Tendré los ojos muy lejos y un cigarrillo en la boca, el pecho dentro de un hueco y una gata medio loca, un escenario vacío, un libro muerto de pena, un dibujo destruído y la caridad ajena, un televisor inútil, eléctrica compañía, la radio a todo volumen y una prisión que no es mía
Una vejez sin temores y una vida reposada, ventanas muy agitadas y una cama tan inmóvil, un montón de diarios apilados y una flor cuidando mi pasado y un rumor de voces que me gritan y un millón de manos que me aplauden y el fantasma tuyo, sobre todo…
Cuando ya me empiece a quedar solo – Sui Generis
La primera vez que lo vemos a Pádraic (Colin Farrell), su rostro sonriente se amalgama con la salida del arcoíris. Va caminando por la isla irlandesa de Inisherin con el propósito de todos los días: golpear la puerta de la casa de su amigo Colm (Brendan Gleeson) para ir al bar a tomar una cerveza y hablar de trivialidades. Es una secuencia simple pero reveladora, cargada de sensibilidad -la interpretación de Farrell va en sintonía con esto-, en la que un hombre sencillo no tiene más pretensiones que la de compartir un momento calmo en un lugar en el que no parece estar sucediendo demasiado. Sin embargo, algo cambia el día en el que comienza la historia de The Banshees of Inisherin (2022). Pádraic no recibe respuesta y, cuando se acerca a la ventana del hogar de su amigo, solo ve parte de su rostro impertérrito que no atina demostrar ninguna clase de emoción.
Ese gesto de desdén se lo atribuye a una confusión porque el hombre no puede comprender que su amigo no quiera verlo más. Y así se lo hace saber minutos más tarde con una frase directa que implica un cimbronazo para su interlocutor, aquella en la que le expresa que no ya no tiene interés en ser su amigo. El dolor y el desconcierto se funden en un Farrell sublime, quien personifica a un individuo que disfruta de Inisherin como es, con su fiel burra Jenny, con sus caballos, con el mismo camino recorrido, con las charlas familiares, con lo predecible como su refugio. Colm, en cambio, es retratado por el realizador Martin McDonagh como alguien a quien ese contexto no le es suficiente. Como no puede irse, canaliza su descontento y su miedo a la muerte a través de sus composiciones musicales, a través de las cuales intenta dejar una marca antes de partir. El perdurar ante todo.
Adiós al sueño
La incompatibilidad escala cuando Pádraic no da el brazo a torcer y, persistente, sigue visitando a su amigo para que ese micromundo que se creó para sí mismo no se destruya por completo. Una amenaza de Colm da paso a la tragicomedia que tan bien manejó el cineasta y guionista en el otro largometraje que tuvo a Farrell y Gleeson como dupla, el brillante In Bruges (2008), lo que provoca un tira y afloje de reacciones intempestivas y violentas que tendrán consecuencias que modificarán, indefectiblemente, las vidas de esos hombres que abordan un nuevo día con inquietudes diferentes. En cierta medida, estamos ante un relato de un choque generacional mezclado con el folclore y esa omnipresencia de Mrs. McCormick (Sheila Flitton), esa banshee que observa el entorno y le clava su presagio como una estaca.
Además, McDonagh elige ambientar su película cerca del fin de la guerra civil irlandesa, y los estallidos distantes terminan construyendo una parábola sobre otros estallidos, los subrepticios, los que pueden iniciarse con una sentencia dolorosa que va destruyendo paulatinamente el alma. The Banshees of Inisherin (2022) se convierte, así, en la película más madura del realizador, quien traslada esa fusión amor-pavor a otra dupla: la conformada por Siobhán (Kerry Condon), hermana de Pádriac, y Dominic (Barry Keoghan), un joven habitante de la isla.
El personaje de Condon, en el que la actriz se luce enormemente, representa todo aquello que Colm quiso hacer y nunca pudo: salir de Inisherin y su monotonía, expandirse, no sucumbir a esos pensamientos negativos que reconoce en quien fuera el amigo de su hermano. Por lo tanto, Pádraic se enfrenta a dos duelos cuando va percibiendo que la partida de Siobhán se vuelve inevitable. Su miedo a quedarse solo lo lleva a compartir charlas con Dominic, considerado como el individuo con menos luces de Inisherin, un joven apartado, víctima de los prejuicios, que enfrenta su realidad con actitud impávida. Cuando intenta mover una ficha y su deseo no se cumple, se limita a decir, con la mirada perdida: “Allí va ese sueño”, la síntesis perfecta de cómo Inisherin, ese ecosistema en el que todos se conocen, puede torcer hasta al más cándido.
En esos momentos de desesperanza, todos los personajes se aferran al amor más puro, desde esos animales que habitan un espacio pequeño, pasando por un violín que suena aunque cueste ser tocado, hasta un libro que simboliza un escape a otro mundo. Una vida reposada. Una cama tan inmóvil.
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