La máquina (The Smashing Machine, 2025) es la nueva película de Benny Safdie, quien debuta en la dirección solitaria desprendido de la popular dupla junto con su hermano Josh (Uncut Gems). El director, que carga también con una respetable carrera como actor y productor, nos ofrece una historia real de caos y redención en la piel de Dwayne Johnson, más conocido como La Roca.
Para un actor con banca privilegiada en el cine de acción, este protagónico le exige explorar un nuevo registro. Incluso con el foco colocado en el aspecto corporal que el personaje requiere, y para la cual vemos una entrega notoria de Johnson, las pretensiones de una carga añadida de complejidad emocional es lo que distingue a esta de sus anteriores interpretaciones. Coprotagoniza atinadamente Emily Blunt en el papel de su esposa, Dawn Staples, que pasea por altibajos en pantalla de manera muy convincente y que aporta vitalidad a la trama.
La historia zigzaguea por los caminos de la presión deportiva de un exponente de las artes marciales mixtas en la década de 1990 y los ecos en la vida diaria y doméstica. Hay un coqueteo con la rigurosidad documental pero también mucho espacio para la elaboración pausada de los personajes. Un ensayo dramático que cuestiona las consecuencias del exitismo.

Visualmente, el universo Safdie es potente. Las escenas se revisten de un halo de saturación donde priman el sudor y la estética kitsch. Una experiencia, en esencia y en apariencia, noventosa. El aura asfixiante de los gimnasios y los rings que marida con una calidez dorada que la endulza.
El personaje de Johnson navega por esos mismos contrastes. Un hombre rudo en apariencia, pero amable y templado fuera de su profesión, que lidia con los vaivenes de los excesos y el fantasma de la derrota. La película se centra en el momento del descenso y los trastornos de esta figura del deporte. El punto de inflexión en el que una estrella consagrada atisba que sus victorias invictas peligran y la batalla emocional que eso desencadena.
Amigos y rivales
Una de las primeras escenas presenta a Kerr con un ojo morado en la sala de espera de un consultorio. “¿Se odian cuando pelean?” indaga una mujer. La respuesta es serena y contundente: “Absolutamente no”. La puesta en jaque de las rivalidades en el deporte es lo que hace que el personaje sea digno de generar empatía, mientras lo vemos atravesar nada más ni nada menos que contradicciones profundamente humanas. El tándem con Blunt es un gran acierto y, podría decirse, uno de los focos fuertes de conflicto en el relato.

A priori, el punto de partida argumental es fuerte. Sin embargo, la tensión resulta bastante estable a lo largo de todo el metraje. La sensación de cercanía con el personaje, la expectativa de inminente tragedia, la noción de asistir a la recapitulación de un suceso verídico memorable desembocan en una evolución más organizada de la que podríamos anhelar en una extensión de dos horas.
Si recapitulamos en la reciente cartelera de biopics deportivas, el argumento no se asemeja a la potencia de la —menospreciada— The Iron Claw (2023), en donde la seguidilla de desgracias elaboran un entramado tan adrenalínico como angustiante. Nobleza obliga mencionar también que la distinción estética, en comparación, se inclina absolutamente para el universo de Benny Safdie. The Smashing Machine se presenta como un drama denso acompañado de una parsimonia que no resulta del todo impactante.
En el 82° Festival Internacional de Cine de Venecia, el largometraje obtuvo el León de Plata al Mejor Director. Un buen antecedente de cara a las nominaciones al Oscar. Y, pese a que en los inicios de su circuito comercial las recaudaciones no están siendo las esperadas, la novedad de Johnson en el género dramático resulta un plato fuerte para prestar atención al debut individual del hermano Safdie.
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