerados- bien podrían suceder en el mundo real. Por cierto, uno de sus atractivos principales.
Me inclino más a definirla como una película de suspenso y aventura. Y poniéndonos aún más finos a nivel estructura narrativa, se van a dar cuenta que no es una película con la clásica estructura de tres actos: Tiburón son solo dos actos, el primero en tierra, el segundo en el mar. Alguien dirá por qué tanto detalle sobre estas cosas, ¿no? Justamente todas estas cuestiones en las que parece que estoy hilando finísimo son las que hacen de Tiburón una película como pocas, poquísimas les diría. Y que la vuelven tan especial.

Ahora hace falta hablar de la otra la otra razón que la convirtió en un clásico aún vigente 50 años después: su estrategia de marketing. Antes de Tiburón, los “tanques” de Hollywood se estrenaban fuera de la temporada de verano del hemisferio norte y el lanzamiento era paulatino. Se hacía un estreno limitado en ciertas ciudades y en base a la respuesta del público se lanzaba la película en salas de todo el país.
David Brown y Richard Zanuck -los dos míticos veteranos de aquella industria y productores de Tiburón– decidieron hacer algo considerado insólito para esos tiempos, que consistía en estrenar la película en verano y en simultáneo en todas las salas de cine del país que fuese posible. Todo esto acompañado de una agresiva campaña publicitaria que incluía promociones en televisión, radio y medios gráficos, así como también la creación de todo tipo de merchandising oficial ligado a la película.

Entiendo que todo esto que les cuento hoy es la metodología estándar de cualquier tanque de Hollywood, pero hace 50 años no se hacía, la industria no trabajaba así. Los productores patearon el tablero y se la jugaron yendo en contra de todo manual. No hace falta decirles cómo les salió la apuesta: Tiburón se convirtió en la primer película en superar los 100 millones de dólares de recaudación en taquilla y cambió para siempre como se planifican, distribuyen y comercializan los grandes estrenos de cine.
En lo personal, Tiburón es la película de mi vida. Es la película que me hizo amar el Cine. La vi en un VHS gastadísimo del videoclub del barrio cuando tenía unos 4 años y me atrapó para siempre. Es la película por la cual elegí formarme en el campo audiovisual. Me obsesioné con cada diálogo, cada plano, cada nota de la banda sonora de John Williams, cada historia detrás de cámara.

Me obsesioné con conocer Martha’s Vineyard, el lugar donde se filmó. Es una película que debo haber visto más de 100 veces fácil, por lo que conozco cada calle, cada casa, cada embarcación, cada muelle como si hubiese vivido ahí toda mi vida. Tuve la suerte de conocer Martha’s Vineyard hace 10 años, pero tuve la poca previsibilidad de ir un mes antes de que se cumplan los 40 años del estreno.
En ese momento me dije a mi mismo “no importa, en 10 años cuando sea el 50 aniversario voy a estar acá de vuelta”. Y por suerte pude cumplirlo. Estuve para los festejos de las Bodas de Oro de la película de mi vida y fue una de las experiencias más increíbles que me tocó vivir junto a personas de todo el mundo con mi mismo nivel de amor por Tiburón. Personas que me hicieron sentir reconfortado por todas esas veces que me sentí un bicho raro por vivir tan obsesionado con esto.

Y nótese que hablo de amor y no fanatismo, ya que considero que el fanatismo generalmente impide que uno vea las falencias de aquello que admira. Amar algo es quererlo tal como es, con imperfecciones y todo. Y vaya si Tiburón es una obra llena de imperfecciones que amo. Imperfecciones que -irónicamente- la hacen perfecta.
Tal vez sea un poco tarde para advertírselos pero -si aún no se dieron cuenta- probablemente sea la persona menos imparcial del mundo para hablar de Tiburón aunque -como les acabo de contar más arriba- mis recientes experiencias me llevaron obviamente a replantearme esto último.
Pero tampoco hace falta serlo para celebrar los 50 años de una película que moldeó el cine tal como lo conocemos hoy y reconocer su lugar de privilegio dentro de la historia del séptimo arte. A fin de cuentas, todos entendemos la relevancia cultural de una obra que desafía el paso de las décadas, las modas y las generaciones cuando escuchamos a alguien tararear ♫dun-dun dun-dun♫ en diversas situaciones de la vida, incluso sin saber de dónde proviene la referencia.
Si esa no es la marca de un clásico eterno, ¿cuál és?
0 comentarios